9. Manuel entendió por fin.

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Capítulo 9: Manuel entendió por fin.






— ¿Qué hiciste? —susurré atónito con el celular todavía en mis manos.

— Lo despedí —respondió luciendo obvió.

Alcé una ceja, y mi confusión no se vio contenida.

— ¿Y lo decís así tan tranquilo? —un bufido salió de mi boca.

Caminó hasta su escritorio, y se sentó.

— Si —y procedió a escribir algo en un papel sin importancia.

Juro que en ese momento toda la sangre de mi cuerpo subió a mi cabeza, y me dieron ganas de ahorcarlo.

— ¡¿Qué demonios te pasa?! — estallé—. ¡¿Por qué lo has despedido?! —movía mis manos frenéticamente.

Me miró por un corto periodo, y se paró rápidamente posicionándose enfrente de mi. Tratando de intimidarme.

Está ves no será así.

— Entendés que sos mío, y no te quiero cerca de ese pelotudo —me acarició la mejilla con la mano, la cuál aparte de manera rápida.

— ¡No! ¿Cómo que soy tuyo? Si lo único que hacés es confundirme más y más cada maldito día — hablé con cansancio—. Es mi mejor amigo, y por más que no te guste va a estar cerca de mí, al igual que yo con él... Y eso todavía no explica por qué lo echaste.

Me agarré la cabeza con las manos respirando profundo.

— Bueno, está bien —se encogió de hombros —. Simple. Es mi empresa, y puedo despedir a quien se me venga en gana.

Mi mandíbula se tenso.

— ¿Así nomás? Guao, guao. No sé porque me sorprende. Estás tan acostumbrado a hacer y que hagan todo lo que querés que cuando te encontraste a una persona que no haría eso tú única opción fue despedirlo. ¡Vaya! —fingí asombro.

Se encogió de hombros, y sonrió un poco.

— Tenés razón.

—¿Tengo razón? ¿Tengo razón? ¡Obvio que la tengo! Me parece tan estúpido he insensato que no me cabe en la cabeza porque lo hiciste. Pareces un niño mimado, el cual no me dieron el juguete que quería. Tal vez si lo sos.

No decía nada, sólo me miraba callado.

— Devolvele el empleo —dije, estricto.

— No, no lo haré. No lo necesito acá.

— ¡Deja de ser tan terco, y entendé que no todo gira alrededor de vos! —mordí mi labio del enfado.

—Ajá.

— ¿Sabés a qué te pareces?  A un jodido cubo de Rubik. Por un lado creo poder resolverlo, pero después miró hacia otro y está hecho un desastre. A veces me dan ganas de tomarlo con paciencia, y resolverlo con calma; pero otras veces siento la necesidad de lanzarlo al piso, y decir ¡Al carajo! —grité.

Saqué lo que llevaba contenido hace rato.

— ¿Y qué vas a hacer? —dijo, aún con su fingido semblante tranquilo.

— ¡Ahh! ¡Ya Valentín! Por Dios. ¡Deja esa estúpida máscara que siempre traés! ¡Deja de verte siempre tranquilo, cuando en realidad sabés que estás jodido por dentro! Me parece cobardía. Es frustrante tratar de conocerte cuando no me das absolutamente nada a conocer —concluí susurrando.

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