Capítulo 26 🏵

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La bilis me sube a la garganta cuando su cuerpo comienza a dar tropezones por cada escalón que baja

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La bilis me sube a la garganta cuando su cuerpo comienza a dar tropezones por cada escalón que baja. Escucho ruidos, crujidos, gritos amortiguados y mis propios jadeos sorprendidos. El cuerpo de Heidi da un último brinco sobre el ultimo escalón y se queda quieto, a diferencia de mi cuerpo que no para de temblar siendo presa del pánico.

Miro temblorosa la forma en la que quedó Heidi: su cuello torcido en un ángulo que no parece de este mundo, parte de su brazo izquierdo cuelga como si el hueso nunca hubiera existido, y, además de eso, muchos moratones producto de los golpes. Esa forma tan extraña solo se puede denominar de una manera: está muerta.

Chillo horrorizada cuando la realidad me cae como un balde de agua fría. Tapo mi boca intentando vagamente parar los incontrolables sollozos que sacuden mi pequeño y menudo cuerpo. ¿Qué fue lo que hice? ¿Cómo pude ser capaz de…?

De pronto, la planta baja de la mansión se vuelve un completo caos. Mis pies caminan solos cuando me esconden detrás de la pared, evitando ser vista. Los gritos de los criados pidiendo auxilio traspasan mi piel, recordándome lo que he hecho: maté a Heidi, maté a la hermana de mi esposo. ¿Cómo pude ser tan vil para hacer eso?

Asesina.

—¡Margaret, ven! —Herman llega a mi lado y toma mi brazo, empujándome  a quien sabe dónde—. Tienes que esconderte en tu cuarto. ¡Vamos, vamos!

Me dejo guiar porque es lo que puedo hacer. En mi mente nada coordina salvo el grito desgarrador que soltó Heidi un segundo antes de comenzar a caer por la escalera. La culpa agobia mi pecho dejándome desecha mientras Herman me ingresa en mi habitación.

Vuelo a tapar mi boca, sintiendo entre mis dedos mis saladas lágrimas.

—Yo… yo… no… —no pude completar la frase. Los sollozos no me dejaban.

Herman pone una mano en mi hombro, en un ademan tranquilizador.

—Calla, calla —ordena—. Quédate aquí y lávate la cara, apenas estés más serena baja y actúa como si estuvieras realmente sorprendida.

Bajo la mirada.

—No puedo —susurro.

—Sí, sí puedes —refuta empujándome de nuevo al baño—. Ferdinand debe estar devastado ahora, tienes que estar con él para sostenerlo. No dejes que la culpa te haga un manojo de nervios, Margaret. Si Ferdinand se da cuenta va a comenzar a sospechar.

La simple idea de ser la mirada crítica de Ferdinand me pone los pelos de punta. Él tiene razón: no puedo derrumbarme ahora. Después puedo lamentarme de lo que hice.

—Yo voy a bajar —me informa—. Haz lo que te dije, por favor.

Trago el doloroso nudo que tengo en la garganta.

—Yo no quería matarla —admito tomando sus agiles manos—. Yo quería sujetarla, te lo juro. Yo…

—Shhh —me interrumpe—, yo lo sé, Margaret. Yo estuve allí.

CÓNYUGE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora