Capítulo 19 🏵

84 8 0
                                    

Tapo mi rostro con ambas manos completamente asustada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tapo mi rostro con ambas manos completamente asustada. ¿Cómo pude estar a punto de hacer eso con Herman en mi propio lecho matrimonial? Miro por el espacio que hay en mis dedos la expresión de Herman, también asustada pero con un tinte satisfecho y culpable.

Un horrendo pensamiento me llega a la mente.

—¿Qué hiciste, Herman? —chillo en voz baja.

—No he hecho nada, señora —asegura poniéndose serio—. No he hecho absolutamente nada.

Empujo sus hombros hasta que se aleja de mí y me incorporo de un salto. Tengo todo el vestido destrozado y arrugado, tan arrugado que podría poner alerta a Ferdinand. El miedo se instala en mi pecho con más fuerza y me hiela la sangre.

—¿Señora, Schäfer? —vuelve a preguntar la ama de llaves.

Tomo una profunda respiración antes de contestar:

—Sí, aquí estoy.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, dígale a Ferdinand que ya bajo. —Le señalo la ventana a Herman, procurando que entienda mi mensaje—. Estoy a punto de lavarme.

—Ah, está bien —la ama de llaves contiene el aliento—. Ya le aviso, si tiene alguna urgencia no dude en llamarme.

Camino a la puerta, levantando la falda de mi vestido para que el borde no me obstruya el paso y termine cayendo en el piso. Pego mi oreja en la madera fría de la puerta, escuchando solo una infinita soledad en el pasillo.

—Ya no está, Herman —le informo—. Puedes irte.

Las palabras me salieron asustadas y un tanto nerviosas, y odio cuando quedo en evidencia con gente frente a mí.

—No quiero irme, Margaret.

Esas palabras me dejan sin aire.

—Herman, por favor —suplico—. No me hagas esto a mí.

—Yo nunca haría nada para perjudicarte, Margaret —me dice—. Solo que no quiero irme.

—Yo tengo que bajar a recibir a Ferdinand, eso no lo vas a poder evitar.

Herman pone sus manos en mis hombros.

—Claro que puedo —resopla con obviedad—. Si me lo propongo  puedo convencerte para que te quedes.

Mis manos se vuelves puños por sí solas.

—Vete, Herman —le ordeno—. No quiero que se arme un gran alboroto por esta situación que nunca debió pasar.

—¿Te arrepientes, Margaret? —Cuestiona levantando una ceja—. Dímelo mirándome a los ojos, así voy a estar seguro de que me dices la verdad.

—No te voy a decir nada, Herman. Solo vete.

—No —replica, sentándose en la punta de mi cama—. No voy a irme hasta que no tenga un motivo para hacerlo.

CÓNYUGE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora