Capítulo 2 🏵

181 47 0
                                    

Resoplo por enésima vez y me giro, encarándolo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Resoplo por enésima vez y me giro, encarándolo.

―No te voy a responder nada ―espeto.

Herman sigue sonriendo, mientras yo camino delante de él. Reprimo una risita, porque yo tengo que comportarme como una señorita engreída que no le interesa nada de lo que haga él. Pero la realidad es otra, es sorprendente como Herman pudo sacarme una sonrisa en el primer segundo que empezamos a caminar.

―¿Qué le pasó a este lugar? ―interroga, pensativo―. Es como si de un momento a otro le hubiesen descuidado.

―No es tu problema ―musito―. Lo único a lo que te puedes dedicar es a acomodarlo en menos de una semana.

―¿Tan importante es esa fiesta? ―preguntó.

Ruedo los ojos, aunque sé que no me puede ver.

¿Qué si es importante? No, joven, no es para nada importante. Solo que allí voy a conocer a mi futuro esposo porque ya mi mamá me vendió sin ni siquiera consultármelo. No solo es "importante" si no que allí, en ese banquete preparado por la famosa Marianne de Schmidt, se decidirá mi futuro.

―No te interesa ―repito, lentamente, en un siseo que se debía expresar como molestia.

Me detengo al lado de un tubo metálico, que se engancha a las ramas de las rosas y arbusto. Veo bien la zona, el lugar pequeño donde recuerdo haber metido unas de las tantas copias por si llegaba a perderme. Digamos que mi sentido de orientación no era tan bueno que debería ser. Yo me confundo mucho y me pierdo demasiado.

―¿Eres siempre así de hosca? ―Indagó, suspirando―. En los otros lugares donde trabajaba me trataban.... Bueno, las señoritas me trataban mejor que tú.

Meto la mano y empiezo a sacudir el montón de hojas secas y pétalos tiesos.

―Si no te gusta, te puedes ir ―me limito a responder―. ¿No te enseñaron lo que es el respeto?

Herman asiente.

―Si ―afirma―. Pero a las personas que se las merecen.

―Yo me la merezco ―añado.

Herman suelta una risa que la disimula con una tos. Sigo tanteando el hueco entre las hojas hasta que siento el plástico hacer un sonido en mis manos. La tomo, al menos eso creía, porque unos de los añillos que tenía en mi dedo se engancharon con una rama. ¿Es en serio? ¿Qué más puede ocurrirme hoy?

―¿Por qué motivo? ―soltó, cruzándose de brazos.

Encojo mis hombros.

―Porque soy una mujer ―contesto.
―En eso tienes razón, pero tú no has tenido respeto hacia mí ―me recuerda―. Asi que no tengo porque tenerla contigo.

―Deberías ―mascullo, forcejeando con las ramas.

Herman se me queda viendo, con sus ojos exóticos entornados y una postura engreída. Se ve grandísimo, desde mi punto de vista, o es porque literalmente la única forma que tengo de verlo es rompiendo mi cuello.

CÓNYUGE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora