Capítulo 8

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La corriente del río que estaba debajo del acantilado era violenta.

El impacto no los mató, pero si que hizo que ambos cuerpos golpearan bruscamente la superficie del agua. Hans sintió cómo la mano de Elsa se deslizaba de la suya e intentó impedirlo, pero la corriente lo alejó de golpe.

—No, no, no...¡Elsa!—gritó él. Había cierto aire de miedo en la manera que había hablado. Todo se volvía a repetir: la oscuridad, el agua helada, la dificultad para mantenerse a flote. Todo era exactamente igual al día de su naufragio excepto que, esta vez, no estaba solo.

—¡Elsa!—la volvió a llamar y otra vez no hubo respuesta.

Como a diez metros más allá, Elsa salió de la superficie por aire. Estaba jadeando y todavía estaba en estado de shock. No sabía en qué momento había perdido a Hans. Enseguida, buscó por sus alrededores hasta que, a lo lejos, le pareció ver a un pelirrojo salir del agua. Intentó ir hacia él, pero la corriente del río tampoco fue gentil con ella.

—¡Hans!—gritó ella al ver cómo él se empezaba a hundir.

Él solo escuchaba como un rugido a lo lejos. Lo que no sabía era que esos rugidos provenían de las veces que Elsa gritaba su nombre. Él había entrado en pánico. Se sentía pesado e incapaz de seguir flotando. Su cuerpo no respondía por todo el frío que golpeaba directamente a sus pulmones producto de la humedad del lugar y su contacto con el agua. Así, todo su panorama se fue volviendo negro poco a poco.

—Despierta, por favor—había dicho Elsa mientras acariciaba su rostro.

Ella nunca se había imaginado desear tanto escuchar la voz del pelirrojo como en ese instante. Ella tan solo quería escucharlo decir  "Estoy bien" o "No te preocupes" o, incluso, que le dedicara una de esas sonrisas sarcásticas que tanto la molestaban.

Había conseguido, dios sabrá cómo, llegar hasta Hans en el momento que lo había visto sumergirse y ya no salir. Después, había alcanzado la orilla junto a él con ayuda de su magia. Él había estado inconsciente desde ese entonces y ella ya estaba empezando a desesperarse. Había tratado de reanimarlo haciendo presión en su pecho. Sin embargo, él seguía allí tirado sin aparente señal de moverse.

"Por los espíritus", pensó acercándose al pecho del pelirrojo para escuchar si su corazón seguía funcionando. Por suerte, su corazón aún latía. Lo hacía débilmente, pero latía. Ella observó que sus labios se empezaban a colorear de un tono azul. No podía dejar que pase más tiempo. Y, fue exactamente por eso que, sin pensarlo, le tapó la nariz y presionó sus labios contra los de él para darle oxígeno.

—Vamos, Hans, despierta—le pidió antes de volver a repetir esta última acción una vez más.

Una ola de alivio inundó el cuerpo de la rubia cuando Hans se incorporó y empezó a toser. Él tenía la respiración agitada por toda el agua que había botado, pero, aún así, logró dedicarle esa sonrisa que ella tanto había ansiado ver.

—No vuelvas a darme un susto así—dijo ella abrazándolo. Él no contestó nada porque seguía aún conmocionado. Solo logró cerrar los ojos y abrazarla devuelta.

Detrás de ellos, los primeros rayos del día empezaron a iluminar el cielo. Se podía distinguir como trazos de celeste se pintaban entre las nubes. Y, por fin, a lo lejos, se distinguió la figura de un arco de piedra perfectamente dibujado. Hans fue el primero en darse cuenta.

—Y cuando vean el arco de piedra... —le dijo a Elsa al ver que ella se había girado para ver lo que él señalaba.

—Sabrán que están en el lugar correcto—completó ella citando las palabras de Yelana.

Hans suspiró y recogió el cristal que estaba al costado de Elsa. Al verlo, pensó en todo lo que había costado llegar hasta allí y se preguntó si habría otro obstáculo antes de llegar ¿valía la pena realmente?¿valía la pena volver a poner sus vidas en riesgo?¿Valía la pena volver a poner la vida de ella en riesgo?

—¿Qué estamos esperando? Vamos—continuó ella claramente emocionada.

—No sé si sea buena idea—confesó él

Elsa supo de inmediato lo que estaba pasando por la cabeza de Hans por su mirada. Pero, ella presentía que todo iba a salir bien. Por eso, quiso transmitirle esa confianza que sentía entrelazando su mano con la de él. Sus labios se curvaron mecánicamente en una sonrisa tímida.

—Está bien. Hay que seguir—le dijo él sosteniendo la cálida mano de la rubia.

"Todo va a salir bien", se dijo a sí mismo.

Y, cuando llegaron, Elsa mostró el cristal al sol y una colina de piedra al costado del arco se empezó a mover dejando paso a una grieta.

—No entiendo. Debería estar aquí—dijo Hans

Pero él no se dio cuenta que aquella grieta que se formó tenía la forma del cristal.

—A menos que...—contestó ella pensando si podría ser. Ella se acercó y, finalmente, colocó el cristal en la abertura. Se amoldó perfectamente como si hubieran sido uno solo siempre. Eran uno solo tal cual piezas que nunca deben ser separadas. Después, el cristal empezó a brillar.

Ambos cayeron al suelo cuando el cristal se iluminó completamente y la colina empezó a pararse.

No era una colina.

Era un gigante de piedra caliza que llevaba el cristal brilante en el centro de su pecho. Hans quedó boquiabierto al ver lo majestuoso que era ese tal señor gigante. Este le dio la mano a Elsa amigablemente en forma de saludo. Luego, se dirigió al pelirrojo con el mismo gesto. Después de un instante, el gigante se hubo ido y, detrás de él, empezaron a seguirlo otros gigantes a lo lejos.

Hans quedó sorprendido.

—¿Primera vez que ves a un gigante?—le dijo Elsa tratando de llamar su atención.

Y funcionó, porque parecía que Hans ya no estaba congelado de la sorpresa.

—Nunca había visto gigantes reales...—confirmó él—Son estupendos

—Sí y son más maravillosos ahora que ya están unidos otra vez

Entonces, Nokk salió del río todo inquieto y fue a saludar a Elsa cariñosamente como diciéndole "Hey, lo siento por no haber vuelto por ustedes antes, pero ya estoy aquí, amiga".

Elsa lo recibió sonriente y lo acarició. Luego, Elsa se montó el caballo y Hans se limitó a mirarla.

Estaba esperando a que hiciera el trineo de hielo como la última vez.

—Hans, ¿qué estás esperando?—preguntó ella

—¿El trineo?—dudó él sin poder creer lo que estaba pensando. Si bien estaba en lo correcto, Elsa le estaba dando permiso para montar junto a ella a tan majestuoso animal.

—¿Te gustaría regresar por todo el camino en un trineo?—preguntó ella levantando una ceja.

—No—admitió él—podemos caer en el intento

—Sí, no fue la mejor idea ahora que lo pienso—comentó ella sonriente.

El se subió en el caballo conservando cierta distancia con la rubia para no incomodarla y, así, empezó su camino de regreso a la aldea.

Todavía te amo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora