<<Nueva Orleans, Luisiana.1933.>>
La sensación que quedaba en sus manos después de matar era exquisita e indescriptible. Las expresiones de terror que poseían sus victimarios eran sumamente complacientes y siempre lo dejaban con ganas de más. Siempre quería más. Matar era lo más placentero que existía en este mundo. Era liberador y sumamente tranquilizante. Durante el acto podía sentir como la adrenalina recorría hasta la última fibra de su cuerpo, dándole así el impulso para terminar con la vida de las personas. Siempre con una enorme sonrisa en su rostro. Ese era su toque personal.
<<Y pensar que todo había comenzado en consecuencia a la muerte de su madre...>>
Aún recordaba perfectamente como el color se iba de a poco del rostro de su progenitora mientras que las risas agobiantes de su padre aumentaban. Sí, definitivamente había disfrutado acabar con la vida de ese malnacido. Nunca lo había reconocido como hijo para empezar. Siempre decía que su madre era una zorra que se metía con cualquiera, esto era obviamente falso. El alcohol que consumía constantemente hacía que alucinara cosas por montones. Levantándole falsos a su pobre madre y golpeándola ante la menor provocación. Era muy joven cuando aquello había ocurrido, más sin embargo eso no lo había frenado para cortar su yugular con uno de los cuchillos de la cocina. Al principio sus manos temblaban con inseguridad, pero una vez la hoja del objeto cortopunzante atravezó la piel morena de aquel hombre ebrio, sin poder contenerse una enorme sonrisa apareció en sus labios para después comenzar a apuñalarlo a un ritmo más certero y efectivo.
<<Que recuerdos...>>
—¿Te falta mucho?—Una maraña rubia y unos labios hinchados lo miraron desde su entrepierna.
<<Vaya, se había olvidado que estaba ahí.>>
—Sí—Contestó. Esta era la segunda vez que tenía este tipo de contacto con Mimzy. La primera vez había sido de lo más incómoda. Aún sentía escalofríos al recordarla. Más sin embargo, en esta ocasión tenía una vaga esperanza de lograr tener algún tipo de reacción ante dicho contacto. Pero nada. No sentía absolutamente nada. ¿Eso era normal? ¿Por qué no podía excitarse con nada? ¿Qué acaso lo único que podía causarle placer era asesinar a las personas? ¿De verdad? A decir verdad, no tenía problema con eso. Le parecía una mejor opción. Así ya no tendría por qué seguir sometiéndose a tal acto tan desagradable.
—Al menos podrías fingir que te interesa—Protestó apartándose del miembro del muchacho. Era increíble. Ni siquiera había conseguido que tuviera una simple erección. Sus atenciones no le provocaban nada y eso la volvía loca. Torció su gesto y se cruzó de brazos.
—Eso hago, querida—Se acomodó los pantalones sin siquiera dignarse a mirarla. Sentía una gran repulsión al hacerlo. Una horrible y desagradable repulsión. Lo hacía sentir sucio y decepcionado de sí mismo por recurrir a algo tan bajo como esto en busca de una satisfacción que parecía que sólo podría obtener asesinando.—Finjo que me interesa.
—Eres un imbécil, Alastor—Masculló con enojo. Tenía los labios rosados e hinchados de haber intentado darle un placer que jamás llegó. Mimzy era una amiga suya. Bueno, tal vez un poco más que una amiga dadas las circunstancias. Sin embargo ella no le provocaba nada. Se sentía neutro respecto a cualquier tipo de sentimientos. Alastor no podía sentir nada. Literalmente, nada. Lo único que lograba sacarlo de ese trance de inmunidad ante su entorno, era matar.
[...]
Corría más y más rápido. Su respiración se aceleraba a un ritmo preocupante. Sus pies no podían detenerse. ¿Y cómo hacerlo? Lo estaban apuntando con armas de fuego. Era consciente que tarde o temprano alguien juntaría las piezas del rompecabezas y deduciría que aquel locutor de radio solitario que vivía alejado de todos era el autor intelectual de todas los asesinatos del pueblo. Nunca antes había sido "descubierto" por alguien, sin embargo en esta ocasión era diferente. Su pecho subía y bajaba muy bruscamente.