Nunca se había planteado lo difícil que era conquistar a una mujer. O en este caso reconquistar. Apenas si habían pasado dos semanas desde aquel incidente. Charlie lo trataba como a cualquier otro cliente o compañero del hotel. Tal parecía que había dejado por la paz aquel acercamiento que habían tenido. Prácticamente había decidido fingir que nada había pasado entre ellos dos. Cosa que desesperaba al demonio ciervo. Sabía que esto no sería fácil. Pero Charlie lo estaba haciendo mucho más difícil de lo que debería ser. Según su propia experiencia en magia oscura, la perdida de memoria era algo momentáneo. Es decir, que no duraría para siempre. Pero esto variaba dependiendo a la victima que se le infringía. La cantidad máxima de días en este estado variaba de entre cinco a siete, pero la bella súcubo infernal había roto con su panorama. Catorce días. Catorce malditos días desde la última vez que la había tocado. Lo único que lo mantenía cuerdo era el aroma de la rubia que aún seguía impregnado en su hija. Y era sumamente frustrante cuando lo rechazaba. Ya fuera directa o indirectamente. El golpe era el mismo. Y dolía igual. Cada noche la veía en sus sueños y al despertar únicamente se encontraba con su pequeña durmiendo sobre su pecho. Eso ya se les había hecho una costumbre. Había descubierto que su paciencia podía volverse muy flexible cuando se trataba de ella. Ahora las cosas habían cambiado. Ya que Charlie era ajena a la idea de ser madre u esposa, el debía hacer todo lo que su amada solía hacer. Se podría decir que por fin se estaba comportando como un verdadero padre. Por las razones equivocadas, pero lo estaba haciendo. Los chicos habían notado esto y valla que se habían llevado una enorme sorpresa. Alastor nunca mantenía a Elizabeth en brazos por más de unos cuantos minutos y ahora la llevaba consigo todo el día a todas partes. Un cambio realmente significativo y notorio. La curiosidad los invadía y no dudaron en interrogarlo a la primera oportunidad que se presentó. El demonio quería mantener sus asuntos en privado, así que solo se limitó a hacer un pequeño resumen informativo. Y esto únicamente para que no interfirieran en sus planes y no le mencionaran nada a Charlie al respecto. Pues había una gran probabilidad que al ser sometida a tanto estrés atrasara aún más su proceso de recuperación de memoria. Y eso no lo podía permitir. Estaba enloqueciendo. Su pequeña era lo único que Charlie le había dejado, así que no se apartaba de ella ni por un minuto. Era incluso más posesivo con ella de lo que alguna vez llegó a ser con su propia esposa. Era un sentimiento diferente. Lo que sentía por su hija era un profundo instinto de protección. Mientras que por Charlie era un instinto de posesión y apego intenso. No permitía que nadie tocara a Elizabeth. Absolutamente nadie. Podía notar como la mirada ónix de la rubia se fijaba en la pequeña bebé que llevaba en los brazos de vez en cuando. Era como si en lo profundo de su ser supiera que era su hija y la cuidara a la distancia. Ansiaba que su amada los pudiera recordar a ambos. Elizabeth necesitaba una madre y él necesitaba a su esposa a su lado. Verla a diario y torturarse sabiendo que no era correspondido por ella lo estaba destrozando. Un día de trabajo como cualquier otro había llegado a su fin. El último cliente acababa de salir del hotel. Todos habían comenzado a subir a sus respectivas habitaciones. Su querida Charlie incluida. Soltó un bufido de desesperación. Tal parecía que seguía con su maldita amnesia del demonio. Desvió su mirada hacia el reloj principal del lobby. Media noche. Ahora eran quince días, carajo. Bajó la mirada a sus brazos. Elizabeth estaba dormida. Últimamente había estado llorando mucho por las noches. No necesitaba que se lo dijera para saber que su comportamiento se debía a la ausencia de su madre. Frunció el ceño. Ya estaba harto de esperar. Chasqueó los dedos y su pequeña desapareció de sus brazos. La había hecho aparecer en su cuna, sabía que estaba segura en su habitación. Ya que habría que ser suicida como para entrar a la alcoba del demonio radio y aún más si su hija estaba ahí. Había esperado mucho tiempo para hacer un movimiento, pero finalmente se había decidido a sacar sus mejores cartas y preparar su mejor jugada. Si pudo hacer que Charlie sintiera afecto hacia él una vez, podía volver a hacerlo. Los pasos de la rubia al subir la escalera eran pesados y cansados. Al llegar a su habitación soltó un gran suspiro de cansancio. Estaba exhausta. Nunca había visto el hotel tan lleno de clientes y atenderlos a todos a la vez, era sumamente agotador. En especial con cierto demonio ciervo pisándole los talones todo el día. Parecía su sombra. Trataba de fingir indiferencia, pero ya estaba harta de ser acosada. Todo el día, a cada minuto de cada día podía sentir la mirada escarlata de Alastor clavada sobre ella. Pero no podía darse el lujo de echarlo. Su presencia era de vital importancia en el hotel. Mantenía todo en orden y era la figura publicitaria del mismo. Sin él, seguro que los clientes se irían. Comenzó a quitarse su saco color salmón y a despojarse de sus zapatos. Solo quería dormir un poco. Había una sensación que no la dejaba tranquila. Y se trataba del la hija de ese demonio fastidioso. Desconocía el motivo, pero con el paso de los días había comenzado a despertar un interés por esa niña. No sabía el porqué de su sentir. Simplemente ahí estaba. Desconocía todo sobre ella. No sabía quien era su madre, cuando había nacido o porqué la había llevado consigo a un hotel lleno de pecadores. Todo sobre ella era un misterio. Pero había algo en esa pequeña que la intrigaba. Como una clase de instinto. Sin embargo estaba completamente negada a acercársele o tener contacto, debido a que veía como a diario su padre atacaba a todos aquellos que intentaban si quiera tocarla. Esa había sido la razón principal en primer lugar. Una sombra se deslizó a través del marco de la puerta y se posicionó detrás de la rubia, para finalmente materializarse en un cuerpo sólido.