Capítulo final

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La rubia sentía como su corazón le era brutalmente arrancado del pecho. Estaba llorando tan desesperadamente que su respiración se había comenzado a dificultar. Estaba destrozada. Total y completamente destrozada. Esa sangre, estaba segura que era de su hija. De su pequeña niña. Pero no lograba entender. Ella no tenía enemigos. Sí, tal vez no era exactamente la más popular debido a sus buenas acciones, pero esa no era ninguna razón para desquitarse con una bebé. Ese era un acto bajo y ruin. Un ser tan pequeño como Elizabeth no podía compararse con un adulto. Sin importar que tan poderosos fueran sus padres, ella no dejaba de ser una criatura indefensa. Alastor estaba en la misma lamentable condición que Charlie. Salvo que él demostraba su sentir de una forma mucho más peculiar. Con caos y destrucción, para ser más exactos. Su estática se intensificaba cada vez más y más. Hasta ser completamente insoportable. Unos pasos rápidos en el corredor alertaron a los demonios que yacían en el interior del cuarto. Después de un par de segundos, los demás empleados del hotel habían hecho acto de presencia en la habitación.

—¡¡Escuché un grito!!—Gritó Vaggie, con la respiración agitada.—¿¡Están todos bien?!—Preguntó mirando a la bella rubia que tenía la cabeza baja. La princesa infernal subió la mirada y reveló su lamentable estado actual, dejando sorprendida a la demonio polilla.—¿Charlie...?

—Mi...bebé...—Sollozó negando con la cabeza una y otra vez. Esto era culpa suya. Ella debería estar siempre para protegerla. Ella no era como su madre, Lilith. Era una mujer diferente. Ella sí amaba a su pequeña. Temía que jamás volviera a poder demostrárselo. Su llanto se agudizó más que antes. El demonio radio cerró los puños con fuerza y comenzó a respirar de forma profunda. Todo a su alrededor estaba temblando, las luces parpadeaban y los recuadros colgados en las paredes comenzaron a caer uno a uno. La demonio polilla comenzó a acercarse a la súcubo a paso lento tras entender la situación. Charlie había tomado la frazada cubierta de sangre y la abrazó con fuerza contra su pecho. Quería sentir que su pequeña aún estuviera a su lado. Había manchado de sangre su ropa, pero no le importaba en lo más mínimo. Sólo quería a su bebé devuelta. Vaggie la miró con tristeza y compasión, para después intentar acariciar su espalda como consuelo. Sin embargo, no contó con la posibilidad de salir herida al intentar acercársele. Se había estrellado con fuerza contra una de las paredes de la habitación. El demonio ciervo se había colocado frente a Charlie y soltaba un aura tétrica. Parecía un monstruo.

—¡¡No te acerques!!—Gruñó con una voz completamente distorsionada y con diales de radio en sus aterradores ojos escarlata. Había perdido a su hija, no perdería a su esposa también. El demonio araña no tardó en meterse al conflicto. Le pondría un alto de una vez por todas. Le daría su merecido.

—¡¡Esta será la última vez que la tocas, proxeneta de mierda!!—Alzó la voz poniendo a Vaggie detrás suyo, para poder protegerla de cualquier daño. Sus seis brazos salieron a la luz, sus ojos se iluminaron de un brillante color rosado y colmillos se hacían más prominentes. No permitiría que nadie lastimara a su chica. Y menos ese idiota. Ya le había hecho suficiente daño durante el tiempo que llevaban de conocerse. Demasiado daño en realidad. La había visto llorar tantas veces, que no podía evitar ponerse furioso. Vaggie seguía inconsciente en el suelo, Nifty estaba a su lado y Husk tenía los ojos abiertos de par en par. Ni en un millón de años se hubiera imaginado que algún día, alguien tuviera las agallas suficientes como para retar directamente al demonio radio. Se lo hubiera esperado de cualquiera, menos de él. A sus ojos, ese demonio afeminado no era más que un homosexual inútil. Tal parecía que estaba en un error. Tal vez no fuera un bueno para nada después de todo. Pero aún así, dejarlo enfrentarse solo a Alastor era un suicidio.

—¿¡Qué mierda estás haciendo?!—Gritó al ver como la sonrisa sádica del demonio radio se ensanchaba y Angel gruñía mientras se le acercaba. Charlie no se inmutaba a lo que ocurría a su alrededor, estaba demasiado ocupando lamentándose como para impedirlo.

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