Capítulo 40

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El demonio ciervo observaba a la bella mujer de cabellos rubios a la distancia. Quería acercarse a ella y poder besar su pálido cuello, siendo esta una acción mediocre para intentar sanar sus heridas. Sabía que no repercutiría en contribución a su mejoría, pero al menos quería estar a su lado como soporte. Además de ser un capricho que quería cumplirse. Puesto que su cuello era la fuente principal de su delicioso aroma a lavanda y canela. ¿Cómo podría resistirse a tales placeres? Sin embargo, no podía acercársele, por más ganas que tuviera de hacerlo. Puesto que tenían una regla muy estricta al respecto de su acercamiento en el trabajo. Nada de demostrarse afecto durante horarios laborales, sin excepciones y de ningún tipo. Todo meramente profesional y en beneficio a su rendimiento como empleados. Esto para evitar cualquier tipo de inconvenientes indeseados. Había comenzado a odiar esa maldita regla, lo cual era irónico puesto que él mismo la había impuesto desde mucho antes que su obsesión por Charlie empeorara y se apoderara por completo de él. En ese entonces aún poseía la capacidad de resistirse a voluntad y mantenerse neutral. Ahora mismo, dudaba de sus capacidades. Dudaba que pudiera hacerlo. Puesto que era increíblemente difícil. Costaba el doble del trabajo que antes, quizás hasta más. Pero no rompería su propia regla. ¿Qué clase de hombre sería si no pudiera cumplir a su palabra? No. En definitiva no lo haría. Lo resistiría. Sin importar cuán difícil fuera. Soltó un suspiro de fastidio y volvió a mirarla con el rabillo del ojo. Era tan bella, ni siquiera tenía que esforzarse por serlo. Era natural. Su belleza era sorprendente. No supo en que momento la rubia sintió su ferviente mirada sobre ella y giró su cabeza. Y sus miradas se encontraron. Alastor mantuvo su sonrisa narcisista, no había cambiado su expresión. No permitiría que nada delatara sus verdaderos deseos. Charlie se ruborizó levemente y cubrió su boca mientras se reía sin poder dejar de mirarlo. El demonio pelirrojo arqueó una ceja sin entender su comportamiento. La rubia sonreiá con diversión mientras su sonrojo incrementaba y señalaba discretamente la parte superior de su cabeza. Alastor llevó una de sus manos a la suya, imitándola y palideció al darse cuenta que sus orejas se estaban moviendo de lado a lado inconscientemente. Dejó de moverlas inmediatamente y se aclaró la garganta con incomodidad. Charlie le sonrió por última vez antes de devolver su mirada al frente y seguir con su camino. El demonio radio se llevó la mano al pecho al sentir como su corazón se había comenzado a acelerar. Su pecho subía y bajaba bruscamente. ¿Esto lo había causado un simple choque de miradas? No podía creerlo. Parecía que Charlie debía esforzarse cada vez menos para volverlo loco. Y es que en realidad ni siquiera había hecho nada, tan solo lo había mirado. Unos cuantos segundos. Y ya lo tenía comiendo de su mano. Detestaba admitir su vulnerabilidad, pero carajo, era cierto. Odiaba amarla. Era como si bajara sus defensas y se volviera alguien frágil y desprotegido cuando la tenía cerca. Era toda una dama, hermosa y sin igual. Ahora más que nunca deseaba tenerla entre sus brazos. Era la mujer más perfecta que existía. Sus curvas, su cabello, sus labios, su cuello, sus agraciados pechos y grandes caderas. No podía volver a permitirse dejarla sola. Sus matanzas deberían esperar. El cuerpo de su mujer era una obra de arte, el cual solo podía ser admirado por él y por nadie más. Quería que Charlie lo amara sin condiciones y sin restricciones. Que tomara la iniciativa y se entregara voluntariamente a él. Y pensar que antes se había considerado asexual. Vaya mentira tan descarada. Si fuera decisión suya, no saldrían nunca de la habitación. Pero por obvias razones debían hacerlo. Era adicto a ella. Su piel era su vicio y amarla su placer. Jamás hubiese creído que llegara a volverse a adicto a algo...o a alguien, en este caso. Aún tenía la mirada clavada en Charlie, verla pasearse de lado a lado era un deleite para sus ojos. De pronto hizo algo inesperado. Se despojó de su saco, quedando únicamente con su camisa blanca. Sus pechos sobresalían demasiado. Desde que su querida Charlie se había convertido en la madre de su pequeña hija, esta parte de su anatomía había crecido considerablemente en relación con algunas otras partes de su cuerpo. Esto lo había notado desde su embarazo, pero ese era un gusto que le gustaba darse en la comodidad de su habitación. No compartirlo con nadie. Qué tontería, nunca compartiría a su esposa con nadie. Sus atributos eran de su propiedad. Sus curvas y sus caricias. Todo de ella debía tener una exclusividad total para él. Él era el único que había tenido la dicha de poseerla y así sería por toda la eternidad. No permitiría que ningún otro se le acercara. Ni ahora, ni en un millón de años, ni nunca. Ella era suya. Y no le importaba ser llamado "egoísta". Porque realmente eso era lo que lo definía. Probablemente el mayor de sus errores era considerarse el dueño de su existencia. Volvió a fijar sus orbes escarlata en ella y Charlie sonrío al volver a conectar miradas. Seguro que ella no era consciente de su estado actual. No había forma que lo supiera. Alastor era muy buen actor. Por lo que fingir se le daba muy bien. La rubia desvió su mirada a sus brazos y suspiró derrotada al ver que su pequeña se había dormido en sus brazos.

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