La vida de Vanessa cambia cuando un viejo amigo de su padre muere. Ese amigo, Elián, siempre estuvo para su pequeña familia, compuesta por ella y su padre.
Antes de morir el hombre le pide a Vanessa viajar en compañía de sus mejores amigos, Isaac y...
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Hacía un día maravilloso para tomar un vuelo, el cielo estaba del azul más brillante y las nubes se veían esponjosas y comestibles como los malvaviscos. Nuestro grupo de viajeros comenzaría su tercer viaje en la lista, la que se reducía a un cuarto destino, ya que el quinto continente a visitar, Antártida, era demasiado peligroso y frío como para pisarlo, cosa que desanimó un poco a Vanessa y los demás se aliviaron de que no insistiera mucho en eso.
Mientras que en los corazones de Aleksander, Albert e Isaac crecía la satisfacción con ellos mismos y sus vidas, Vanessa cada día se sumía en una depresión por temas distintos, Elián, su padre, lo que haría por su vida, Aleksander, Isaac y la lista seguía.
La pelinegra necesitaba ser atendida cuanto antes por un profesional, ya no podía aguantar más, a pesar de tanto apoyo, de tanto luchar junto con personas queridas. Tal vez ella sólo pensaba en volver a casa y tirarse en la cama a sufrir, en volver a ver a su padre y tener la vida de antes, pero, nada podía volver a ser como antes, no sin Elián. Estaba tan mal que los amigos de la chica habían decidido el siguiente destino: Turquía. Ella, al escuchar el veredicto del viaje, sólo asintió y siguió escuchando música.
Cuando estaban por entrar al avión, la chica pidió sentarse sola para así poder reflexionar acerca de todas las cosas que había pasado. Se vio de pequeña siendo maltratada por su madre, sus padres discutiendo, la vez en la que su padre la llevó al orfanato, cuando probó el helado por primera vez con Enrique y Elián, aquella vez que conoció a Isaac en la rehabilitación de su padre, al pensar en esto se reprendió mentalmente de no saber del intento de suicidio de su mejor amigo. Ella pensó en estas cosas y más, y derramando una lágrima en un avión a millones de metros de la tierra se quedó dormida.
Aleksander, desde unos asientos más allá, acompañado de Issac, pensaba en Vanessa y en lo mucho que su estado de ánimo había empeorado. El rubio empezó a hablar, sin embargo, el castaño no escuchaba ni tenía ganas de escuchar lo que decía. Issac, al ver esto, le dio un puntapié en la pierna a su amigo y este se quejó, pegándole en el estómago.
— Vanessa me preocupa — manifestó el castaño. — Ella cada vez está más depresiva y alejada del mundo, como si estuviera estancada en sí misma.
— Debe de ser horrible para ti el verla de esa forma, ella está cayendo en un agujero y lo sabes.
— Es frustrante cuando te das cuenta de que la persona que amas está atrapada en sí misma y tú no puedes hacer nada por ella, ni siquiera intentar sacarla de ese estado, saldrá más herida si lo intentas, ella debe sacarse a sí misma de ese duelo en el que está, es un proceso.
El rubio miró al castaño con pesar y sin nada más que decir hundió la cabeza en el asiento y se quedó dormido. Aleksander, ya sin ideas y desesperado al ver a la persona que amaba en aquel estado, tomó una difícil decisión.
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En el otro lado del mundo, exactamente en la capital colombiana de Bogotá, un hombre era visitado por un fantasma del pasado.
Aquella persona que le había causado tanto dolor, que no le dejó ser feliz con la persona que amaba, que lo obligó, maltrató, entre otras cosas. Cuando la vio llegar su corazón no permitió un atisbo de odio. No la odiaba, pero una cosa que sí le causaba era una tremenda y profunda lástima, cosa que era mucho peor.
Nunca le pareció una mujer hermosa ni inteligente. Ni sintió amor por ella. Por la única que sintió amor fue por su hija Vanessa y eso era irreemplazable. Esa niña tan linda, con un espíritu fuerte y deportivo, su hija, única cosa que siempre le agradecería a la mujer que estaba al frente de él y que lo miraba con remordimiento en la mirada.
Enrique, controlándose lo mejor que pudo, le preguntó:
— ¿Cómo me encontraste?
Ella, nerviosa, respondió:
— ¿Te acuerdas de Esteban, nuestro compañero de salón? Él me dijo dónde vivías.
El hombre asintió y dijo:
— Nuestra hija no sabe quién eres, está pasando por una crisis emocional en estos momentos y no sabes cuánto le vendría bien el tener una madre que la cuide, yo estoy pasando por lo mismo y no puedo ayudarla.
La mujer, con los ojos llenos de lágrimas, preguntó:
— ¿Dónde está? ¿Puedo verla?
— Está muy lejos de ti, vuelve en unos meses cuando esté mejor.
Ana bajó la mirada y Enrique le dijo:
— Vanessa ama los deportes, de hecho, está participando en varias becas deportivas universitarias. Tiene amigos muy valiosos, los que la quieren con el alma y hacen todo por ella. Es amable y muy inteligente, es tierna, pero, le hace falta una figura materna. Si quieres puedes hablar con ella, su corazón es mejor que el mío y la conozco, es capaz de perdonarte, si ya no lo hizo...
La mujer lo interrumpió:
— Sé que no merezco llegar aquí. Verte, verla a ella, no después de todo lo que les hice. Les arruiné sus vidas, siempre me arrepentiré de eso...
El hombre sonrió.
— Como todos. Todos en algún momento nos arrepentimos de cosas. Tenemos que asimilar que hay personas que ya no están, que hicimos cosas malas a las personas que amamos, que intentamos atentar contra nuestras vidas, que caímos en una adicción. Todo eso es parte de la vida y hay que vivirla así, como sea, fea, mala, hermosa, buena, porque la vida sólo es una.
Estas palabras llenaron de felicidad y esperanza a esa mujer que tanto daño hizo a las vidas de Elián, Enrique y Vanessa, y por lo menos algo se había resuelto en la vida de Enrique.
Y la ayuda, vendría para Vanessa, tarde o temprano, porque en esta vida todo tiene solución, ¿no?
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