XLVI. Paraíso

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Sábado 19 de abril de 2014

[Punto de Vista Alice]

Limpié mis lágrimas de camino a su coche mientras él me mantenía pegada por completo a su cuerpo. Acariciaba la mitad de mi espalda con su mano, subiéndola arriba y abajo, como si quisiera de alguna manera darme calor. O ánimos. O fuerzas.

Me abandoné a todo lo que sentía por él y finalmente dejé caer la cabeza sobre su hombro. No dijo nada. Ni yo tampoco. Permanecimos en silencio, con el único ruido de fondo de nuestras pisadas, que chapoteaban por los pequeños charcos que esa noche existían en las calles de Londres. Nuestras respiraciones estaban descompasadas. Mientras yo había conseguido mantener la mía tranquila, la suya parecía desbocarse con cada nuevo paso.

El silencio siguió dominando el ambiente en el trayecto hacia su casa. Me recliné en el asiento y me dediqué a mirar por la ventana, preguntándome de cuántas maneras diferentes podía una persona destrozarte y, sin embargo, que siguieras amándolo con cada pedazo de ti.

Miré a Louis cuando el vehículo se detuvo y me indicó con sus ojos que bajáramos. Nos encontrábamos en una especie de garaje, oscuro y frío, y me acerqué a él en cuanto tuve oportunidad, sintiéndome desprotegida por lo gélido que veía todo a mi alrededor. También dentro de mí misma.

Como había hecho antes, me arropó con sus brazos y de esa forma caminamos hacia la salida. En silencio. Observé lo que me rodeaba con cierto interés, por ser un lugar en el que nunca antes había estado. Entramos en un pequeño ascensor que desprendía lujo hasta en el más mínimo detalle y me apoyé en la pared de éste, junto al espejo. Louis pulsó el botón correspondiente y se aproximó a mí de inmediato. Apoyó sus labios en mi frente y cogió mis manos. Y así nos mantuvimos.

En silencio.

Quise observar nuestra imagen en el espejo, oculta prácticamente por completo a mis ojos porque la figura de Louis, de espaldas a éste, nos escondía a ambos. ¿Cuánto tiempo íbamos a permanecer así? ¿Nuestro destino era que él mismo nos escondiera a los dos? Todos nuestros deseos, nuestras ilusiones, incluso nuestros sentimientos, siempre acababan camuflados por él mismo.

Abrió la puerta de su casa. En silencio. Tosí ligeramente, comprendiendo que de no ser así me costaría pronunciar una palabra en el momento en que quisiera hablar.

Louis me dio paso sin decir nada, pero cogió mi mano una vez que puse un pie en su piso. Entrelazó nuestros dedos como no había hecho antes, uniéndolos por completo y sosteniéndome con mucha fuerza. Lo miré sin poderlo evitar y me devolvió la mirada. Pero no dijimos nada.

Su habitación fue nuestro destino. Él dirigió mis pasos, como siempre había hecho, y nos sentó a ambos en un extremo del colchón, frente a una estantería que estaba prácticamente vacía. No soltó mi mano, sino que se dedicó a jugar con mis dedos, a acariciar todos y cada uno de ellos con mucho mimo.

Finalmente, me decidí a alzar la mirada y buscar sus ojos. El azul que tanto amaba estaba mirándome también.

- Nunca te había visto tan nervioso -dije, al fin. Suspiró, bajó la cabeza y se mordió los labios. Temí que estuviera haciéndose daño-. ¿Qué haces aquí? Creía que estabas en Doncaster.

- No podía irme así. Necesitaba... verte -confirmó mis sospechas con la voz ronca. Rota-. Voy a irme a la otra punta del mundo en cinco días. No puedo irme así.

- ¿Así cómo?

Me miró, pero nada salió de su boca. Igual que había hecho él, me mordí el labio inferior con dolor mientras agachaba su cabeza y se alejaba, de nuevo, de mí. Cerré mis ojos y desvié mi rostro hacia mi derecha, impidiendo que viera cómo había comenzado a llorar.

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