XXII. El cuartel general

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  • Dedicado a DoncasterRules
                                    

Domingo 23 de marzo de 2014

Alice

Hice deslizar sobre mi cuerpo un bonito vestido blanco de manga larga, adecuado para la época del año en la que nos encontrábamos. Unas medias marrones con un grosor notable fueron las elegidas para completar mi vestuario junto con unas botas altas del mismo color, aunque en un tono más claro. Me miré al espejo una última vez, eché mano de mi abrigo grisáceo y, tras respirar hondo, salí de mi habitación.

Louis estaba sentado en la butaca situada en un extremo del salón y levantó la cabeza cuando escuchó el sonido de mis tacones repiqueteando en el suelo.

– ¿Estás list...? –No finalizó la pregunta pero mantuvo abierta su boca, sin dejar de mirarme. Se incorporó y caminó hasta mí, al tiempo que yo hacía lo propio–. Estás guapísima.

Aprecié y agradecí la sinceridad que desprendían sus palabras y asentí, sin querer añadir nada. Aún estaba algo descolocada por los últimos acontecimientos, pero tampoco quería detenerme a pensar en lo que estaba haciendo porque no tenía demasiada lógica; hasta hacía media hora estaba terriblemente enfadada con él y en esos momentos estaba permitiendo que me llevara a algún lugar del que, además, no quería hablarme. ¿Por qué?

No quería obligarme a meditar sobre ello porque probablemente acabara discutiendo conmigo misma.

– Vámonos –exigí, toda impaciencia.

Frenó mis intenciones colocando una de sus manos sobre mi abdomen y clavó sus ojos azules en mí. Bajo éstos pude apreciar unas evidentes ojeras hasta entonces desconocidas por mí y me pregunté cuál era la causa que le había hecho dormir poco o mal. Se había colocado el pelo hacia atrás, en forma de un gracioso bucle que dejaba todo su rostro al descubierto. El blanco de su camiseta era impoluto y le hacía parecer mucho más moreno de lo que era. Siempre estaba perfecto para cualquier ocasión y eso conseguía sacarme de quicio. ¿Por qué tenía que resultarme tan atractivo siempre?

– Alice, si vamos a ir y vas a estar a disgusto, no quiero ir –aseguró–. No quiero que estés así.

No contesté. Sabía que no era capaz de imaginarse que lo único que estaba pasando por mi cabeza era un millón de preguntas en torno a la realidad que estaba experimentando: él me hacía sentir como nunca nadie me había hecho sentir y eso me dolía, emocionaba, torturaba y angustiaba por igual.

Aferró mi rostro y condujo sus labios hasta los míos; los unió y cerré los ojos. Una de sus manos descendió despacio hasta que copó mi cintura y me impulsó hacia él, consiguiendo que entre nuestros cuerpos no existieran centrímetros de distancia. No dejó entrever ningún tipo de urgencia en el movimiento de sus labios y, si no se hubiera tratado de Louis Tomlinson, hubiera podido jurar que lo único que quería con ese beso era hacer que me sintiera mejor. Pero provenía de él y, como todo lo que así era, estaba envuelto en una marea de esperanzas por mi parte que probablemente lo único que hacía era distorsionar la realidad.

Detuve nuestro contacto cuando se hizo inadmisible por todo lo que empezaba a despertar en mí.

– Vamos –insistí.

– De verdad, estás guapísima –curvó sus labios y bajé la cabeza.

Él sí estaba guapísimo.

Cogí su mano para evitar más entretenimientos por el camino y lo obligué a seguir mis pasos. Dejé que saliera primero mientras trataba de localizar en mi bolso las llaves. Cerré tan rápido como fui capaz y di media vuelta esperando que Louis hubiera comenzado ya a descender las escaleras. Para mi sorpresa, se encontraba justo detrás de mí.

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