XLIII. Negro

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Jueves 17 de abril de 2014

[Punto de Vista Alice]

Todo era negro. No había nadie a mi lado cuando desperté esa mañana, ni tampoco había nadie a mi lado para hacerme tortitas de chocolate para desayunar. No tuve compañía cuando me senté en uno de los taburetes de la cocina, donde tantas veces había hecho el amor con Louis.

Me vestí en silencio. De negro. Era un día soleado pero en mi interior llovía como nunca había llovido y preferí que los colores de mi vestuario me acompañaran en lugar de acompañar al tiempo atmosférico. No me importó imaginar que todo aquel que me viera pensaría que iba o venía de un funeral; al fin y al cabo, acababan de enterrar a mi corazón. Y lo habían echado tanta tierra por encima que por mucho que escarbara no encontraba la superficie.

Por alguna razón, mi mirada se concentró en mi cama instantes antes de salir por la puerta de mi habitación. Me visualicé a mí misma en ella, junto a Louis, y sacudí la cabeza de un lado a otro, queriendo deshacerme de esos pensamientos que no conducían a ninguna parte.

Salí de casa. También sola. El portal se me antojó más oscuro que de costumbre y me pregunté si a partir de entonces iba a ser siempre así. Nunca me había sentido tan plena como cuando había tenido a Louis a mi lado y su ausencia me había sumido en un pozo oscuro y profundo. Negro. ¿Iba a ser siempre así? ¿Conseguiría alguna vez desprenderme de ese vacío que me había dejado?

Me lo planteé durante unos minutos. Apenas había conocido a ese chico. Cualquiera hablaría de ese dato como una ventaja, pues no tendría por qué costarme demasiado olvidar sus besos, sus caricias, su olor o cualquier otro detalle suyo si apenas había estado tiempo a su lado. Yo, sin embargo, lo taché como un inconveniente. Si había logrado todo eso en mí en poco más de un mes, si había logrado que toda mi energía y mi fuerza vital salieran despavoridas de mí cuando él se había marchado, tal vez era porque Louis, conociéndole poco o mucho, significaba para mí más de lo que nunca iba a significar nadie.

Quise poner cordura y repetirme a mí misma una y otra vez que esa sensación se iría con el tiempo, que lo único que ocurría dentro de mí era que había perdido a "mi primera vez" en todo. Había perdido al primero que me había hecho disfrutar de verdad, había perdido al primero con el que había tenido una complicidad real, había perdido al primero que me había hecho perder la cabeza, los nervios, el orgullo y hasta la dignidad. El primero, en todo lo bueno y en todo lo malo. Pero el primero.

Quise repetírmelo, pero no funcionó. Había perdido a Louis, punto. No importaba el tiempo que llevásemos conociéndonos ni importaba que tuviera una vida por delante para encontrar a otra persona. Lo quería a él. Y lo quería, además, con el convencimiento de saber que nunca encontraría a nadie que me hiciera sentir como él me había hecho sentir. Tal vez conociera algún buen hombre que me tratara bien y me cuidara, y me quisiera como Louis no había sabido, pero nunca sería él. Y yo quería que fuera él.

Siempre había escuchado que cuando conoces al amor de tu vida lo sabes. Todas esas ñoñerías nunca habían ido conmigo y me negaba a reconocer a Louis con esas cinco palabras, "el amor de mi vida", tan repetitivas y tan tópicas. Pero sabía que era él. Sabía que si existía alguien en ese mundo que debía completar mi vida, era él. Lo sabía. Y lo había perdido.

Llegué tarde al trabajo. Esperé, realmente con esperanza, que Benedict fuera capaz de pasar por alto ese retraso y no nos inmiscuyéramos en otra de nuestras disputas que parecían no tener fin. Ese día lo último que necesitaba era que una negra tormenta en forma de hombre se abalanzara sobre mí con la intención de desplegar sus rayos más oscuros y dolorosos en mi persona.

Obviamente, no tuvo piedad. No apreció las ojeras sobre mis ojos, o no quiso apreciarlas. No observó mi rostro contraído, o no quiso observarlo. No prestó atención a la poca energía con la que me movía hasta el mostrador, o no quiso prestar atención. En cualquier caso, comenzó a llover en la librería, encima de mí, cuando la tormenta se desató.

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