IX. Desnúdate

17.4K 523 72
                                    

Viernes 7 de marzo de 2014

Alice

Di un nuevo sorbo a mi delicioso café y lo deposité en el mostrador tras ello, sin retirar mis manos del recipiente para llenarme de su calor. Dirigí mi mirada al señor Flint, que aquella mañana estaba especialmente hablador, y le hice ver que me interesaba por todo lo que contaba.

– Sarah siempre ha sido mucho más independiente que Katherine, por eso nunca ha tenido problemas en viajar de un sitio a otro. Y, ahora, ¡fíjate dónde la tengo! ¡En Alemania!

Reí pausadamente. Me gustaba la forma en la que el señor Flint hablaba de sus dos hijas porque lo hacía con absoluta admiración; no podía evitar preguntarme si mis padres hablaban de mí con ese mismo orgullo en la voz.

– Muchas veces he pensado que esa es la razón por la que Katherine se casó tan pronto, porque siempre ha necesitado a alguien a su lado. No puedo quejarme, la verdad, porque Benedict es un gran hombre. Muy educado, muy honesto –tosió durante unos segundos y, tras ello, movió la cabeza de un lado a otro–. Perdona, hija, no quiero aburrirte más.

– ¡En absoluto me aburre, señor Flint! No se preocupe.

– ¿Cuántas veces tengo que pedirte que me llames Thomas? No soy tan mayor, querida, aunque tenga esta pinta de viejo destartalado.

– Se conserva usted muy bien, no diga eso.

– ¿Usted?

Enarcó una ceja y escondí una risa.

– Te conservas muy bien –corregí, atendiendo a su petición de que me olvidara de los modales.

Era algo que, sin duda, iba a costarme. Había sido educada para mostrar respeto siempre y pocas cosas me hacían sentir de igual manera que lo estaba consiguiendo que tratar a alguien de usted. Probablemente Thomas Flint, mi entrañable jefe y dueño de la librería, no sobrepasaba los sesenta años, pero me resultaba extraño observar su pelo cubierto de escarcha y no mostrar ese respeto que me habían inculcado. Tendría que amoldarme, desde luego.

– ¿Qué hora es, querida?

Observé el reloj de pulsera, un viejo regalo de mi madre, y sonreí sin darme cuenta al pensar en ella. La echaba de menos. Estaba falta de un tipo de cariño que sólo ella podía y sabía darme.

– Las diez y veinticinco –respondí, apartando esos pensamientos.

– Voy un momento al almacén, tiene que estar al caer un cliente y tengo una entrega para él.

– ¿Quiere que le ayude?

– No, no hace falta. Quédate aquí, por si entra alguien. Una chica joven siempre da mejor imagen que una persona a la que hay que tratar de usted.

Reí a carcajadas tras recibir un guiño de ojos por su parte. Ya me había considerado afortunada la primera vez que había puesto un pie en la ciudad inglesa, pero parecía que mi suerte iba en aumento. No podía tener quejas de ningún tipo con respecto a Thomas Flint porque era una de las personas más agradables y encantadoras que nunca había conocido. Empezar prácticamente de cero en un lugar siempre es difícil, en ocasiones desagradable incluso, pero todo lo que me rodeaba estaba convirtiendo aquellos días en una experiencia maravillosa.

Durante la última media hora, Thomas me había hablado con ilusión de cómo Sarah, su hija menor, había estado siempre pendiente de la librería como si aquel negocio dependiera de ella. Con su marcha a Alemania, los días empezaron a hacerse muy cuesta arriba y comprendió que no podía llevarlo él solo. Su mujer había fallecido hacía casi dos años y Katherine, su hija mayor, y Benedict, el marido de ésta, le ayudaban siempre que podían, pero no era suficiente para hacerse con una de las librerías más frecuentadas de todo Londres. Por ende, sus problemas de espalda cada vez iban a peor y, según él mismo reconocía, empezaba a sentirse mayor. De ahí la necesidad de contratar un ayudante. En ese punto entraba el papel que jugaba yo.

More than this | Fan-fic de Louis TomlinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora