I. Miradas

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Viernes, 21 de febrero de 2014

Alice

Bajé insegura del taxi, aún aturdida por el ajetreo vivido en las últimas horas. El tacón de mi botín derecho fue a parar a uno de los charcos más que típicos de las aceras de Londres y reprimí un suspiro. Esa no era la mejor manera de comenzar una noche que prometía ser, en palabras de mi prima, inolvidable.

Ignoré la humedad creciente en mi cuerpo y seguí andando. Trastabillé de nuevo y, al instante, Perrie se situó a mi lado. Me observó con sus grandes ojos azules y cogió mi brazo en un intento de impedir que volviera a tropezar.

– ¿Estás nerviosa?

– Regular.

Mi querida prima me miró con compasión.

– Recordaba una chica bastante más decidida.

Reímos al tiempo que nos dirigíamos al portal. Perrie pulsó el telefonillo un par de veces y una voz grave, acompañada por una música de fondo, nos dio paso. La puerta se abrió ante nosotras con un leve empujón y fue entonces cuando me di verdadera cuenta de la inmensidad de ese edificio. Y del lujo.

– ¿Cuántas plantas tiene?

– Veinte.

Enarqué una ceja.

– Menudo novio te has buscado, ¿no?

Rió con ganas y asintió.

– El mejor que hay.

Tenía ganas de conocer a Zayn. Por unos motivos o por otros, siempre que había tenido oportunidad de visitar a mi prima, él se encontraba fuera de la ciudad. Resultaba casi absurdo que, después de tanto tiempo juntos, aún no se hubiera dado la ocasión de encontrarnos pero pronto iba a dejar de ser un problema.

Sin embargo, no había sido difícil darle ese visto bueno que tanto exigía mi prima favorita; sin mi aprobación, esa relación no iba a ninguna parte. Perrie y yo habíamos sido inseparables desde que éramos niñas, hasta que mis padres decidieron trasladar su lugar de residencia a España. Desde entonces, no habían sido muchas las veces en las que habíamos conseguido vernos, aunque nunca transcurría más de una semana sin que supiéramos la una de la otra.

Por supuesto, no era la primera vez que viajaba a Londres. Mi presencia en la magnífica capital inglesa se había incrementado a medida que había ido creciendo pero en aquella ocasión la ciudad me resultó diferente. Podía deberse a que ya no se trataba de un simple viaje para visitar a la familia: se había iniciado mi estancia definitiva en la ciudad. Llevaba deseando tanto tiempo aquello que, una vez conseguido, todo se había vuelto distinto. Y mejor.

Echaría de menos a mis padres y no me olvidaría de ninguna de las relaciones que había trazado en el país, pero volver a esa ciudad significaba más que un mundo para mí.

– ¡Eh! –Perrie sacudió mi brazo mientras el ascensor continuaba ascendiendo y la miré–. Estás en las nubes, ¿te pasa algo?

– Nada de presentarme gente como si fuera tu nueva mascota –la amenacé con el dedo índice y rió–. Sólo quiero conocer a Zayn, es lo único que exijo. Y lo único que deseo –aclaré–. El resto de personas presentes en la fiesta es totalmente prescindible.

– Zayn tiene unos amigos guapos –su ojo izquierdo se cerró en un guiño.

Negué con la cabeza, exasperada.

– Y una novia muy pesada.

El ascensor llegó a nuestro destino y dejé que Perrie atravesara sus puertas primero. Ya podía imaginarme cómo sería la casa de mi primo político. Inmensa, seguro. Enorme. Descomunal. No había más que ver cómo era el resto del edificio para adivinar aquello.

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