XXIV. Hasta que me besó

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Lunes 24 de marzo de 2014

[Punto de Vista Alice]

Había dormido poco y mal. La noche anterior me había costado conciliar el sueño como en pocas ocasiones y una vez que lo había conseguido los acontecimientos de todo el día me habían atormentado en forma de pesadillas. Louis apareció en todas ellas, siempre en la distancia, y esa mañana desperté con la seguridad de que no había nada peor que sentirle lejos.

Pero mentiría si dijera que me torturé pensando en ello. Lo cierto es que la compañía de Benedict conseguía mitigar cualquier sentimiento de ausencia aunque fuera momentáneamente. El día anterior le había dejado entrever a Louis lo que empezaba a sentir hacia él y sabía que eso podría haberme condenado. De no ser por Benedict, la idea de haber perdido a Louis hubiera estado maltratándome durante todo el día, pero sólo acudió a mí muy de vez en cuando, acompañada siempre de un inevitable pensamiento: quizá eso era lo mejor. Quizá lo mejor era perderle. Quizá lo mejor era estar condenada.

Quizá lo mejor era olvidarme de una vez por todas de las esperanzas que había construido en torno a Louis y que no conducían a ninguna parte. Él no iba a cambiar nunca por mí, y yo ya estaba cansada de hacerlo por él. Estaba cansada de sentirme de la manera en que me sentía cuando estaba con él, estaba cansada de haber dejado de ver únicamente sexo en él y estaba cansada de sonreír como una idiota cuando me abrazaba. Estaba cansada de todo eso. Estaba cansada de fingir que no me importaba y de mostrarle una sonrisa cada vez que hacía referencia a su agitada vida sexual.

Estaba cansada, sí. Pero también sabía que ese cansancio sólo estaba presente cuando era él quien me faltaba. Y por eso también estaba convencida de que no importaba que sintiera que lo mejor era acabar con mi no-relación con Louis: nunca lo haría. Nunca lo haría, por muy cansada y dolida que estuviese.

A esa conclusión llegué justo antes de marcharme de la librería, tras un cariñoso beso en la mejilla de Benedict y una posterior sonrisa que le hubiera robado el corazón a cualquiera. Esperé sinceramente que Katherine estuviera orgullosa y satisfecha con lo que tenía, porque se había llevado al mejor marido que se ponía encontrar en todo el Reino Unido.

Perrie pasó a buscarme a la salida del trabajo y fuimos juntas hasta mi piso, donde teníamos la intención de conversar, cenar tranquilamente y tal vez ver cualquier película con la que acabar llorando a mares. Traté en todo momento de dirigir nuestra conversación hacia temas que no necesitaran ahondar en cómo me encontraba realmente para así evitar un sermón más por su parte. Me conocía como pocas personas y me sería difícil simular durante mucho tiempo que nada importante estaba ocupando mi mente.

No había sabido nada de Louis en todo el día, y se me empezaba a hacer muy cuesta arriba.

- A ver, tienes dos opciones -cerré los ojos, dándola la espalda, cuando aprecié el tono en su voz de “ahí viene una charla”. Removí las patatas fritas en la sartén y supliqué que no pronunciara su nombre-. Primera opción: puedes contarme lo que te pasa, explicarme qué te ha hecho Louis, hablarlo tranquilamente y que después te regañe por ello -me giré para protestar pero alzó su mano, instándome a que permaneciera callada. Se cruzó de brazos y me miró con autoridad-. O bien, segunda opción, puedes contarme lo que te pasa, explicarme que Louis no tiene nada que ver, sentirme engañada y que después te regañe por ello.

Estupendo. Hice una mueca, me mordí el labio inferior y dejé caer mi cuerpo sobre la encimera, recostando mi espalda en ésta.

- ¿No hay una tercera? -Cuestioné, con cierto humor.

- Sí. Puedes contarme lo que te pasa, explicarme qué te ha hecho Louis, ir juntas a matarlo y que después te regañe por ello.

- Vale, pues teniendo en cuenta las diferentes opciones y valorando todas en profundidad creo que me quedo con ninguna -le saqué la lengua-. No me pasa nada.

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