IV

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Llego al lugar del nuevo caso, tal vez no debería investigar esto, pero tiene una extraña relación con Pegeas. Estaciono el R15 y me acerco a un policía.

—Buenas tardes oficial —saludo sacando el casco de mi cabeza. —Soy Kerim Unam, detective y criminalista.

—Buenas tardes.

—¿Qué antecedentes hay sobre el caso? —pregunto mientras reviso el edificio y la distancia de donde cayó.

—El hombre se llamaba Azkeel Moya, abogado —revisa un cuaderno, más grande que la libreta de Vlad—. De edad aproximada de 32 años. Las primeras pericias arrojan que fue suicidio y que se lanzó de su propia habitación en el décimo piso.

—¿Puedo ver el cuerpo?

—Claro, venga conmigo —me lleva dentro de una carpa que cubre el lugar del accidente.

Al ingresar lo primero que distingo es al cuerpo con una capucha ploma, muy similar a la típica imagen de la muerte. En la espalda tiene escrito ¡AYUDA! Con la misma letra y color que en el espejo de Pegeas. La mano derecha está rígida y de un color grisáceo.

—¿Por qué tiene la mano gris? —pregunto a los forenses y peritos presentes.

—No es solo la mano, es toda la piel —se acerca uno entregándome un par de imágenes.

Las imágenes denotan la posición, los detalles y las cosas de alrededor. El rostro y cuerpo está completamente gris con franjas color crema. ¿Qué significa? Algo me confunde y es una pluma a un lado del cadáver en varias fotografías, pero no la veo en la escena.

—¿Dónde está la pluma? —muestro una de las imágenes.

—Creímos que era de una paloma, ya que el edificio está lleno de esas aves —responde uno de los peritos.

—Esta pluma no es de paloma, a simple vista diría que es de cisne o de ganso, pero es de otro animal —analizo lentamente. —¿Dónde dejaron la pluma?

—Yo la guardé señor —responde una oficial.

—Gracias, me la entrega por favor.

—No hay problema —sale de la carpa.

Me agacho y reviso el cuerpo del hombre. Me doy cuenta que está semidesnudo, solo con los calzoncillos puestos; sus rostro muestra relajo y el golpe fue interior, ya que no hay sangre; levanto la manga derecha y descubro algo interesante, en el antebrazo hay una inflamación. ¿Era drogadicto?

—¡Señor, acá está la pluma! —interrumpe la joven policía.

—Gracias —me levanto y recibo la bolsa con la pluma—. ¿Hay alguien en el departamento de nuestro amigo?  

—Hay varios peritos y oficiales, ¿quiere que lo acompañe alguien? —pregunta el oficial que me recibió.

—No, solo díganme el número de la habitación y subo.

—Es el 107 señor, décimo piso.

—Gracias, nos vemos luego —levanto la mano derecha—. Me voy a llevar la pluma para seguir investigando —salgo de la carpa.

Miro hacia arriba para identificar la localización del departamento. Ingreso al edificio, en la entrada está el conserje testificando con unos policías. Me detengo y busco en que subir, en frente hay un par de ascensores, me acerco y cliqueo los botones del primero. En pocos minutos desciende y me subo, una música relajante suena. Acerco mi dedo al botón 10, pero descubro algo, tiene una mancha verde. Busco mi móvil para sacar una fotografía y el pañuelo de mi chaqueta, que ocupo para limpiar el visor de mi casco. Fotografío y paso el lado limpio del pañuelo por el número, arrollo la tela y lo guardo junto a la pluma en la bolsa. Ahora pulso el botón y me destino al piso.

SprengenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora