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Tres semanas después

—Estás ahí, ma chère. Creía que te habías ido a la cama —Armand se hallaba al borde de la terraza de su dormitorio, mirando hacia la oscuridad. La brasa de su fino cigarro relucía en la noche.

—No debes fumar, ni beber, ya lo sabes —Effie se acercó a él y le quitó el cigarro de los labios, se lo llevó a la boca e inhaló profundamente.

Armand rió y levantó la otra mano para beber un sorbo de su copa.

—Ah, Effie —murmuró, pensativo, mientras paladeaba el ron—. Voy a echarte de menos.

—Claro que sí —ella exhaló y el humo caracoleó en torno a su cabeza y se disipó en la cálida brisa nocturna—. No habiendo nadie que impida que te ahogues en ron, dentro de seis meses estarás muerto.

Armand sonrió y siguió mirando la selva, más allá de la casa.

—A veces creo, ma chère, que debí casarme contigo y no con Sophie. Creo que a ti podría haberte hecho feliz.

—Ya has bebido bastante ron, ¿no? —inhaló de nuevo el humor del cigarro—. Y soy demasiado vieja para ser la chère de nadie. Sobre todo, la tuya. Además, tuviste tu oportunidad hace muchos años, en Nueva Orleans —se acercó a él y habló al cabo de un momento, suavizando la voz—. Ella era feliz, ¿sabes?, quizá no como tú esperabas, pero era feliz con la vida que escogió contigo.

—La vida que se vio obligada a escoger, querrás decir.

—Te equivocas, Armand, si crees que Sophie se casó contigo contra su voluntad. Ella no se habría deshonrado a sí misma, ni a ti, ni a Katniss, de ese modo.

—Yo la quería muchísimo, ¿sabes? Y aunque ha pasado un año, sigo echándola mucho de menos. Nunca me quiso como a Edward, pero me hizo muy feliz y, ahora que no está, los días me parecen vacíos. Ni siquiera las nativas que traigo a mi cama pueden... —suspiró—. La soledad persiste.

—Ella te quería, Armand. Sin duda tú lo sabes —dijo Effie—. Y Katniss también te quiere.

—Por eso debe irse ahora —dijo él con firmeza—. No me importa lo que diga, mañana estará en ese barco cuando zarpe.

—Ya sabes que esta idea tuya no me ha gustado desde el principio —contestó Effie—. Ella te quiere, Armand, y creo que debes recapacitar. Un año más, ¿qué más da esperar un año más? Katniss sería más mayor, más sabia y...

—Non —dijo él, y apretó con más fuerza el vaso—. No permitiré que Katniss malgaste su vida con Maurice Dupree o con otro como él, y no permitiré que se quede aquí sentada viendo cómo me marchito —le lanzó una mirada penetrante—. Y tampoco permitiré que le hables de mi enfermedad, ¿me has entendido? Si sabe que estoy enfermo, tendré que atarla para llevarla a bordo de ese barco. Non, es hora de que mi querida hija despliegue sus alas, y yo no voy a cortarlas con mi fragilidad humana —se llevó una mano a la tripa—. Parece que un fuego arde en mi estómago día y noche, y ahora escupo sangre. No permitiré que Katniss me vea morir —el esfuerzo de sus palabras le hizo toser violentamente.

Effie suspiró.

—Querido Armand —le acarició la espalda con la mano, esperando a que pasara el acceso de tos—, no te alteres o te dará otro ataque.

—No —dijo él, intentando recobrar el aliento—. Pero esta vez ni tú ni mi hija me haréis cambiar de opinión. Mis deseos se cumplirán. Katniss irá a Londres como deseaba mi querida esposa, y su padre tendrá que reconocerla —carraspeó y dejó que su mente vagara al pensar en su bella hija. Desde que viera por primera vez a aquella niñita de tres años en un salón de Nueva Orleans, rodeada de cortesanas, había sabido que Katniss estaba destinada a grandes cosas.

Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora