Katniss corría frenéticamente por el atajo que llevaba a los establos, abriéndose paso entre la maleza mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—No es cierto —gritaba una y otra vez—. ¡No es cierto! ¡Mi madre no era una ramera! —y, sin embargo, sabía en el fondo que era la verdad. La expresión de su tía Effie lo había dejado bien claro. Su madre, su querida mamá, la Sophie de su padre, había sido una mujer de la calle... una prostituta. Comprendió de pronto que, en el fondo de su corazón, siempre había sabido que su madre guardaba un terrible secreto. Había siempre en ella una tristeza que nada podía disipar, ni siquiera el amor de su hija y de su devoto esposo.
—Pero, ¿cómo pudiste hacerlo, mamá? —musitó mientras aflojaba el paso. Jadeaba tan fuerte que le dolía el pecho—. ¿Cómo pudiste morir sin decirme la verdad? —preguntó mirando el cielo iluminado por las estrellas.
Pero, naturalmente, no hubo respuesta, ni de los cielos, ni de su madre, que llevaba muerta casi un año. Un año ya... y, sin embargo, parecía que acababan de enterrarla en el hermoso lugar que su padre y ella habían elegido. Su enfermedad había sido muy rápida: una súbita pérdida de peso, visión borrosa, sed y aturdimiento. Llamaron a un médico, pero éste se mostró incapaz de curar la extraña enfermedad que llamaba «mal del azúcar», y su madre murió tres semanas después.
Katniss experimentó una inmediata sensación de alivio al acercarse a los grandes establos de su padre. Los establos siempre habían sido un refugio para ella, cuando estaba triste o enfadada. Cabalgar entre las olas le producía siempre una sensación de libertad que durante el año anterior parecía haber ansiado cada vez más. Vio ante sí el resplandor tenue de la lámpara del cuarto de arreos y sintió un aleteo en el corazón. ¿Habría ido Maurice a verla, con la esperanza de que se escabullera unos minutos? Apretó el paso y, al cruzar la puerta, el lando de su corazón se llenó de expectación. Avanzó con sigilo por el pasillo central y oyó removerse a los caballos en sus cuadras. Un rayo de luz salía por la puerta entreabierta, y su corazón se hinchó de emoción. ¡Su amado estaba allí!
—¿Maurice? —susurró. Luego oyó una voz femenina y vaciló—. ¿Rue? —¿qué diablos estaba haciendo su hermana en el establo? ¿Iba a ensillar un caballo para ir a ver a Jacques?
—¿Katniss? —preguntó Rue desde detrás de la puerta—. Creía que estabas en el jardín con...
—¡Oh, Rue! —Katniss corrió a la puerta y la abrió—. No te vas a creer lo que... —se agarró con fuerza a la puerta y se quedó mirando, pasmada.
Rue se apartó del abrazo de un hombre.
—¡Maurice! —el corazón de Katniss se contrajo y el mundo pareció desplomarse a su alrededor.
—Ka-Katniss, mon amour...
—¡No! —ella agarró un rastrillo que había en un rincón del cuarto de arreos.
—Esto no es lo que parece, ma chére —Maurice se acercó a ella con los brazos abiertos.
—¡Que no es lo que parece! —gritó Katniss.
—Katniss, por favor —dijo Rue. Su hermana llevaba un vestido sencillo que le llegaba justo por debajo de las rodillas, un vestido parecido a los que usaban las nativas. Era lo que solía ponerse cuando salía a hurtadillas de la casa para encontrarse con algún hombre.
—¡Apártate! —Katniss amenazó a Rue y dio un paso hacia Maurice mientras agitaba el rastrillo—. ¡Dijiste que me querías! ¡Dijiste que querías casarte conmigo! —se le quebró la voz al apoderarse de ella la rabia—. ¡Dijiste que tendríamos unos hijos preciosos!
ESTÁS LEYENDO
Ojos de Plata
Ficción históricaKatniss Everdeen está empecinada en ser reconocida como hija legítima del conde de Wessex y así defender el honor de su madre, lo que no sabe es que el conde actual Peeta Mellark conde de Wessex puede concederle lo que Katniss tanto desea, sin embar...