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—Disculpe, lord Wessex —el intruso carraspeó y miró con fijeza a Katniss, que intentaba apartarse de los brazos de Mellark—. No sabía que estaba… —carraspeó de nuevo, visiblemente divertido—… ocupado —retrocedió mientras lanzaba a Katniss una sonrisa lasciva. ¡Él también creía que era una especie de libertina!
—¡Espere! —gritó ella, acalorada, e intentó alisarse el corpiño del vestido—. Esto no es lo que parece, señor. Yo sólo…
—Lord Wessex —el intruso, que seguía sonriendo, hizo una reverencia ante Mellark y cerró la puerta sin prestar atención a Katniss.
—¿Cómo ha sido capaz? —preguntó Katniss con indignación, apartándose de Mellark mientras aún intentaba enderezarse el vestido.
Mellark la miraba con cierta perplejidad.
—No eres una fulana, ¿verdad?
—Desde luego que no —Katniss se echó hacia atrás un mechón de pelo suelto y luego señaló con rabia la puerta—. ¿De qué va a servirme ahora la verdad? Ese hombre… ese hombre le dirá a todo el mundo que estaba a solas con usted.
—¿Y qué me estabas besando? —preguntó él, y dio un paso hacia ella sin dejar de sonreír.
Katniss se limpió la boca con el dorso de la mano enguantada.
—¡Yo no lo estaba besando, señor! —replicó. Él dio otro paso adelante y ella se apartó, rodeando la mesa de billar—. Debo… debo hablar con usted acerca de mi padre. Acerca de Edward Mellark —dijo, y procuró ordenar sus pensamientos y recordarse el motivo de su presencia allí. Sin embargo, sólo podía pensar en él. En su boca. En su sabor—. Pero… pero… —tartamudeó, indignada—. Un lugar público sería más apropiado, dado que no puedo confiar en que se comporte como un caballero.
Él la sorprendió de nuevo al no saltar en defensa de su honorabilidad, como habría hecho cualquier caballero decente. Por el contrario, echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
—¡Cómo se atreve a reírse de mí! Esto no ha acabado, señor Mellark —le espetó ella y, dando media vuelta, se dirigió precipitadamente hacia la puerta.
—Espero que no —dijo él a su espalda sin dejar de reír.
Katniss salió hecha una furia de la sala de billar y cerró de un portazo. Al echar a andar a toda prisa por el pasillo hacia la música, levantó los ojos y vio que había algunos invitados a ambos lados del pasillo, observándola. Pasó a su lado y entró en el vestíbulo. Sin buscar siquiera a la tía Effie o a Rue, salió por la puerta principal.

 
***
 

—Ahí está.
Effie no pudo evitar sonreír al ver que Haymitch Abernathy se acercaba a ella apresuradamente. Era bastante apuesto para ser un hombre de mediana edad y a pesar de que era calvo. Esa noche habían compartido un baile y una conversación muy interesante.
—Por favor, no me diga que iba a marcharse sin decirme adiós, mi querida Cenicienta. Creo que no podría dormir esta noche si no me despidiera de usted.
Ella le ofreció la mano y vio cómo se inclinaba ceremoniosamente y rozaba su dorso con los labios.
—Señor Abernathy —dijo con una risilla—, es usted muy galante con les dames.
—Sólo con las damas tan bellas y encantadoras como usted, mi Cenicienta.
Ella sonrió, sinceramente halagada.
—Ahora sé que está usted siendo insincero. Hay muchas mujeres en esta casa más atractivas para la vista y ciertamente más jóvenes que yo.
—Pero es usted, mademoiselle Trinket, quien ha cautivado mi imaginación. No suelo conocer a mujeres tan interesantes como usted.
—He de irme, señor Abernathy —todo el mundo en el baile chismorreaba acerca de Katniss y lord Wessex. Debía asegurarse de que Katniss estaba bien.
—Ojalá no se fuera. ¿Un baile más? ¿Un paseo por el jardín, quizá? —la ancha frente de Abernathy se frunció—. O, si está cansada, podríamos…
—¿Cansada? —dijo Effie, y sacó un pie por debajo del vestido—. Podría bailar toda la noche.
—Apuesto a que sí, mademoiselle Trinket —él sonrió.
Ella entornó los ojos.
—¿Está seguro de que no está casado, señor Abernathy?
—Me temo que sí. Soy viudo desde hace tres años.
—¿Amaba usted a su esposa?
—Sí. Mucho, y la echo de menos.
—Buena respuesta. Ahora debo irme, pero, dado que ha pasado usted la prueba, puede venir a verme el domingo por la tarde para llevarme a dar un paseo en coche por Hyde Park —se acercó a la puerta y el lacayo la abrió.
—¡Y pensar que ni siquiera sabía que estaba pasando un examen y que, por lo visto, no sólo lo he aprobado sino que he ganado el premio! —dijo tras ella el abogado, con la cara colorada por la alegría.
—Buenas noches, señor Abernathy —Effie salió. Hacía años que no se sentía tan ligera.

Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora