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—Ya, ya —decía Effie, sentada al borde de la cama de Katniss, mientras le acariciaba el pelo—. ¿Quieres que te traiga una taza de té? ¿Con un poquito de jerez, incluso?
—No, estoy bien, de verdad —Katniss se enjugó los ojos hinchados con el pañuelo húmedo—. Lo siento, tía. Me he portado muy mal —sollozó—. No te quedes aquí, conmigo. Deberías ir al teatro con lady Carlisle, como tenías previsto.
—Tonterías. ¿Qué sentido tiene que una vieja como yo vaya al teatro? No es más que un sitio para ver y que te vean —le puso en la mano un pañuelo seco—. No hay nada de malo en llorar. Acabas de saber que tu padre ha muerto. Pensaría que te pasa algo raro si no lloraras. Sólo lamento que lord Carlisle no se haya enterado hasta esta tarde, cuando fue a su club.
Katniss se enjugó los ojos de nuevo y miró el techo pintado de blanco. Fuera casi había oscurecido y Rue había echado las cortinas de damasco azul claro y había encendido dos lámparas de aceite que proyectaban sombras sobre el techo.
—¿Recuerdas cómo fue cuando murió tu madre? —Rue estaba sentada al otro lado de la cama—. Nos pasamos días llorando.
—Lo sé, pero era mamá… No sé por qué estoy tan disgustada, si ni siquiera conocía a mi padre. Nunca he visto su cara, ni tenía deseos de verla. Estaba tan enfadada con él por lo que le hizo a mi madre que creo que sólo quería decirle lo mucho que lo despreciaba.
—Non, ma petite. ¿Cuántas veces tengo que recordarte que tu madre dejó muy claro que no creía que Edward supiera nunca lo que le ocurrió?
—Me da igual. Debería haberlo sabido. Si ese… si ese hombre que había en casa de mi padre no se hubiera puesto tan odioso conmigo… —dijo, cada vez más enfadada—. Fue simplemente abominable.
—Abominable o no, parece que es el heredero de tu padre. Es Peeta Mellark, un americano, primo lejano de tu padre, según le han dicho a lord Carlisle —Effie, vestida con un elegante traje de noche, se levantó y se acercó a la mesa donde había dejado la botella de jerez.
—¿Un americano? —preguntó Katniss—. ¿Y por qué no se enteró antes lord Carlisle?
—Vamos, vamos, gatita —Effie se sirvió una buena dosis de jerez—. No culpes al mensajero. Llegamos ayer. ¿Cómo iba a saberlo lord Carlisle? Edward murió hace seis meses por causas naturales, y lord y lady Carlisle llevaban siete meses de viaje, acompañando al barón y la baronesa en su luna de miel. Además, te habrías enterado de la muerte de tu padre de manera mucho menos brusca si no fueras tan terca y no hubieras ido a verlo tú sola y en contra de mis deseos.
Katniss se sentó en la cama y se apartó el pelo de la cara.
—¿Por qué siempre dices que soy terca en ese tono? A fin de cuentas, si mi madre no hubiera sido terca, se habría muerto en Nueva Orleans, cuando estaba sola, con una niña pequeña y sin sitio donde vivir.
—Pero no quieres volver a Martinica, ¿verdad? —preguntó Rue. Katniss la miró—. No quiero parecer egoísta —prosiguió su hermana—. Reconozco que prefiero quedarme porque me gusta el ambiente de Londres, pero, ¿qué ha cambiado en realidad, Katniss? Sí, el conde de Wessex ha muerto, pero tú sigues siendo su hija.
—Tienes razón, Rue. Eso no ha cambiado, y ese hombre despreciable no puede hacer nada al respecto.
—No, no puede —Effie levantó su copa de jerez a modo de brindis y bebió un sorbo.
—No tengo derecho legal a la herencia de mi padre, claro. Soy una mujer. Las leyes inglesas no me permiten heredar de mi padre, a no ser que se me mencione expresamente en el testamento.
—¿Para qué has venido, ma chère? ¿Has venido buscando dinero o tierras?
—He venido porque mi madre…
—Eso no es lo que te he preguntado —la interrumpió Effie acercándose a la cama—. Yo quería muchísimo a tu madre, pero eres su hija y sé muy bien que no has venido sólo para cumplir su sueño.
Katniss se tomó un momento para pensar antes de responder.
—He venido porque era el deseo de mi madre —dijo con firmeza—, pero también para satisfacer mí deseo de ser reconocida.
—Y…
Katniss miró a los ojos a Effie.
—Quería que el conde reconociera que mi madre era legalmente su esposa, no que me aceptara como hija —vaciló—. Así que supongo que, en cierto modo, vine por ella, pero no por las razones que ella hubiera querido.
Effie sonrió por encima del borde de la copa.
—Ésa es la Katniss que yo conozco.
—Está muerto, lo sé, pero yo sigo siendo la hija de lord Edward Wessex y Sophie Barkley sigue siendo su esposa —agregó Katniss—. Y, heredero o no, ese hombre debe reconocerme como tal. Debe hacer un anuncio oficial ante todo Londres y reconocerme formalmente. A pesar de la muerte de mi padre y de que su título haya pasado a manos de ese americano, sigo teniendo derecho a conservar su apellido —apretó la mandíbula tenazmente—. Tía Effie, ¿no te dijo lord Carlisle que la viuda de mi padre iba a dar una fiesta el sábado por la noche en honor del heredero americano de su marido?
—Sí.
—¿Crees que sería muy inadecuado que asistiéramos a esa fiesta?
—Estoy segura de que lady Carlisle podrá conseguirnos una invitación. Parece que toda la buena sociedad de Londres ha recibido una. Por lo visto, la viuda está deseando exhibir al heredero. Dicen que no sólo es guapo, sino también muy rico.
—¿Por qué demonios quieres asistir a una fiesta en honor de un hombre que te ha insultado? —preguntó Rue, sorprendida.
Katniss se volvió hacia ella con una sonrisa furtiva en los labios.
—¿Cómo voy a exigir mi título, si no veo otra vez en persona a ese truhán?
 

Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora