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—¿Qué diablos vas a hacer con eso? —preguntó Myra mientras sujetaba la puerta de la cocina para que pasara Katniss, que llevaba una bandeja cargada con cuencos de sopa. Uno de los lacayos iba delante de ellas, llevando una monstruosa sopera de porcelana. La señora Dedrick acababa de anunciar que el señor Mellark y sus invitados se dirigían al salón y que había que servir la sopa de inmediato.

—No sé —susurró Katniss, que apretaba el paso detrás de Myra—. Casi me dan ganas de echarlo en la sopa y dárselo a todos ellos.

—No, no debes hacer eso —dijo Myra, alarmada—. Sabrían enseguida que habíamos sido nosotras.

Katniss se rió por lo bajo.

—No voy a dárselo a todos, aunque el señor Mellark se lo merece, por ser tan tonto con Glimmer.

—Pero ella es la hija de su mejor amigo —dijo Myra en defensa de Peeta—. Es tan caballeroso...

Katniss arrugó el ceño.

—Parece que tú también estás medio enamorada de él.

Myra dejó escapar una risilla.

—¿No lo estamos todas? —dijo mirando hacia atrás. Luego levantó la barbilla y entró en el comedor detrás del lacayo con su bandeja, cargada con un cucharón y cucharas soperas.

—Ah, damas y caballeros —anunció Peeta desde la cabecera de la hermosa mesa de caoba que Katniss había abrillantado la víspera—, por favor, tomen asiento. Creo que la cena está servida.

Durante la siguiente media hora, Katniss permaneció ocupada siguiendo las instrucciones de Myra. Aunque sorprendió a Peeta mirándola un par de veces, no lo miró a los ojos y se concentró en cumplir su trabajo lo mejor que podía, teniendo en cuenta que nunca había servido una cena. Mientras trabajaba, mantenía los ojos y los oídos bien abiertos, aguardando la ocasión de administrar un poco de justicia femenina. En mitad de la cena, encontró su oportunidad.

—Esta salsa de trufas es divina —Glimmer Lowerth se sirvió en su plato la última cucharada de salsa—. ¿Hay más? —ronroneó, sentada a la derecha de Peeta, en la silla en la que originalmente debía sentarse su padre, según las tarjetas que ella al parecer había cambiado antes de que los invitados tomaran asiento.

Myra lanzó una rápida mirada a Katniss.

—Sí, señorita —dijo en voz baja, y recogió de la mesa la salsera vacía—. Ya se ha comido la mitad de la salsa que ha hecho la señora Porter, y eso que era para dieciséis personas —le susurró a Katniss cuando se pusieron de cara al bufé del que iban sirviendo, de espaldas a los invitados.

—Puede que necesite una ración especial.

Myra frunció el ceño, confusa, mientras empezaba a rellenar la salsera.

—Ya ha comido suficiente —susurró—. ¿Tienes idea de cuánto cuestan esos hongos asquerosos?

—Oh, yo creo que necesita otra ración —murmuró Katniss, y sacó un pequeño cuenco de uno de los estantes que había bajo la mesa del bufé. Luego extrajo del bolsillo de su delantal un frasquito de tónico hecho especialmente para la ocasión. Giró rápidamente la muñeca, sirvió un cucharón de salsa de trufas, colocó el cuenco en un platillo de porcelana y limpió el borde con su delantal. Sin darle tiempo a Myra para protestar, regresó junto a Glimmer.

—Su salsa, señorita —susurró. Y haciendo una rápida genuflexión, puso la pequeña salsera junto a su plato. Al mismo tiempo, Myra colocaba la salsera grande a la cabecera de la mesa.

Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora