—Monsieur.
Armand oyó que Tarasai lo llamaba, pero no se volvió hacia ella.
—Monsieur, me voy un momento a la aldea y huye usted de la casa. Es como un chiquillo al que no puedo dejar solo —avanzó por el muelle hasta ponerse a su lado y le echó sobre los hombros una chaqueta. El viento agitaba las pequeñas trenzas que rodeaban su cara—. Armand, ¿me está escuchando? Debería estar en la cama —dijo con suavidad, y le dio un ligero beso.
Él se ciñó la chaqueta y se estremeció, pero siguió contemplando las olas opacas que rompían en el muelle. Llevaba en aquel lugar más de una hora y, a pesar del calor de la estación, tenía los pies helados y estaba aturdido. No podía, sin embargo, apartar la mirada del mar.
—El mar está picado, Tarasai, ¿no crees? Mucho, para esta época del año.
Ella fijó un momento la vista en el agua.
—Una tormenta de verano —dijo, y deslizó el brazo por el de Armand—. Armand, mon chér, debes hacer caso al docteur si quieres ponerte mejor.
Él suspiró. Se sentía dividido hasta la médula de los huesos. Derrotado.
—Tarasai —dijo con ternura, volviendo la cara para mirar sus ojos oscuros y líquidos—, tú y yo sabemos que no voy a ponerme mejor.
—Non —ella le apretó el brazo y se llevó la otra mano al vientre apenas redondeado—. La medicina que te da el docteur te está fortaleciendo. Más fuerte para l'enfant.
—No me está fortaleciendo —musitó él con pesar—. Esta enfermedad me está corroyendo por dentro.
—Pero mon...
Él puso un dedo sobre sus dulces labios para acallarla.
—Tarasai, estoy cada vez más débil. Mírame. Ya ni siquiera puedo pasear por los senderos de la jungla. Necesito que otros me lleven —señaló a los dos muchachos de la aldea que esperaban discretamente a que los llamara para volver a llevarlo a la casa en la silla que se había hecho construir.
—Non, non —repitió ella y, cerrando los ojos, frotó la cara contra su brazo y aspiró su olor.
—Sss —dijo él—. No es para tanto, de veras. Soy mucho más viejo que tú. He llevado una buena vida, una vida plena —besó su coronilla y volvió a contemplar el mar embravecido—. Ojalá no tardaran tanto en llegar noticias de Inglaterra. Mandé el dinero hace semanas, en cuanto tuve noticias de Effie y de las chicas, pero desde entonces no he sabido nada.
—Están bien, tus chères filles —le aseguró ella.
—Eso me digo constantemente —Armand vio romper una ola en los pilares del muelle—. Y, sin embargo, tengo un presentimiento del que no puedo deshacerme —cerró el puño—. Siento... no sé. Inquietud. Temor —la miró a los ojos—. Sé que parece una tontería, pero temo que Katniss se haya metido en un lío y me necesite.
—Sí, parece una tontería, viniendo de un hombre como usted. Un hombre instruido —dijo ella con una sonrisa—. Así que basta de sottise —tiró de su brazo—. Vamos, deje que lo lleve a casa y lo meta en la cama.
—Tienes razón, lo sé. Pero podría hacerlo, ¿sabes? Podría rendirme, morir en paz, si supiera que ella está a salvo.
—¡Basta de hablar de la mort! —Tarasai lo rodeó con su brazo y lo condujo fuera del muelle—. Venga a la cama, Armand, mon chér, y le haré compañía.
—Nunca te acuestas en pleno día.
—Por usted, mon amour, lo haré. Sólo hasta que se duerma.
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Ojos de Plata
Historical FictionKatniss Everdeen está empecinada en ser reconocida como hija legítima del conde de Wessex y así defender el honor de su madre, lo que no sabe es que el conde actual Peeta Mellark conde de Wessex puede concederle lo que Katniss tanto desea, sin embar...