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Tres semanas después, Katniss y Peeta desembarcaron en Londres y se separaron en los muelles. Peeta tomó un coche de alquiler hacia su casa en Mayfair y Katniss tomó otro en dirección al apartamento de Effie en Charing Cross. Al apearse del carruaje, se ajustó el sombrero. Después de tres semanas, todavía se alegraba de volver a llevar ropas de mujer.

Tras la aparición de Peeta en el puerto de Nueva York, se habían quedado en la ciudad y habían reservado pasajes en el primer vapor de pasajeros que partía hacia Londres. Durante la semana que tuvieron que esperar, pasaron muchas horas de compras y las que no invertían en comprar las pasaban en la cama del hotel Madison-James. Peeta se había ofrecido muchas veces a hacer de ella su esposa en una de las hermosas iglesias de Nueva York o Boston, antes de zarpar. Parecía importante para él reparar lo que consideraba una infidelidad hacia ella, pero Katniss le aseguró que el asunto de Grace Sheraton estaba olvidado y perdonado. Ella deseaba que Effie y Rue estuvieran presentes en su boda, de modo que decidieron casarse en Londres. Lo único que lamentaba era que Armand no estuviera allí, pero eso era, naturalmente, imposible. Ni siquiera estaba segura de que siguiera vivo.

Al llegar a la puerta de Effie, se tomó un momento para alisar su vestido azul y verde. Llevaba guantes del mismo color azul que el vestido y un sombrero de ala ancha decorado con flores azules y verdes. Peeta le había dicho en el muelle, antes de darle un beso de despedida, que las flores hacían juego con sus ojos. Katniss sonrió y llamó a la puerta. Peeta le decía todos los días y prácticamente a todas horas que la quería, y sin embargo ella no se cansaba de oírlo. Estaba deseando saber qué diría Rue al respecto.

La puerta se abrió y Avena apareció en el umbral. Echó un vistazo a Katniss, dejó escapar un grito de alborozo y se llevó a la cara el bajo de su delantal blanco.

—¡Válgame Dios! ¡Un fantasma! —exclamó.

Katniss se echó a reír y entró quitándose los guantes.

—No soy un fantasma, Avena. Soy yo. En carne y hueso —se tocó el pecho y abrazó a la doncella.

—¿Es Haymitch, Avena? —gritó la tía Effie desde el pasillo—. Dile que ya voy. No debemos llegar tarde. ¡El barco no va a esperarnos!

Avena se apartó lentamente el delantal de la cara.

—No es el señor Abernathy, señora —dijo en un inglés excelente.

—¿Ah, no? —la voz de Effie se fue haciendo más fuerte a medida que avanzaba por el pasillo—. Entonces, ¿quién...? —Katniss se volvió hacia el pasillo en el momento en que su madrina entraba en el salón—, ¡Katniss! —gritó Effie.

Katniss corrió a sus brazos.

—¡Qué alegría! —exclamó mientras la abrazaba—. ¡Te he echado tanto de menos y tengo tantas cosas que contarte...!

—¡Eres tú! ¡Eres tú de verdad! —Effie se echó hacia atrás y apretó sus mejillas—. Le dije a Rue que estabas bien. Que estabas a salvo y que volverías a casa —de pronto se llevó las manos al vientre—. ¡Oh, no! ¡Rue y Henry! ¡Avena! —gritó, agitando los brazos—.Ve abajo a buscar al señor Abernathy. ¡Tiene que llegar al barco!

—¿A qué barco? —preguntó Katniss, confusa.

—El que zarpa hacia Boston, ¿cuál va a ser? —dijo Effie como si Katniss fuera una niña boba. Avena salió corriendo del piso—. El barco en el que van Rue y Henry. Se casaron la semana pasada y reservaron pasajes para América. ¡Iban a ir a buscarte!

Ojos de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora