Erick suspira mirando al rizado jugar con su osito en la cama.
—Tienes tarea —le recuerda sentándose a su lado y Joel lo mira negando con la cabeza— claro que sí, hacemos un cuadro para tu mamá, y las acuarelas están listas.
—Osito —responde haciendo un puchero y el ojiverde se ablanda, acostándose a su lado.
—No podemos jugar todo el día, tengo que explorarte como artista.
—¿Artista yo?
—Y uno muy bueno, Joey, a mí me gusta lo que haces.
—¿Te pinto?
—¿Quieres hacerme un dibujo?
—Sí —dice jugando con sus labios— un dibujo para Erick.
El ojiverde sonríe apoyándose en la almohada y juega con su cabello, mirando sus ojos.
—Amo tus dibujos, y los tengo enmarcados en casa, todos los que haces para mí.
Joel sonríe cubriendo su rostro, porque está avergonzado.
Le gusta.
No es capaz de ser muy concreto con sus sentimientos, pero Erick causa en él, algo que no sabía que podía sentir.
Nunca le pasó antes: esa ilusión.
Desde que empezó a venir a su habitación para jugar, Joel desarrolló un lazo fuerte a su lado, y le gusta lo que siente.
Erick representa todo lo que espera de un día.
Verlo llegar es la mejor parte y le duelen las noches cuando debe irse.
—¿En qué piensas, Joey?
—Tus ojos —susurra sonrojado y Erick le sonríe.
El rizado estira su mano hasta su rostro y pasa uno de sus dedos suavemente por su mejilla.
—¿Qué tocas?
—Tu sonrisa.
Un suspiro largo escapa del ojiverde y relame sus labios, acercándose a su boca.
—No me mires así, me encanta.
Joel jadea porque atrapa su labio inferior, y cierra los ojos disfrutando la lengua acariciándolo.
Esa es de sus sensaciones favoritas, y sabe que eso solo lo hace con Erick.
Por eso se confunde.
Él juega con otras personas, sabe lo que es un amigo, pero eso es algo más.
Algo que se parece a las historias que tiene de tarea para leer.
Algo que tiene que ver con amor.
Siente su entrepierna cosquilleándole cuando el ojiverde se frota en él, y baja la mano a su cintura, acariciándolo despacio.
Ha entendido que eso le gusta.
—Toc toc —escuchan tras la puerta, la voz animada de Patricia y Erick se levanta de inmediato, carraspeando.
Voltea y pone un dedo en su boca para que Joel guarde silencio.
Él obedece.
Se siente también y suspira, mirando su osito.
—Buenas tardes, señora —dice el ojiverde abriendo la puerta y ella le sonríe de vuelta.
—Vengo a llevarme a mi pequeñito, a dar una vuelta por el jardín, ¿tú me lo dejas libre?
—Sí, claro, hoy podemos terminar antes.
—No —suelta Joel caminando hasta su lado y agarra su mano, tensándolo.
No puede hacer algo así.
Sus padres jamás entenderían lo que ocurre, y Erick sabe que podría terminar en la cárcel.
—Erick, vamos juntos.
—Si eso quiere, me gustaría también —dice Patricia caminando afuera— pediré unos helados, y vamos a pasar el día los tres juntos.
El ojiverde mira nervioso aún como Joel entrelaza sus dedos.
—Joey, no hagas eso delante de mamá.
—¿Por qué? ¿No te gusta?
Es claro que eso le pone triste, y Erick detesta verlo así.
—Me gusta —responde preocupado porque realmente lo siente, y está mal, porque pasan los días y se confunde con sus sentimientos por él.