Joel mira concentrado su dibujo luego de haber coloreado los números que Erick le pidió colorear.
Lo ha hecho bien.
Las matemáticas son buenas, cuando Erick las mezcla con el arte.
Levanta la mano y el ojiverde lo mira desde la silla, donde está leyendo un libro.
—¿Acabaste?
—Sí —responde empujando el papel frente a él.
Erick camina hasta su lado y sonríe agarrando la hoja.
—Esto luce bien —dice sonriéndole de vuelta— mejoraste mucho en tu control manual, no te has pasado las líneas.
El rizado mueve el pie contra el piso, emocionado porque así es.
—¿Qué quieres de premio? —pregunta el ojiverde en un susurro, agachándose junto a la silla.
Es extraño.
Claro que pasan por su mente: cosas.
Cosas que le provocan un sonrojo.
Piensa en el cuerpo de Erick, en lo bien que se siente cuando están en la cama, y su pene se endurece ligeramente.
—No —responde desviando la mirada.
—Puedes decirme a mí, Joey, confías, ¿verdad?
Tiene la duda.
Erick carraspea al oír su teléfono sonando y se aleja para regresar al sillón.
—Hola, mi amor —dice al celular, llevándolo a su oído.
Joel ladea la cabeza, confundido.
Puede no entender mucho, pero así se le dice a alguien especial.
Lo ha visto en televisión.
—No tienes que pasar por mí, ya casi termino, tardaré un poco, pero voy a llegar.
Apenas cuelga, Erick regresa a su lado y agarra su rostro.
—Puedes pensar en tu premio hasta mañana, tengo que irme, estoy orgulloso de como avanzas, y tu mamá estará más orgullosa aún.
El ojiverde se acerca a su mejilla para despedirse, pero Joel gira la cara, porque quiere ese beso en la boca.
Es capaz de comprender que Erick debe hacerlo.
Como los besos de los cuentos que lee.
Pero no debería funcionar de esa manera y Erick lo sabe, porque Joel es especial y está llegando muy lejos.
—¿Recuerdas a cenicienta?
—Sí.
—Ella tiene un príncipe, y la busca porque está enamorado.
—Para casarse con ella.
—Así es —responde nervioso, jugando con sus dedos— yo tengo un príncipe.
El corazón de Joel se acelera y sonríe, porque tiene que estar hablando de lo que siente también.
Quiere ser el príncipe de Erick.
—Se llama Abraham —agrega el ojiverde confundiéndolo— y me voy a casar con él.
El rizado entrecierra los ojos.
—¿Qué?
—Yo estoy enamorado, y nosotros estamos juntos hace mucho tiempo.
—¿Y yo?
—Tú eres mi alumno especial, y te quiero de esa manera —le explica susurrando.
Va a irse, pero Joel agarra su muñeca, sin saber cómo expresarle su molestia.
Tiene un nudo en la garganta porque no sabe que sucede.
Erick no es solo alguien que le enseña algo, él siente más.
—Joel, tengo que irme.
—Erick, ¿yo no parezco un príncipe?
—Tú eres diferente, Joey, espero que lo entiendas.