No me hallaba con ninguna especie de vigor para asimilar lo que sucedió, por lo tanto me limité a resguardar un prolongado silencio que invadió cada rincón de aquél vehículo.
La reducida cantidad de alumnos que se localizaban en el interior de dicho vagón reposaron su mirada sobre mí, mientras cerca de los oídos de sus respectivos acompañantes se hacían cargo de murmurar cosas ininteligibles para mi oído.
Mis músculos se encontraban tensos, por lo cual decidí apaciguar el fuego interno que ardía en mi interior, haciendo el intento de sosegarme, tratando de no perder la cordura en el acto.
Divisé como unos metros lejos de mí aquél corpulento hombre de capucha negra se removía de su respectivo asiento, encaminándose directamente hacia la zona de las puertillas desplazables.
Su mirada seguía apuntando hacia la superficie del descuidado suelo, mientras que sus manos se situaban en el interior de los bolsillos de sus pantalones, aquellos que aparentemente se ajustaban a su robusta figura.
Sus pies se movieron con rapidez, volviendo a desprender aquella brisa que rápidamente provocó que mis cabellos se esparcieran hacia diferentes direcciones, dejando el aire impregnado de su correspondiente loción.
En el instante que cruzó por enfrente de mí, solo pude admirar como sus facciones seguían congestionadas, dejando ver sus labios fruncidos con ligereza, mientras que su perfilada mandíbula se mantenía apretada.
— Aquí vamos. —Conversé conmigo misma, abandonando el autobús en el cual persistí durante incalculables minutos.
En el proceso de descender los pequeños escalones que me guiaban hacia la parte externa de dicho medio de transporte, admiré como me hallaba a tan solo escasos metros de Abbotsford, aquella institución que hace unos días atrás se había inscrustado en mi mente cual parásito.
— ¡Ficha número doce! —Exclamó una masculina voz, la cual apuntaba al conductor del vehículo, quien por unos instantes me había hecho salir de aquella resistente burbuja en la cual me hallaba atrapada.
El hombre se encontraba con mi maleta justo en su mano diestra, permaneciendo cerca del automóvil mientras aguardaba a que el respectivo dueño de la misma viniese por ella.
En cuanto me encaminaba hacia allá saqué de mi minúscula cartera la ficha compuesta por un fino material de madera, la cual traía consigo el número doce, siendo aquél con la que este asignó mi equipaje.
— Aquí tiene, señor Schmidt. —Agregué, entregándole al hombre de dorados cabellos la frágil placa de madera, por lo cual este examinó la veracidad correspondiente de mis valijas con el número que proporcioné, teniendo en claro que estas eran las que me correspondían.
— Aquí tiene joven. —Le dio un pequeño empujón a aquella maleta de pequeños rodines, la cual se deslizó por el frígido suelo llegando hacia mí en un decir amén.— Bienvenida.
Con cordialidad manifesté un gesto de gratitud, incorporando correctamente mi valija sobre el suelo, para así mismo arrastrarla sobre la superficie.
Mis piernas decidieron moverse de forma perpendicular, dirigiéndose hacia la exorbitante entrada de la institución.
Una vez enfrente de la misma, ascendí mi vista hacia un lienzo de metal, el cual tenía estampadas las letras que componían el nombre del instituto, brindándole una auténtica presentación al recibimiento de cada estudiante recientemente integrado.
Miré hacia mis alrededores una vez que me incorporé en el interior del lugar, admirando cada rincón que mis ojos pudiesen detallar. Este se encontraba despejado, pues cada alumno se localizaba en su respectiva habitación, esperando a recibir algún mensaje de la directiva.
La antigüedad de este se notaba a simple vista. Podían apreciarse sus paredes carcomidas, e inclusive como la pintura se iba desmoronando, cayendo al suelo compuesto por un sólido material de cerámica, el cual por suerte permanecía con limpieza.
Enfoqué con la asistencia de mis verdosos ojos los números que se situaban por arriba de cada puerta, prestando atención en como estos iban en un orden de menor a mayor.
— Habitación trece. —Mencioné, recordándome de las palabras del director, quién había manifestado con su riguroso tono de voz.
Con la cooperación de cada número pude encontrar mi respectiva habitación, la cual permanecía cerrada aún.
Por una inerte razón volví a admirar mis alrededores, encontrándome con algunas habitaciones que se hallaban al menos tres metros más lejos que la mía, dejando una considerable distancia entre ambas.
Desde que estuve dentro del autobús no volví a localizar a aquél misterioso sujeto, quien parece haber desaparecido sin dejar rastro alguno de su presencia.
Coloqué mi pequeña mano sobre el dorado pomo de la puerta, llevando a cabo un pequeño giro de al menos sesenta grados, el cual logró entreabrir aquella puerta, dándome una amena vista del interior de dicho cubículo.
Mis pies se encontraban fuera de esta, pero aún así, desde mi panorama podían llegarse a ver ciertos lugares.
Un vehemente aroma a humo de cigarrillo llegó hacia mis fosas nasales, haciendo que mis pulmones recibieran tan mortífera esencia.
Fruncí la zona de mi entrecejo, mientras apartaba dicha emanación con la ayuda de mis manos, creando algunos movimientos horizontales que disminuyeran tal olor.
Cuando coloqué un pie sobre dicha habitación, frené mis pisadas de golpe.
Una obscura silueta se encontraba con su espalda recargada contra la compacta pared, dejando ver sus brazos; los cuales permanecían cruzados.
En cuanto me adentré aún más al cubículo número trece, me percaté que se trataba de aquél sujeto de intimidante apariencia.
Aquél tenía una colilla de cigarro por el medio de sus labios, mientras se encargaba de brindarle a este las últimas caladas, para justo después aplastarlo con la ayuda de sus dedos sin importar cuán abrasadora estuviera la flama, quién estaba mezclada con la grisácea ceniza. Arrojó aquél trozo de cigarrillo al suelo, desprendiendo de sus labios una pequeña nube de humo.
Tragué saliva por milésima vez en el día, pero esta vez con una evidente dificultad. Intenté concentrarme en acomodar mi equipaje, anulando la idea de que ese hombre se encontraba compartiendo mi habitación.
En lo que estuve ahí, el silencio se acopló de tal compartimento, haciendo que al menos para mí fuese un incómodo hecho.
En lo que pude visualizar en predeterminadas ocasiones, el sujeto de pálida tez se hallaba con un metálico encendedor reposado sobre sus manos, el cual prendía y apagaba cierta cantidad de veces.
La ardiente flama sobresalía de dicho mechero, mientras el rostro de este era iluminado por el abrasador fuego, dejando ver cada uno de sus rasgos faciales. En especial aquella mirada desértica, la cual simplemente podía expresar las tinieblas que se hayaban en su cabeza.
El sujeto colocó la yema de su dedo índice por encima del fuego ardiente, dejando que su piel estuviese a punto de calcinarse.
No mostraba alguna señal de dolor. Más bien, parecía disfrutarlo.
Sentí un escalofrío apoderarse de mi columna vertebral, causando que mis vellos se pusieran de punta en un abrir y cerrar de ojos.
El hombre parecía no notar mi presencia, podía sentir con tan solo la extraña vibra que emanaba que le importaba una mierda que alguien estuviese allí.
Dirigí mi vista hacia sus manos, quienes aún permanecían vendadas, observando como estas descansaban sobre sus regazos, los cuales sobresaltaban por medio de la gruesa tela de sus pantalones, dejando ver con exactitud la musculatura de sus piernas.
Los segundos se acortaron en cuanto sus manos comenzaron con aquél persiste temblor, dejando ver como la robustez de sus músculos adquirían rigidez.
Fue ahí cuando su prolija pupila se contrajo a una velocidad imprescindible, dejando ver cuan diminuta se encontraba aquella, reflejada por esa mirada tan jodidamente penetrante, la cual adquiría un obscuro color con el pasar de los segundos.
No tenía idea de lo que estaba ocurriéndole, y aquello no me daba muy buena espina.
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Insania | Shawn Mendes ©
Mistero / Thrillerabsolutamente nadie sabe lo que recorre su cabeza, y todos los retorcidos secretos que guarda ese rostro angelical. su penetrante mirada podría desgarrar hasta lo más profundo del alma, y aún así nadie se enteraría que en su mente abunda la jodida l...