No contaba con la suficiente intrepidez de lidiar con tales acontecimientos, y menos con aquél hombre quien parecía ser insoluble de tratar, por ende me di por vencida.
Negué con mi cabeza unas cuantas veces, arrepintiéndome al instante de haber querido tratar cortésmente con dicho sujeto.
Me trasladé gradualmente en dirección hacia mi respectiva cama, la cual bajo su antiguo edredón acolchado parecía limpia, pero pese a ello hubo un instante en el cual se me hizo técnicamente imposible adentrarme en las tibias sábanas.
En lo alto del viejo armario que se situaba al lado de mi cama individual encontré unas blancuzcas mantas, las cuales evidentemente se mantenían allí con el fin de ser utilizadas. En cuanto las tuve entre mis manos preparé un nidito provisional con ellas encima de la colcha, buscando una íntima comodidad.
Sin importar que aquél castaño estuviese allí, me encaminé hacia el interruptor de dicho cubículo, encargándome de apagar la única fuente de luz artificial que se situaba en la habitación, dejándola sumergida en una profunda obscuridad, la cual sobresaltó una minúscula parte.
Podían apreciarse ciertos artefactos u objetos, pues en dicho dormitorio se conservaban unas pequeñas ventanillas compuestas por un vidrio blindado que permitía ver hacia el interminable boscaje. La razón por la cual podía apreciarse el exterior era debido a que la habitación número trece se localizaba al final de tal instituto, por aquella razón era ciertamente apartada de los demás dormitorios.
La incandescente luz de la luna se reflejaba a través de las ventanillas, iluminando naturalmente aquél cuarto que permanecía en un recóndito silencio.
Shawn, aquél hombre repleto de una perenne soberbia se situaba sobre su correspondiente cama, dejando su fornida espalda comprimida contra la compacta pared.
Una jeringuilla de aproximadamente quince mililitros se mantenía reposada sobre la palma de su mano, haciéndome sentir un severo escalofrío que se trasladó por cada rincón de mi cuerpo.
No tenía ni la menor idea de donde había conseguido tal jeringa, por lo cual obvié la posibilidad de que adquirió el objeto por medio de sus elementos personales.
Justo al lado de aquél se mantenían algunas piezas situadas por encima de su colcha. En el instante que deseé observar con determinación pude asimilar cada uno de los componentes que se situaban ahí.
Era una especie de cuchara esterilizada, junto con ello agujas largas e incluso cortas, un pequeño frasco cilíndrico elaborado por un frágil cristal, el cual transportaba un blanquecino polvo, también tenía su respectivo mechero de metal, un poco de algodón y junto con ello una liga de contextura gruesa constituida por una amarillenta tonalidad.
Por mi cabeza pasaron millones de acontecimientos, los cuales me hacían preguntarme como había logrado transportar tales sustancias a la institución sin meterse en graves problemas. El tema se volvía cada vez más incógnito para mí.
El castaño atrapó por medio de sus dedos la ya mencionada liga, de modo que pudiese envolver una y otra vez aquella por más arriba de su antebrazo, justo alrededor de la parte superior del mismo, con el fin de aplicar presión en la zona. Pocos segundos más tarde su vena cefálica comenzó a resaltar por medio de su pálida piel debido a la fuerza con la que tal elemento de hallaba atado.
El hombre tomó entre sus manos dicho frasco, encargándose de vertir una apropiada cantidad de aquél polvo sobre la correspondiente cucharilla esterilizada.
A continuación, tomó el mechero y colocó la abrasadora flama de este por debajo de la cuchara, dejando así que aquél estupefaciente se derritiera, dejando el material totalmente fundido.
Hecho esto el mayor no dudó en tomar la jeringuilla, colocando sobre esta una de las agujas más finas que encontró, de aproximadamente unos seis centímetros de longitud.
Ajustó tal objeto en la pequeña boquilla de la jeringa, llevando hacia el material fundido la filosa aguja, la cual absorbió el mortífero líquido con la cooperación de su bisel, dejándolo almacenado en el interior del elemento.
Luego de que su vena estuviese lo suficientemente remarcada no dudó en traspasar su piel con tal objeto, el cual se enterró perfectamente a la ya antes mencionada.
Shawn presionó con su dedo pulgar el émbolo de la jeringuilla, introduciendo por medio de la administrada vía intravenosa aquella nociva inyección, permitiendo que el letal líquido indagara hasta el rincón más recóndito de sus venas.
De sus labios fue expulsado un placentero suspiro, quien ciertamente indicaba que había disfrutado inyectarse ese ilegal narcótico, mejor conocido como heroína.
Aquella droga que podía ser entre dos y cuatro veces más potente que la mismísima morfina, llegando con más rapidez al organismo hasta hacerlo cumplir con sus respectivos efectos.
El castaño soltó la liga de su brazo, no sin antes retirar la aguja de su vena y limpiar la sangre que había brotado con la asistencia de un esponjoso algodón.
Pocos segundos más tarde las venas de sus brazos comenzaron a remarcarse de sobremanera, dejando ver cuan tensos se mantenían sus músculos descubiertos.
Pequeñas gotas de sudor resbalaban por la tez de aquél hombre, dejando que algunas zonas lucieran ligeramente brillante debido a la leve transpiración.
Su cabeza se encontraba inclinada hacia atrás de una forma muy ligera, dejando que su respectiva manzana de Adán resaltara con superioridad, mientras que sus rojizos labios se mantenían entreabiertos.
Me había quedado paralizada, por lo tanto me obligué a apaciguar mi intranquilidad, borrando de mi cabeza cada detalle que observé. Estaba agotada tanto física como mentalmente, por ello pensé que si llegaba a tener hasta el perjuicio más mínimo terminaría hecha un desastre.
Me tumbé sobre la cama, haciéndome un ovillo, mientras que mis ojos se desviaban en dirección a la puerta, como hacía siempre que dormía en algún sitio desconocido.
Allí tumbada oía el ocasional ruido de los grillos que pasaban bajo la ventana de mi dormitorio, adentrándose a un motivo más del por qué no pude conciliar mi sueño con simpleza. Proyecté cada vez más adormilados pensamientos hacia fuera, hacia aquél bosque, en lugar de dejar que dieran vueltas y comenzaran a explorar el instituto, las extrañas y abarrotadas habitaciones en las que se había hecho la oscuridad y el silencio.
Pegué aún más las rodillas a mi zona estomacal, mientras juntaba mis manos y las enterraba entre los cálidos muslos de mis piernas, como lo hacía desde que comencé mi infancia. Al instante me enteré de que estaba sumiéndome en un pesado sueño, uno que duraría horas, o más bien dicho la noche entera.
...
Sentí una especie de presión sobre mi pecho, la cual me hizo despertar con gotas de sudor frío agolpando la zona de mi frente, quién se mantenía húmeda debido a la acumulación de líquido.
Mi respiración dejó de estar regularizada, haciendo que esta se mantuviese jadeante por unos cuantos minutos, dándome a entender que tuve una pesadilla que corrompió mi agradable ensueño, lanzándolo al inacabable abismo.
Giré mi mirada con rapidez directo hacia el reloj de manecillas que se situaba unos centímetros más arriba del marco de la puerta, tratando de averiguar la hora correspondiente, pues todo apuntaba a que aún era de noche gracias a las ventanillas que reflejaban el exterior.
Eran justamente las tres de la madrugada con treinta y tres minutos.
Restregué mi rostro con la cooperación de mis pequeñas manos, anhelando recuperar la consciencia si es que estaba llegando a perderla. Mi mirada fue directamente hacia mi lado opuesto, encontrándome con aquel hombre sentado justo en el borde de su cama. Este mantenía sus piernas ligeramente separadas, mientras que sus antebrazos se mantenían recargados sobre los muslos de sus piernas, quienes portaban una uniforme musculatura.
Su mano diestra se encontraba echa una especie de puño, mientras que la opuesta se encargaba de cubrir esta con la palma de su extensa mano, adaptando una posición que me llenaba de una indispensable incertidumbre.
ESTÁS LEYENDO
Insania | Shawn Mendes ©
Детектив / Триллерabsolutamente nadie sabe lo que recorre su cabeza, y todos los retorcidos secretos que guarda ese rostro angelical. su penetrante mirada podría desgarrar hasta lo más profundo del alma, y aún así nadie se enteraría que en su mente abunda la jodida l...
