〞11 ─ ꒰ CAP 11 ꒱

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Una vez que la silueta de aquél sujeto se disipó en la tétrica obscuridad, decidí tomar desde la parte exterior de dicha habitación su correspondiente pomo, encargándome de cerrar la puerta por detrás de mí.

La tenue suela de mis zapatillas se recargaron contra el frígido suelo compuesto por un compacto material de cerámica, la cual a pesar de su pulcritud o aseo tenía evidentes deterioros que opacaban la tonalidad escarlata del mismo, dejándolo con un aspecto poco agradable.

Mediante mis pasos se iban adentrando en el extenso pasillo, mis ojos llevaban una imagen a mi cabeza de las habitaciones que se situaban unos metros más lejos de la mía, admirando por las pequeñas ventanillas como la lobreguez de estas sumergían hasta el rincón más insignificante de aquellas.

Decidí dar por visto dichos detalles, los cuales instalaban una insólita intranquilad en mi anatomía.

Crucé ligeramente mis brazos dejándolos a la altura de mi pecho, mientras las palmas de mis manos se frotaban ágilmente contra los mismos en busca de calidez, pues la temperatura en dicha zona era bastante baja.

Desprendí hacia el exterior un pequeño resoplido, causando que de mis labios emergiera una friolenta nube de humo, la cual era provocada por la disminución de temperatura a nivel de grados.

Mis pisadas no se detuvieron, hasta que las hondas sonoras de una indescifrable resonancia invadieron mi sentido auditivo, captando de manera inmediata mi atención. Pude distinguir como los ruidos provenían de una distancia mayor a la que me hallaba, por lo cual no dudé en apresurar mis pasos, casi al borde de dar unas pequeñas zancadas que me ayudasen a llegar con una superior rapidez.

Mencionados sonidos se originaban de una deteriorada habitación, en la cual aparentemente no dormía nadie.

Actué con curiosidad, dejando que mí cabeza comenzara a optar por ver a través de la pequeña ventanilla que esta reflejaba en su exterior. Tomé el atrevimiento de pararme sobre mis puntillas, extendiendo unos cuantos centímetros más mi pequeña estatura, brindándome así la ventaja de tener mis ojos por enfrente de aquél sucio cristal.

Mis orbes se desplazaron de un lado a otro con el fin de ver que contenía aquella habitación, y en cuanto pude determinar con exactitud los objetos que habían en esta me di cuenta que en el núcleo de la misma se situaba una especie de silla, pero no una cualquiera.

Aquella se trataba de un asiento plegado a un poste de madera de aproximadamente un metro con setenta centímetros, mientras que en la parte delantera de la misma se hallaba una gargantilla de metal, la cual sujetaba el cuello del individuo, dejándolo incapaz de cualquier movimiento que realizase.

Por la parte trasera de dicho poste se encontraba un objeto similar a una alargada palanca compuesta por el mismo material, la cual tenía la función de girar para así mismo fijar dicha gargantilla en la anatomía de la víctima, al borde de la asfixia. Pero eso no era todo, también se encontraba un punzón de hierro que sobresalía de aquél collarín, el cual tenía como objetivo penetrar y romper las vértebras cervicales de la persona, empujando su respectivo cuello hacia adelante, mientras aplastaba la tráquea contra el collar fijo, dejando que la víctima muriese por asfixia o por la dolorosa destrucción de su médula espinal.

En el descuidado suelo de aquél cubículo permanecían jeringuillas con un extraño líquido color verdoso, y en diferentes sectores pequeñas manchas de un color marrón fuerte, lo cual apuntaba a sangre seca.

Mi corazón se contrajo, causándome dificultades respiratorias. Decidí removerme de aquella posición, huyendo de ahí lo más pronto posible, mientras mi pulso se aceleraba, como si de una carrera clandestina de tratase.

Mis piernas se movían cada vez más rápido, pues sentía el presentimiento de que alguien e inclusive algo se mantenía visualizando todos y cada uno de mis movimientos.

Observé el pequeño reloj de manecillas que se situaba alrededor de mi diminuta muñeca, el cual apuntaba a las seis con treinta y tres minutos de la tarde.

— Maldición. —Exclamé por lo bajo, tomando en cuenta que me había atrasado un par de minutos, extendiéndome de los cinco que cada uno de los estudiantes tenía para llegar.— Espero no meterme en problemas.

Mordí con fuerza la parte inferior de mi mejilla, hasta sentir como por poco mi dentadura penetraba el área hasta hacerla sangrar. Un evidente nerviosismo recorría cada sector de mis venas, provocándome inquietud.

Debía asistir en cuanto antes a la inmensa sala de audiencias, la cual se localizaba a unos cuantos metros lejos de mí. Corrí por la despejada zona, apresurándome para llegar cuanto antes.

Escuché desde lejos como la vigorosa voz del señor Ivanòv era emitida por medio de unos exorbitantes parlantes, los cuales se conectaban a un micrófono.

Admiré la entrada principal de mencionada sala, y junto con ella la trasera. Manifesté una incuestionable obviedad ante el asunto, por lo cual decidí escabullirme por medio de la puerta posterior, tratando de acoplarme a la gran aglomeración de estudiantes.

Con la ayuda del dorso de mi mano diestra decidí remover la fina capa de sudor frío que había transpirado dicha área, tratando de deshacerme con rapidez de la evidente humedad.

Me localizaba en el fondo de aquella multitud, observando como por delante de mí había un numeroso agolpamiento de gentío, mientras que por delante de toda esta se situaba el director de la institución, quién mantenía su erguida posición mientras manifestaba una charla por medio de un estrado o mejor dicho tarima.

— Me he salvado de esta. —Suspiré con alivio, mientras sentía como mi pulso cardíaco volvía a la normalidad.

Traté de localizar a alguno de mis amigos, pero aquello era evidentemente complicado, pues sería el vil ejemplo de buscar una aguja en un pajar.

Giré mi cabeza hacia diferentes sectores, en busca de posicionarme sobre una zona adecuada, en la cual no tuviese aquellos molestos parlantes retumbando sobre mis oídos.

En el intento observé la varonil figura de dicho sujeto, el cual yacía en el extremo de la antes mencionada sala de audiencias. Este recargaba su robusta espalda sobre la compacta pared, justo como la primera vez que lo observé en el interior de nuestra habitación.

Sus brazos se mantenían cruzados, causando así que la tela de su capucha quedase mayormente adherida a su piel, dando vista a la musculatura de sus brazos. Por en medio de las comisuras de sus labios se hallaba el fino palillo de un fósforo, el cual evidentemente estaba mordisqueando, junto con aquél intimidante semblante que me provocaba severos escalofríos.

Aquél hombre se situaba apartado de la audiencia, manteniéndose en un sector en el cual estuviese sin la cercanía de los demás.

Planté mi mirada hacia sus manos, las cuales estaban compuestas por unos alargados dedos, los cuales tamborileaba con impaciencia sobre la parte superior de su brazo. Su mano diestra cargaba por segunda vez una filosa hoja de metal, con la cual jugueteaba por medio de sus dedos, haciendo que dicho objeto diera circulares movimientos con la cooperación de su dedo medio e índice, justo como lo hacían los alguaciles con una moneda de oro.

Me encontraba totalmente desconcertada de la charla del señor Ivanòv, perdiéndome la mayoría de sus acontecimientos, pues mi mente estaba atrapada en una inquebrantable burbuja.

Una vez más sentí como mi sangre se heló, pues esta vez su escalofriante mirada se situaba sobre mí. Detallé como frenó los movimientos que mantenía con aquella hoja de metal, mientras que una deforme sonrisa se reflejaba en sus labios. No se trataba de un apacible gesto, sino más bien de uno que evidenciaba perversidad, tal vez aquella que se apoderaba de su cordura.

Quité en cuanto pude mi mirada de él, para así mismo evitar que esto me trajera alguna consecuencia.

Probablemente si aquella vez en la habitación el director no nos hubiese llamado, estaría en su reciente lista de víctimas.

Por una inerte razón volví a plasmar mi mirada sobre el área en donde este permanecía, enterándome que había abandonado tal lugar, dejando nada más el sombrío vacío que era consumido por una ligera obscuridad.

— Joder, ¿a dónde habrá ido?

Insania | Shawn Mendes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora