XLVI

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Han tenía alrededor de una hora leyendo, desacomodando y volviendo a acomodar las revistas de las rejillas mientras me encargaba de apilar los cigarrillos en el mostrador. Después de un rato lo veo acercándose a mí y colgar los brazos en la mesa.

—Estoy tan aburrido —bufa en queja. Como la tienda se trataba de un local casi a las afueras de la ciudad no solían recurrir muchos clientes en el día. Y eso era abrumantemente notorio—. ¿Ya nos vamos?

—Faltan veinte —le contesto registrando las ventas y descontando los productos vendidos en la computadora, de reojo veo a Han renegar de nuevo acostando la cabeza en el mostrador lo que en saca una diminuta sonrisa. Después de grapar el sobre con el dinero de la caja noto que la pluma azul a mi lado vuela cuando estoy a punto de tomarla—. Oye.

—¡Ven por ella! —grita huyendo de la mesa y retrocediendo de espaldas en saltos.

Dejo el sobre debajo del mostrador y salgo a la búsqueda de la pluma persiguiendo a mi novio entre los estantes, resbalo un par de veces y él tropieza otras tantas, cuando llego a rozar su chaqueta vuelve a huir de mí. El estómago me burbujea al escuchar su risa mientras lo correteo y finalmente lo acorralo en el área de los refrigeradores.

—Devuélvela.

Sus manos se esconden detrás de su espalda y me empuja con un pie cada que trato de escabullirme entre sus brazos, no tengo más opción que hacerle cosquillas y corro con la suerte de que sea muy cosquilludo. Llego detrás de su espalda y siento la pluma entre sus manos, pero me quedo congelado en su mirada, pego mi frente con la suya y en un segundo le atrapo los labios. Mi corazón bombea con más rapidez que cuando estaba corriendo y el calor me sube a las mejillas, me estoy volviendo adicto a su sabor. Le beso con la cabeza inclinada, me muevo sobre él con suavidad sin dejar de ejercer presión, lo muerdo soltando mis riendas. Podría deshacerme en mil pedazos con tal de fusionarme con él. Aprovecho su distracción, deslizo la pluma fuera de sus manos apropiándome de ella y me separo.

—Tramposo —incrimina para luego morderse los labios—. ¿Dónde está el baño?

—¿Algún problema ahí abajo? —insinúo luego de señalar en dirección al baño y no recibo más que un empujón con su hombro cuando pasa a mi lado y sonrío.

Vuelvo a mi puesto detrás del mostrador. Por las ventanas observo que ya está oscuro, los clientes ya no aparecerán en los minutos restantes. Termino por empacar latas de refresco y cerveza en las neveras, acomodar piezas salidas de su lugar y paso el trapeador por el suelo.

Hannie ha tardado mucho, me percato de eso cuando termino mis deberes y me dirijo a la puerta del sanitario.

—¿Han? —Toco una vez con los nudillos— ¿Está todo bien? —No obtengo respuesta en un largo periodo de silencio así que me decido por girar la manilla dándome cuenta de que la puerta está abierta. Estoy inseguro de abrirla, pero al final cuando lo hago veo que el baño está vacío— ¿Han?

Enciendo las luces notando que está completamente vacío. ¿A dónde pudo haber ido?

—¡Ah! —gritaron por detrás de mis espaldas lo que me hizo pegar un brinco del susto y llevar una mano al pecho— Eres muy asustadizo —comenta la persona que andaba buscando riendo.

—Creí que estabas en el baño.

—Me escondí en la bodega para asustarte —decía dándome golpesitos en el pecho. Necesito respirar profundamente porque casi se me sale el alma del cuerpo—. Oye —vuelve a tomar la palabra rodeándome el cuello con los brazos—, ¿has considerado tener sexo en el baño?

—¿Por qué quieres tener sexo en el baño? —río con incredulidad dirigiéndonos al mostrador.

—Es una de mis grandes metas en la vida —Palmea la superficie de cristal de la mesa acentuando con dramatismo sus palabras, alzo una ceja hacia él—. ¿Por qué tú no? —No hago más que reír— ¿Saliendo puedo ir a tu casa? —pregunta nuevamente dejándome extrañado.

—Planeaba llevarte a la tuya saliendo.

—Sí, eh... No quiero ir a mi casa.

—¿Por qué no? ¿Ocurre algo? —suavicé el tono de mi voz denotando que me podía tener confianza— ¿Quieres decirme?

Se encoge de hombros.

—No me gusta estar en mi casa.

—¿Estás seguro que no quieres que te lleve?

—¡Quiero conocer tu casa! —exclama una vez con una radiante sonrisa. No necesitas hacer mucho para convencerme.

—Toma tus cosas entonces, ya nos vamos.

ManonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora