LXVI

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Lo tengo contra la pared. Le beso abiertamente la boca, le acaricio los labios, tan dulces y amargos, rodeo su lengua con la mía, le sujeto de la cabeza, entierro los dedos en sus alargados cabellos. Lo siento gemir y llevar una de mis manos a sus pechos, hace que le apriete y entonces estoy por bajar los labios su cuello... No. Espera. Tú no eres mi novio. Levanto la cabeza topándome con una chica de largo cabello negro y piel tan blanca como la porcelana contra la pared. Es muy bonita, pero estoy muy seguro de que el que me gusta es hombre.

Me separo de ella y doy la vuelta metiéndome en la pista, paseo la vista por todos lados en ese mar de gentío, pero no veo ninguna cabellera rubia en la cara de ningún niño ardilla. Hombres musculosos sin camiseta, mujeres curvilíneas, en general todos están bañados en pintura neón que brilla en la oscuridad formando figuras tan divertidas. Penes y esas cosas. A lo lejos logro divisar a alguien demasiado parecido a mí, qué divertido, es como una réplica exactamente igual, ahí parada.

—¡Ahí estás! —me dice una voz chillona y soy atrapado por unos brazos que me rodean por la espalda y me sacan de la pista. Me doy la vuelta encontrándome con quien creo que estaba buscando— Adivina lo que conseguí —El niño bonito juguetea con mi camisa meneando los hombros con una sonrisa traviesa que le queda muy bien.

—¿Qué? —En eso tiende frente a mi cara un diminuto papelito cuadrado con una carita feliz plasmada en él— ¿Qué es eso?

—LSD.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Qué importa. ¿Quieres probarlo?

Probarlo...

—Creo que quiero probarlo.

—Abre la boca —susurra, o eso creo porque lo único que consigo es leer sus labios. Hago lo que me dice y deja el cuadradito sobre mi lengua.

No sé cuánto tiempo le tomó, pero todo se torna en colores más brillantes. Las figuras plasmadas en las paredes cobran vida y el sonido de la música se siente increíble. Siento el cuerpo ligero. Me estoy riendo, no sé exactamente de qué. Estoy en una mesa de pinball cuando entro a la pista. Todo es tan increíble.

No recuerdo exactamente qué pasó después de ahí. Bailé con Hannie, bebimos, nos pintamos el cuerpo, nos besamos en el taxi, de algún modo llegamos a mi habitación. Lo tenía tan frente de mi cara colocando otro de esos papelitos con caras sonrientes en su lengua y luego me besó, reí mucho, nos quitamos la ropa, aferró sus manos a las sábanas mientras lo penetraba. Todos los sonidos de su boca se resbalan como miel por mi piel.

Ronda en mi cabeza un momento en particular de esa noche. Me levanté a orinar y cuando volví al cuarto me miré al espejo. Esa tez tan pálida, tan seca. El bastardo frente a mí me sonreía burlón, con arrogancia.

—¿Qué me miras imbécil?

Luego me toma por el cuello, sus manos me asfixian, me golpea contra el espejo. Una, y otra, y otra vez. Trato de zafarme de su agarre, pero sus dedos se enganchan a mis músculos y son tan duros como concreto. Tomé una bola de nieve, un libro, no sé lo que era, pero con eso rompí el espejo y fui liberado.

ManonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora