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—Ya bebiste demasiado.

—Espera, aún no pruebo ese.

Retiro la décima —¿A quién quiero engañar? Ya perdí la cuenta— copa de champán de las manos de Han y la dejo en la charola de uno de los empleados llevándome a mi novio lejos de cualquier otro rastro de alcohol que se interponga en su camino.

El 57° aniversario de Golden Advertising Company, la empresa donde trabaja mi padre, se llevó a cabo en Real Inn, una de las franquicias hoteleras de Seúl más consultadas para eventos y fiestas de cóctel como aquella. Hombres y mujeres vestidos de gala, aperitivos caros de diminutos tamaños y mucho alcohol era lo que se respiraba en esa noche.

—Ven, vamos a sentarnos.

Llevo a Hannie a las sillas playeras cercanas a la piscina de terraza del hotel después de tomar una botella de agua de una de las mesas y desenrosco la tapa para que beba de ella.

—Oye, guapo, ¿estás saliendo con alguien? —le oigo decir y le miro extrañado, aunque sé que no debería por lo ebrio que está.

—Sí —contesto titubeante y Ji Sung suelta un gemido desamparado.

—¿Quién es esa perra? Le sacaré los ojos con sus propios tacones —Me es imposible no reír con su bar bar—, qué desperdicio.

Desde nuestras espaldas los invitados son llamados por el vicepresidente de la empresa a llenar el salón de eventos dentro de la terraza para dar su tradicional y aberrante discurso por un año más de la compañía como lo hace en cada aniversario.

—Buenas noches, damas y caballeros. Me es un honor compartir con ustedes una noche más, de un año más desde el nacimiento de Golden Advertising Company... —se escuchaba desde dentro por los parlantes del salón.

—Oye —giro la cabeza respondiendo al llamado de Han y lo encuentro con el rostro a centímetros del mío—, ¿quieres nadar?

—No traemos traje de baño.

—No los necesitamos.

Deja la botella de agua en mis manos y antes de que pudiera reaccionar ya se había lanzado a la piscina con toda la ropa puesta.

—¡Han! —Corro hacia el borde, está tan oscuro que me es difícil dar con su cuerpo bajo el agua lo que me hace tragar saliva preocupado. Dios, si algo le pasa... ¡Salió del agua! Dios. Salió del agua haciéndose todo el cabello mojado hacia atrás y jadeando en busca de aire. Nada hacia el borde en mi dirección— Ah, en serio estás loco.

Me deshago de mis zapatos y doblo los bordes de mi pantalón de vestir para sentarme en la orilla, a pesar de eso mi pantalón se moja cuando meto las piernas en el agua.

—Aww... Tú me compraste esto y lo arruiné —bufa ahora caminando por la superficie mientras toma los bordes de su saco empapado, se cuela entre mis piernas y me abraza por el torso—. ¿Aceptas... dólares canadienses? Creo que tengo un par por ahí guardados.

Río con ternura y lo tomo de su dulce y empapado rostro delineando sus cejas. Me está mirando los labios, aferra los dedos a mi ropa y entonces cumplo el deseo de ambos de besarnos. Su aliento me sabe a champán y juventud. Aventura. Porque sigues portando el alma de un niño en ese cascarón de hombres, y todo tú me revitaliza.

Al separarnos me hago un espacio y me sumerjo en el agua junto a él, empujo los pies en la pared impulsando mi nado.

Tus cabellos flotan con libertad cuando te zambulles y sonríes expulsando burbujas. Eres la sirena que me ata con tu canto, y yo, el pescador que ha caído por ti. Somos como dos peces siguiendo la corriente en la gran marea, por más brusca o feroz que sea no nos separamos. Nado más que pleno sin el temor de ser cazado, me siento lleno de vida.

ManonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora