Era temprano y, como siempre en Plymouth, había niebla. No es que realmente me guste levantarme tan temprano, es que sufro falta de sueño. En los últimos tres años solo he sido capaz de dormir unas cuatro horas contiguas.
Observo por la ventana la calle aún en penumbra. El cielo comienza apenas a clarear. La niebla se despega del suelo en oleadas espesas. Tomo la taza de café con las dos manos disfrutando de su calor. Inhalo el olor amargo y me siento bien a pesar del poco descanso.
Me envuelvo en mi chal y bajo a la tienda. Se trata de una Choco-biblioteca. Si, un invento algo inusual, pero es el proyecto de mi vida y funciona. Me mudé aquí hace dos años, después de terminar los estudios en literatura moderna. Siempre quise tener una librería así que estaba decidida a llevar adelante ese plan. Sin embargo, cuando llegué le alquilé el departamento arriba de la tienda a Lara, la ancianita que atendía la chocolatería. Lara era una persona muy solitaria. No tenía familia y vivía por amor a su trabajo. Preparaba el mejor chocolate caliente que existiera.
En el tiempo en que me adaptaba al lugar y ahorraba para mi proyecto, nos hicimos cercanas. Terminamos cenando juntas todas las semanas. Establecimos pronto un ritual donde yo leía mientras ella preparaba algún nuevo platillo con chocolate. Ambos placeres se convirtieron en un rincón mágico para ambas.
Cuando murió, un año después de mi llegada, Lara me dejó la tienda y el departamento de arriba. Ella siempre me había alentado con la librería y deseaba ayudarme. Nunca podré agradecerle tanto aquel gesto.
Por eso mantengo la chocolatería también. Siento que así mantengo ese ritual mágico que nos unía e intento compartirlo con otros.
Observo las mesitas ubicadas junto a la ventana que da a la calle. El mostrador ofrece tortas, bombones y galletas. El café y el chocolate caliente son lo que acompaña.
Del otro lado, las estanterías muestran libros de todos los tamaños y colores. La librería funciona más bien como una biblioteca. Los comensales toman prestados aquellas obras que quieren leer y, una vez terminadas, las regresan. Si alguien quiere comprar un libro, me lo encarga y yo procuro conseguirlo.
Suspiro satisfecha de mi tienda. Este es mi lugar favorito en el mundo.
La campanilla de la puerta suena y me giro un tanto sorprendida. No recuerdo haber abierto ya. Un hombre alto y vestido de negro entra a la salita a toda prisa y cierra presuroso. Se gira hacia mí y me mira de frente. Quedo boquiabierta.
Su belleza es indescriptible. Tiene el cabello castaño y rizado, cayendo sobre su frente. La piel es pálida, casi translucida y los ojos... ¡Por dios esos ojos! Juraría que son violetas.
— Lamento la molestia, pero aún no abro...
— ¿Tú eres Ema Godwin?
— Eh... sí, ese es mi nombre
— Bien.
El tipo procede a acercarse a mí, sacando unos papeles de su maletín. Es increíblemente alto.
—Mi nombre es Anthony Davis. Esta propiedad pertenece a mi familia, así que deberá abandonarla. Pero no se preocupe, no la dejaremos en la calle, le ofrecemos una suma de dinero considerable para que viva cómodamente hasta que encuentre otra cosa.
Me quedo helada. El hombre extiende hacia mí el montón de papeles y me mira, evidentemente apurado en concluir con este trámite. Por un momento la situación me parece algo graciosa. Esto debe ser un error.
— Disculpe que lo corrija señor Davis. Esta es MI propiedad. Tengo arriba los papeles que lo demuestran.
Él parece irritarse.
— Este edificio es suyo por un error que será corregido a la brevedad. Hasta entonces, le recomiendo aceptar mi oferta.
Vuelve a sacudir los papeles frente a mi nariz.
— Ya le dije que esto es mío, y no pienso abandonarlo. Gracias por su oferta.
Juro que vi cruzar por su rostro la idea de restregarme los papeles por la cara. Estaba realmente irritado.
— ¿Siquiera lo considerara? —preguntó tajante.
— No. Gracias.
— Muy bien. -Guardó los papeles en su maletín. - Le irá peor de esa manera ¿sabe?
— Correré el riesgo.
El tipo me miró entre irritado y divertido. Me pareció ver un brillo de curiosidad en sus ojos.
— Puedo ofrecerle muchas cosas. Incluso el doble de lo que esta propiedad vale. Solo diga su precio.
— NO estoy en venta señor Davis. – Lo miré divertida. Que hombre más arrogante.
— Vamos señorita Godwin. Todo el mundo tiene un precio...
— Pues, vaya sorpresa, parece que yo no.
El me miró, esta vez realmente divertido. El cinismo de su actitud era evidente. Realmente creía que podía comprar lo que fuera.
— Claro que lo tiene, solo hay que averiguarlo.
Entonces se acercó aún más, obligándome a retroceder. El borde de la mesa chocó contra mi muslo impidiéndome escapar. Él se paró a unos escasos centímetros, obligándome a ver hacia arriba para mantenerle la mirada. Debía sentirse muy superior desde aquella altura. Y, para ser sincera, era bastante intimidante. Y bello. ¡Por dios! Qué lindo era. Hasta su olor era delicioso.
—Segura que no hay nada que pueda ofrecerle. – La obvia connotación de sus palabras no me paso desapercibida.
—Ya ha escuchado mi respuesta señor Davis. Le agradecería que se marche.
Un rayo de confusión atravesó su rostro. Obviamente no está acostumbrado a ser rechazado. Volvió a mirarme, esta vez, con mayor intensidad.
- Encontraré su precio señorita Godwin. No le quepan dudas al respecto. – Esto parecía haberse vuelto algo personal.
Dicho eso, salió de la tienda tan rápido como había llegado.
No pude evitar sentirme atemorizada. Sabía que por nada del mundo abandonaría la tienda. Pero era evidente que él iría por todo, y sus armas eran de temer.
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Chocolate para Dos
Romance"Todos tienen un precio señorita Godwin, y yo encontraré el suyo". A Ema no le importaba todo el dinero que Anthony pudiera ofrecerle. Nunca lo aceptaría. Lo que le preocupaba era que el usara otras armas. Entonces, no podría evitar caer rendida a s...