Capitulo II

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No volví a ver al señor Anthony en toda la semana. El efecto de sus amenazas me había impedido el sueño durante días. Siempre he dormido poco, pero esto me estaba matando.

Sin embargo, lo peor empezó cuando, luego del cuatro día de insomnio absoluto, caí rendida a la cama.Fue la primera noche que soñé con Él.

Me encuentro en mi habitación leyendo, cuando escucho ruidos en el piso de abajo. Me levanto un poco asustada y desciendo las escaleras alumbrando con el móvil. Los sonidos provienen de la cocina y hacía allí me dirijo. Al encender la luz descubro la fundidora de chocolate funcionando.

"Que extraño. Nunca enciendo la maquina a estas horas."

Cuando me acerco a apagar aquel trasto, una figura vestida de negro surge de las oscuridades del almacén.

— ¿Tú eres Ema Godwin?

Su voz es grave, sensual. Nada parecido al gruñido que me lanzó la primera vez.

S-sí... - Tartamudee.

Entonces, se acercaba lentamente. Yo me encuentro paralizada, parada en camisón y temblando junto a la fundidora de chocolate. Al detenerse frente a mí, sus ojos descienden por mi cuerpo, deteniéndose en cada curva y palmo de piel que queda expuesta.

Sus ojos. ESOS ojos vuelven entonces a los míos.

Vengo a pagar por la tienda.

Tengo que aclarar mi garganta antes de responder.

N-no está en venta. – Mi respuesta no suena tan segura como esperaba.

Él sonríe y sus ojos brillan de diversión. Parece estar seguro de que esa respuesta cambiara en un santiamén.

Pasa entonces un brazo sobre mi hombro sin tocarme. Nuestros rostros quedan muy cerca y puedo sentir su respiración. Mi corazón se agita y estoy segura de que él es capaz de escucharlo.

Toma una taza de la alacena y la sumerge en la fundidora, llenándola del dulce caramelo hasta el tope.

Vuelve a mirarme a los ojos y entiendo que pretende arrojarme aquel líquido encima. Me asusto un poco e intento escapar, pero él me sujeta de la muñeca. En su rostro se refleja la seguridad de que aquello no va a hacerme daño.

Cuando el chocolate empieza a caer sobre mí no quema, esta tibio y es una sensación agradable. La tela del camisón se empaña y siento como el chocolate escurre por mi cuello, entre los senos, se mete en mi ombligo y baja por las piernas. Cierro los ojos para disfrutar de aquel efecto.

El líquido no llega a enfriarse cuando siento la lengua de Anthony probando su dulzura. Comienza besando aquel punto sensible donde el pulso me va a mil. Continua por la clavícula, lamiendo, sorbiendo el dulzor. Desciende por los senos, pero no me quita el camisón, sino que empieza a lamer sobre la fina tela y es una sensación estremecedora.

Toma un pezón y lo mete en su boca. Succiona el rosado botón hasta que se endurece. Sus manos ya están en mi cintura, apretándome contra su calor. Escucho mis propios gemidos y sé que quiero mucho más.

Siento su lengua descendiendo por mi vientre, limpiando el ombligo. Aquellos dedos ágiles comienzan a subir el camisón, anticipando el triunfal encuentro.

Entonces me detengo. Si esto sucede perderé todo lo que amo. Juntando toda mi fuerza de voluntad empujo aquel esbelto cuerpo lejos de mí y entonces....

Despierto justo en ese momento.

La primera vez que soñé aquello, me convencí de que se debía a la fuerte impresión que había causado en mí el señor Davis. Sin embargo, al repetirse una y otra vez, me preocupaba que se tratara de algún otro motivo.

Quizás estos sueños indicaban que hacía mucho que no satisfacía mis deseos.

No es que se virgen, después de todo tengo veinticinco años. Tuve mi primer novio durante el último año de bachillerato: Marco. Con aquel muchacho desgarbado tuve mi primera vez. Era tierno y nos queríamos mucho, así que fue una linda época. Luego de dos años, la relación terminó. La distancia que implico comenzar la universidad fue demasiado para aquel amor adolescente.

Después de aquello, salí con distintos tipos. Algunos fueron tiernos, otros unos completos idiotas, pero ninguno logró cautivarme realmente. Al recibirme, me declaré cansada de todo aquel histerismo de las relaciones casuales y dejé de interesarme en aceptar citas de chicos que ni conocía.

No he estado con nadie aquí en Plymouth. No es que no tenga ofertas, solo que nadie me atrae lo suficiente como para merecer el esfuerzo. Además, se trata de una ciudad pequeña e intento mantenerme alejada de los cotilleos. No es bueno para el negocio. 

Es por esto que solo mantengo relaciones esporádicas con viejos compañeros de la universidad, incluso con Marco en algunas ocasiones, cuando regreso a casa a visitar a mis padres o visito a algún amigo.

Ahora bien, nunca antes había tenido sueños húmedos con nadie. Y no sé cómo tomar el hecho de que sea Anthony Davis, el sujeto que pretende expropiar mi casa, el que despierte esas sensaciones tan fuertes en mí.

Quizás sea hora de visitar a mis padres.

Reviso el calendario que tengo al lado del mostrador para evaluar cuándo fue la última ocasión que viaje. Hace un poco más de un mes. Eso no es tanto comparado con otros periodos en que no he tenido sexo.

Debe ser la edad. Intento convencerme a mí misma, pero no logro sentirme segura.

Entonces lo veo. Un Mercedes-Benz lujosísimo se estaciona en la vereda del frente. 

Sin poder evitar la curiosidad me acerco a la puerta para poder ver con más detalle. No soy la única, la gente de todos los comercios se asoma a espiar aquella aparición.

Anthony Davis es quien baja del coche en todo su esplendor. No puedo evitar ruborizarme, al ser la primera vez que lo veo luego de aquellos sueños perturbadores.

Está vestido de negro, para variar, pero es obvio que su traje fue hecho a medida. Se ajusta en los lugares indicados revelando una figura agraciada y atlética. Tiene una espalda ancha y piernas largas. Parece todo un modelo de pasarela. Es su gesto el que le da una solemnidad que corta con el aire de príncipe encantador. Su mirada revela una personalidad filosa y cínica, pero además expresa una mente ágil, certera. Desprende tanta seguridad de sí mismo que es aterrador.

Un hombre de traje se acerca a él y le entrega unas llaves.

— Ya está todo listo señor. Hemos dejado sus cosas dentro y he procurado abastecer las alacenas también. Marta vendrá a limpiar una vez a la semana mientras esté aquí, avíseme si necesita algo...

— De acuerdo Willis, no tienes que ser tan estirado conmigo. ¿No dijiste que era grande el lugar? Parece algo estrecho...

— Aquí no hay grandes edificios señor, se trata de un dúplex y es lo mejor que pude conseguir, después del tiempo y las exigencias que le puso a este capricho.

— ¡Ah! Ahí está el Willis que yo conozco. – La sonrisa que Anthony le dedicó al mayordomo podría haber congelado una isla en el caribe. – De acuerdo, de acuerdo, confiaré en tu criterio, como siempre. Después de todo has conseguido la mejor ubicación.

En ese momento, el hombre que me había mantenido en vilo toda la semana se giró para observar la vereda del frente, buscando la chocolatería. El maldito estaba allí para atormentarme.

Cuando me encontró parada en la puerta, sonrió. No fue como la sonrisa sincera que le dedicara al tal Willis. Se trataba, más bien, de un gesto cargado de malicia. Me quede allí un momento, echando chispas por los ojos, reteniendo el impulso de sacarle la lengua.

Había declarado la guerra.

Chocolate para DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora