Capitulo XIX

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Anthony se coloca la camiseta y saca unos joggins del armario. Nunca lo había visto de ese modo informal y, como no podía ser de otra manera, le queda sexy. Parece un playboy listo para una sesión de fotos casual.

— ¿Eres modelo o algo así?

El hermoso empresario que tengo frente a mí me mira divertido. Tiene el teléfono en la mano y acaba de marcar a la administración para pedir el desayuno, por lo que no responde mi pregunta.

— Hola. Quiero encargar el desayuno para la habitación 502. — Se oye el eco de una voz del otro lado de la línea. — Gracias.

Cuelga el teléfono aún con la sonrisa bailándole en los labios. Esa expresión le da cierto aire de inocencia que no había visto hasta el momento. Por unos segundos parece más joven, y tengo el impaciente deseo de plantarle un beso en ese pequeño hoyuelo que se forma en su mejilla izquierda.

— ¿Aún no puedes moverte?

— No si quiero mantener mi dignidad.

— Recuerda que ya te vi arrastrarte contra la pared en el bar — Es evidente que lo está recordando porque una sonrisa burlona aparece en su rostro, borrando la chispa inocente que había descubierto unos minutos antes. — De hecho, estoy seguro de que arruinaste mi cita.

— Pfff! – Bufo sin mucho decoro. — Esa no era una cita, solo tomaste lo que encontraste en la bandeja. Además, estoy segura de que lo arruinaste tu solito.

— Yo solo recuerdo de que te arrojaste a mis brazos y no dejabas que me fueras... parecía que realmente querías que me quedara.

Siento las orejas arder y sé que deben estar rojas. Detesto la capacidad de Anthony para hacerme sentir como una chiquilla inexperta. Es como si el universo hubiera conspirado con él para encontrarme en las situaciones más incomodas posibles.

— Eres un poco insoportable. — le digo enfurruñada. — Por eso debe haberte dejado la rubia.

Él sonríe y se extiende en la cama acercándose a mí. Sigue teniendo esa expresión de satisfacción que me hace pensar que está pasándosela realmente en grande.

— Está bien, solo admitiré que soy un poquito insoportable. — Su sonrisa se ensancha — Pero, cariño, nadie me deja a mí. Nunca.

Levanto la vista para decirle lo insufrible y narcisista que me parece. Me encuentro con su rostro a escasos centímetros del mío, su mirada me dice que solo está tomándome el pelo. Me quedo con la réplica en la boca, mirando aquel rostro que ya no me parece amenazante, sino todo lo contrario, es amable y cercano de cierta manera. Los segundos en silencio comienzan a cargar de tensión el aire. Sus ojos se fijan en mi boca entreabierta y no puedo evitar retener el aire.

Va a besarme.

"Qué fácil vas a perder en este camino Ema"

Sé que no debería dejar que me bese. Me he prometido a mí misma no caer de nuevo en su magnetismo, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Mis pensamientos van tan rápido que el momento parece extenderse hasta el infinito.

Ya siento su cálido aliento sobre mi boca cuando llaman a la puerta.

— Desayuno — Informa una voz desde el pasillo.

Anthony se aleja de mi refunfuñando por lo bajo algo acerca de "las oportunidades y la estupidez de algunas personas". Puedo volver a respirar y siento que he tardado mucho en volver a hacerlo, lo que hace que el mareo amenace con volverse permanente.

El carrito del desayuno que el servicio lleva a la habitación es enorme y está ridículamente surtido. Hay fruta, cereales, café, jugo. Una hermosa charola repleta de masa y panecillos llama decididamente mi atención.

— ¿Qué te sirvo? — Pregunta Anthony tomando una de las bandejas y comenzando a servir un poco de todo.

— Café, y no olvides traerme alguno de esos panecillos.

Me incorporo lentamente en la cama y descubro que no estoy tan mal como creía. Al menos el piso no parece moverse bajo mis pies. Pero el zumbido en la cabeza es, definitivamente, el de una resaca importante.

Por primera vez en toda la mañana, descubro que no tengo nada puesto. ¡Por Dios! Estaba tan escandalizada con la desnudez de Anthony y por lo que había sucedido que nunca reparé en mí misma. Con la sabana cubriéndome hasta la garganta, miro hacia todos lados buscando el bendito vestido y mis calzones.

Anthony ha cargado la bandeja con suficiente comida para los dos y se sienta a mi lado en la cama. Amablemente me tiende una de sus camisetas deportivas.

— Ten, supongo que querrás ponerte algo.

Sin mirarlo a la cara, cojo la camiseta de sus manos de un solo tirón. Sin embargo, no puedo ponérmela sin soltar la sabana.

— Gírate. — Sigo sin mirarlo, pero puedo sentir su sonrisa ensanchándose.

— Cariño, te guste o no, ya te he visto desnuda. En realidad, podría decirse que he hecho cosas mucho más escandalosas que esas con tu cuerpo.

Es obvio que disfruta con eso de ponerme incomoda. Levanto la cabeza lentamente para evitar que vuelvan los mareos y lo miro a la cara directamente.

— Voltéate. O no comeré un solo bocado de esa bandeja, moriré de inanición y te atormentaré durante el resto de tu vida.

Anthony sonríe y parece querer replicar algo. Sin embargo, gira los ojos con fingida exasperación y se da la vuelta.

— Espero tengas este amable gesto en cuenta cuando pienses en mí.

— Yo no pienso en ti. — Le digo mientras lucho con mis manos torpes en el apuro por ponerme la remera.

— Después de lo de anoche, estoy seguro de que pensarás mucho en mí. Es más, apostaría, que tendrás alguno que otro sueño interesante...

Agradezco que Anthony no vea el rojo de mi cara en ese momento, porque descubriría que, obviamente, ya he tenido más de un sueño interesante con él.

Termino de acomodarme la remera y levanto la vista para avisarle que ya estoy. Entonces lo veo. Justo frente a la cama hay un espejo grande, esos de cuerpo entero. Desde la perspectiva de Anthony se me ve perfectamente, tan bien como yo puedo ver su reflejo y el brillo malvado de su mirada.

— ¡Oish! Eres realmente insoportable — Le digo arrojándole una almohada a la cabeza. 

Chocolate para DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora