Capitulo XXI

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Mis padres no preguntaron donde había pasado la noche. Me lamente por no haber avisado que me quedaría con Ana y esa fue toda la conversación sobre mi paradero. Ellos me consideraban una persona responsable y confiaban en mi criterio con los ojos cerrados.

Pasamos el domingo bebiendo refrescos en el porche, disfrutando del sol de invierno. Mi Padre estaba decidido a manejar las compras por línea, así que puse toda mi paciencia en explicarle sobre los diferentes sitios y a identificar la publicidad engañosa.

Intenté no pensar en Anthony a lo largo del día.

Había desayunado conmigo, pero luego de aquel tierno beso, su humor había cambiado. Parecía molesto por algo, había dejado de ser un diablillo encantador para transformarse nuevamente en un patán malhumorado.

— Vete en cuanto termines de desayunar. Debo volver a Plymuth en unas horas. — Dijo sin mirarme mientras tecleaba en su móvil — Mi chofer te estará esperando abajo. Reconocerás el Mercedes en la puerta.

Sin decir nada más, sin dedicarme una última mirada, se metió en el cuarto de baño y pude escuchar el agua de la ducha al caer.

Me sentí humillada. No esperaba que Anthony fuera noble, pero pensé que algo había cambiado. Por fin habíamos podido ser amables con el otro.  Finalmente compartimos un momento muy íntimo, habíamos charlado y bromeado, dejando a un lado la contienda que nos ocupaba.

El sentimiento me molestó. Creí que tenía esa parte cubierta, que no depositaría en Anthony ninguna expectativa. Sabía que todo esto era una especie de prueba macabra para él ¿cómo podría esperar más que manipulaciones y bajezas de este tipo? Y, sin embargo, allí estaba, mirando la puerta del baño sintiéndome una completa idiota.

"Debes irte antes de que salga".

Reaccionando por fin, comencé a buscar mi vestido por la habitación. Lo encontré hecho un montículo arrugado en el suelo. Me lo coloqué e intenté peinarme en el espejo. Mi aspecto dejaba que desear. 

Sin ninguna culpa, tomé una de las perfectamente planchadas camisas de Anthony y me la coloqué encima. Me quedaba algo grande, pero disimulaba el aspecto descuidado y la ropa magullada.

"Mejor".

Palmeándome las mejillas para darles algo de color, tomé mi bolso y salí de la habitación.

El chofer de Anthony era el taciturno señor Wilis. Su figura larga y grisácea me era familiar luego de haberlo visto repetidamente frente a la Chocolatería. Parecía tener la habilidad de volverse invisible. La gente apenas lo notaba cuando pasaba a su lado. Sin duda tenía un aire distinguido, pero aun así sabía desaparecer. Por eso me gustaba observarlo desde mi lugar escondido detrás del mostrador. Era casi como ver a un fantasma desplegar sus poderes en la acera del frente.

— Hola Wilis — Le digo sonriéndole a esa figura desconocida pero tan cotidiana.

Algo sorprendido, el viejo mayordomo inclina su cabeza brevemente a modo de saludo.

— Buenos días señorita Godwin, es un placer conocerla al fin.

— ¡OH, por favor! Dígame Ema. Somos prácticamente vecinos, asi que creo que podemos prescindir de formalidades.

Wilis asiente con algo que parece ser más una condescendencia de sirviente que un convencimiento sincero.

— Me acompaña — Dice haciendo un gesto elegante con su mano, indicando a la puerta.

Por un momento planteo irme en taxi y mandar la generosidad pedante de Anthony al carajo. Sé que, probablemente, Wilis deba llevar a todas las citas de su jefe los domingos por la mañana. Ser una más del montón nunca se siente bien. Sin embargo, estoy a unos cuantos kilómetros de casa y un taxi costará una gran cantidad de dinero. Además, Anthony me debe al menos eso.

— Por supuesto. — le digo al estirado señor Wilis, dirigiéndome a la puerta.

En el camino hablé mucho, intentando convencer al señor Wilis de aflojar su actitud de sirviente imperturbable. No conseguí más que unos cuantos monosílabos y evasivas. No obstante, juro que vi temblar la comisura de su boca al hacer una imitación de Anthony en la mañana.

Lo consideré un triunfo.

Al llegar a casa de mis padres, decidí bajarme a la vuelta de la esquina para evitar que mis padres vieran el lujoso Mercedes y el elegante mayordomo frente a su puerta. Aun así, no logre convencer a Wilis de que no necesitaba bajarse y abrirme la puerta. Pareció indignado siquiera con la sugerencia. Sin embargo, le estampe un beso en la mejilla al bajarme.

— Pase a tomar chocolate conmigo alguna vez Wilis. — le dije mientras me alejaba caminando — su presencia es reconfortante.

Esa noche, regrese tarde a Plymuth. Cuando llegue a la puerta del apartamento, ya no había nadie en la calle. El elegante Mercedes no estaba aparcado en la acera de enfrente y tampoco había luces en la casa.

"No esperabas que estuviera aquí ¿verdad?"

Había escapado todo el día a pensar en lo sucedido aquella mañana. Ni hablar de la noche anterior. Pero, allí parada en la vereda, en la silenciosa oscuridad de la noche me permití sentirme triste y enojada.

No era justo. Anthony tenía todas de su lado. Fortuna, belleza, confianza. El mundo se abría ante el con miles de posibilidades, solo requería que él las tomara. Para los demás no era así. Estaba cansada de pelear con las emociones encontradas que él me provocaba. Cansada de sus manipulaciones, de sus momentos encantadores y sus patrañas egoístas.

Había intentado todo para superar esa situación, pero no podía escapar de su influencia.

Enojada con mi propia cabeza que no dejaba de discurrir en aquella dirección, entro en la tienda y cierro de un portazo. 

Chocolate para DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora