Capítulo 21

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26 de Octubre del 2014

El baile de bienvenida resultó bien a pesar de la pesadilla que parecía desatarse justo antes de salir, el lunes de la semana anterior que fui a clase recibí una felicitación por parte del maestro por la interpretación.

Supongo que algunas veces las cosas suceden tan rápido que no alcanzas a digerirlas en el instante que ocurren, pero tuve una mucho tiempo para pensarlo con detalle. El día del baile me puse un vestido casual color azul marino, que combinaba a la perfección con el traje de Steven. Recordaba el inicio de la historia con el nombre del festival, una noche de estrellas donde nos guardaban los destellos en la oscuridad.

Mi relación con Steven era eso, los colores de esa noche sumergiéndose en mi piel, los últimos días en que vi a Steven había aprendido a amarlo de una manera especial, cada hora se sentía mejor que la anterior, más cercanos a pesar de los conflictos.

Al inicio me pareció que regresaría, ese lunes que no lo vimos en la cafetería Andrea me entregó la llave de su casa para regresársela en clase de música pero nunca llegó. Empecé a preocuparme el tercer día de distancia, creo que sobretodo porque a nadie parecía importarle y nadie hablaba del tema.

Llegué a creer por unos instantes que podría ser todo producto de mi cabeza, aún me extraña como casi cualquier acontecimiento en la historia me dejaba lagunas mentales por las noches, como si ningún evento tuviera la capacidad de responder con claridad lo que había ocurrido con nosotros.

El único hecho que existía en mi cabeza era sobre mi enamoramiento, pues el amor que le tenía me daba la esperanza de que al siguiente día apareciera de nuevo frente a mí, que se manifestara en cualquier manera, un mensaje, una llamada, una nota diciendo que volvería.

Fue una semana de martirio, caminar en las penumbras, no conocer su paradero, y en la bolsa de mi mochila seguía ese pequeño artefacto destilando por el rose de aquellas manos dueñas de su existencia. Tal vez Andrea creía fielmente que nos volveríamos a topar, encontrarnos de forma genuina en algún lugar de los corredores del instituto. Pero no.

Nunca lo olvidaré, su ausencia se sentía en cualquier espacio de la ciudad, especialmente en la escuela, donde mi mirada preguntaba por él a cada persona que observaba, pues él estuvo en esa escuela por mucho tiempo antes que yo, y estaba segura de que la gente ahí sabía más de él de lo que yo podría conocer en el escaso tiempo que tuvimos de contacto. No logré conseguir más que lastima, la mirada rápida anterior a la media vuelta y el olvido.

Aun así, cuando los pasillos dolían, las miradas ajenas humillaban y ante mi pregunta no había respuesta, sabía no tenía el coraje suficiente en mi cuerpo para ir a su casa, incluso si conocía de memoria cada paso que era necesario dar para llegar a ese lugar.

No me atrevía a afrontarlo porque ese pequeño lugar representaba todo el crecimiento de nuestra interacción, el suelo, las paredes y cada artefacto había sido testigo de tantos momentos indiscriminables de nuestra historia. Eso fue lo más difícil de roer.

Sabía que no era sensato ponerme a mí misma ante tantos sentimientos. De forma racional, los últimos momentos de encuentro demostraban una reacción poco favorable para los dos, así que nunca lo hice, hasta ese lunes donde el deseo tomó lugar y la determinación se hizo clara para darle un punto final a la duda. El impulso fue tan grande que cuando menos lo supe ya me encontraba en el autobús de camino, mi estómago me aviso cuando las náuseas se manifestaron. Por el borde de la ventana contemplaba todo, esperando con mi corazón en mano que el encuentro fuera dulce y suave.

No sabía lo que iba a pasar Steven era justo lo que yo había construido en mi mente pero también tan impredecible, de cualquier manera era demasiado tarde para dar marcha atrás. Aun así lo pensé, yo ahí frente a la puerta con las llaves en mi mano. Cuando noté la luz encendida dentro sentí alivió, las mariposas en el estómago y mis manos temblando. El no haberlo visto en siete días fue una tortura y saber que él estaba bien, me provocaba a correr hacía para verlo de nuevo y solo besarlo.

Y fue precisamente así, un instante en el que no supe que fue con exactitud lo que llevó a escoger entrar sin más a la casa. No toqué la puerta, use la llave para entrar, supongo que en ese momento sentía ese lugar como propio.

Me dirigí a la cocina, que era el lugar más especial de nuestra historia, entonces la tragedia nació bajo las nubes de mis ojos, humedecidos en el dolor, Steven estaba ahí, pero no solo. En esa mesa en la que algún día yo yacía cubierta de amor, se encontraba una pequeña figura femenina cubierta en un hoddie negro, ambas piernas rodeando su cuerpo.

La imagen siempre será nítida, de los dedos de Steven se deslizaban mechones de cabello dorado, las manos cubrían su cuerpo con cariño y cuidado, su boca acariciaba los labios de aquella chica. Toda una escena había acontecido en esa cocina, la encimera estaba llena de harina.

Lo procesé todo camino a casa, porque nunca supe realmente lo que sucedía con él pero sí conmigo, que estaba hecha trizas de dolor de saberlo ajeno a este enlace emocional. Entonces todo tuvo sentido, todo hizo click.

Las escenas inundaron mi mente como si se tratase de una película, una historia que no escribí yo, que alguien por ahí con mayor fuerza que yo hizo que me enamorara en menos de dos día, que lo quisiera por quizá dos meses, para al final encargarse de arrancarme el amor que siempre soñé tener y que estaba consiguiendo.

No conozco el lado de tu anécdota, porque solo hace falta un individuo para decir lo indiscutible, para relatar los hechos más narrados. Lo necesario para romper un corazón. Uno. El mío. 

UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora