》Capitulo siete《

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Vuelvo a tener los pies de hielo
ahora que de nuevo somos Pangea descompuesta.
Y aún sabiendo que pronto estarás de vuelta,
estas uñas quebradizas no encuentran los argumentos suficientes
para dejar de temblar y regresar a tu calma.

Sigo paseando por la misma casa,
con la misma cara larga,
la misma piel de papel,
los mismos huesos de cristal,
las mismas ganas de no echarte de menos
y las mismas posibilidades nulas de lograrlo.

Solo sé temblar y quejarme; quejarme y temblar.
Regresar a la cama y volver al dolor
y al deseo de que me abraces para tener un nuevo escudo,
para disimular, ser fuerte y que se marchen mis fantasmas.
Sonreir y fingir que acá no ha pasado nada.

Ahora, luces intermitentes, manecillas estancadas.
Me autocondeno a escribir porque no conozco otra forma
de saber lo que siento desde aquí,
dentro del laberinto.
Dicen que "un día sin reir es un dia perdido".
Lo que no saben es que un dia sin verte reir a ti
me carga sobre la espalda siete dias de funeral.

- Martalar


Una voz femenina repite mi nombre.

Una y otra vez.

Miro a mi alrededor para ver de donde proviene. Estoy parado en medio de un pastizal que parece no terminar nunca. Me encuentro sumido casi en la absoluta oscuridad sino fuera por la escasa luz de la luna, que no me deja distinguir ningún objeto mas allá de dos metros de mi posición. Me siento enjaulado y, aunque la noche es fría y ventosa, me estoy ahogando.

Trato de aliviar mi agitación cuando su voz vuelve a irrumpir desde algún lugar. Y ahora si la puedo reconocer.

Es ella.

Corro sin saber muy bien a donde voy, pero mi desesperación no puede dejarme quieto en mi sitio.

- ¡Camila! – Grito - ¿Dónde estás?

Escucho un grito ahogado a pocos metros de distancia a mi derecha. Voy en su busca y a los pocos segundos me encuentro con una escena horrible. Nunca pude haberme preparado para algo así.

Me acerco al auto destrozado sobre la ruta, cuyo techo está sobre el pavimento y las ruedas mirando al cielo, aun girando por la inercia. Del motor sale un humo blanquecino que inunda el aire a su alrededor y no me deja respirar; temo que en cualquier momento el vehículo explote.

Me acuclillo sobre mis rodillas y busco en su interior, alcanzando a ver que las ventanillas están destrozadas y los pedazos de vidrios están desperdigados en su interior.

Camila gime de dolor y alcanzo a ver su rostro ensangrentado del otro lado del auto, en el asiento del conductor.

Doy la vuelta con toda la rapidez de la que soy capaz e intento ayudarla. Introduzco mis manos con cuidado y le saco el cinturón de seguridad. Ella tose y vuelve a estar consiente.

Bandera Blanca Al Corazón [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora