》Capitulo veinticinco《

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Bandera blanca al corazón
El mundo está partido en dos.
¿En dónde te quedaste vos?

Esperanza duerme en los brazos de su padre, completamente ajena a este mundo

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Esperanza duerme en los brazos de su padre, completamente ajena a este mundo. Y él tambien duerme profundamente, aunque debajo de esa aparente calma puedo notar que algo la disturba, ya que su rostro está crispado en una expresión que denota malestar.

Tal vez sea debido a la posición incómoda en la que se encuentra: sentado en la silla junto a mi cama, apoyando su espalda sobre el respaldo de la misma y sosteniendo a la bebé con ambos brazos. Su cabeza cuelga hacia atrás y observar aquella postura tan antinatural me produce tortícolis.

Ignoro las puntadas de dolor en la parte baja de mi vientre y me incorporo en la cama con cuidado. Aunque la habitación está a oscuras, mi reloj mental me indica que seguramente ya amaneció. Sin embargo, puede fallarme porque hace tantos días que estoy encerrada aquí que el tiempo ya casi dejó de ser algo medible para mi. Solo puedo contabilizar las horas en razón de la cantidad de veces que Esperanza se alimenta.

Extiendo mi brazo para rozar la cálida mejilla de mi hija, quien hace una pequeña mueca ante mi tacto sobre su piel, pero de todas formas continúa durmiendo. Es tan pequeña que cabe perfectamente en los brazos de Benjamín y también desde aquí puedo percibir su fragilidad.

Los primeros días, luego del parto, fueron muy difíciles. Acostumbrarme a la idea de que mi pequeña ahora estaba fuera del abrigo de mi vientre era casi imposible de concebir para mi. Tuve tan poco tiempo para hacerme a la idea de su llegada y ahora tan poco tiempo para asimilar su salida, aunque no puedo detenerme a lamentar la inevitable separación de lo que aún siento una parte de mi: ella necesita de su madre.

Esta nueva piel que habito me es extraña, siento que no soy muy buena dentro de ella. Tal vez, idealicé demasiado la maternidad o quizá se trate de prueba y error... más error que prueba.

Pero me reconforta el hecho de que Benjamín reiteradas veces me haya dicho que lo hago muy bien. Él es el que sabe en todo esto y me dejo guiar por su ayuda sin protestar.

Tomo a la bebé entre mis brazos, procurando no despertarlos. Camino por la habitación para estirar mis músculos a la vez que acuno a la niña con suaves movimientos. Aún la siento muy liviana, aunque su pediatra nos haya dicho que está subiendo de peso muy rápido y que podría ser dada de alta antes de lo pensado. Recuerdo que eso nos llenó de ansiedad a Benjamín y a mí, provocando que él se encargara de preparar la habitación que Carolina nos prestó para Esperanza.

Sería algo improvisado y temporal, ya que aún no respondimos a una pregunta que está latente en mi cabeza desde hace rato: ¿Dónde viviría nuestra hija?¿En Buenos Aires, lo cual ahorraría los repetidos viajes de Benjamín para ver a Rita? ¿O aquí mismo?

No puedo negar que la última opción es la que más me seduce, porque me encantaría que mi hija crezca en este lugar lejos de la gran ciudad y sus vicios. Sin embargo, sé que no estaría siendo muy justa con su padre, por que él tiene prácticamente su vida allá.

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