》Capitulo once《

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Después de todo,
la muerte es solo un síntoma 
de que hubo vida.

~ Mario Benedetti.

Recuerdo que una vez, cuando era niña, le pregunte a mi padre qué era el cielo.

Mi hermano me había contado ese mismo día que, al morir nuestro perro, él se fue a ese lugar que me parecía un misterio por aquel entonces.

Mi padre, ante tal pregunta, se quedó en silencio por un momento, buscando las palabras adecuadas para una niña de cuatro años.

- No existe – Contestó al fin.

- ¿Dónde se fue Toby, entonces? – Le pregunté con tristeza.

- Está acá – Replicó señalando mi pecho – Y ahí nunca morirá.

Siempre tuve presente sus palabras

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Siempre tuve presente sus palabras.

Pero hoy, más que nunca, entiendo su significado.

Observo la desesperación de Benjamín a mi lado, presionando mi pecho una y otra vez.

Intento comprender lo que siento. Una revolución está ocurriendo dentro mi… no quiero irme pero algo me arrastra. Identifico el miedo que me invade, tan contrastante a la felicidad que sentí hace unos minutos atrás, porque pude verlo al fin y supe que estaba bien. Herido, claro. Pero al fin y al cabo, aún entero.

Las lágrimas que mis ojos derramaron hace instantes, ahora se secan sobre la piel ya pálida y fría de mi rostro.

Cuesta verme a mi misma así, siendo abandonada gota a gota por la vida. ¿Qué carajos pasa?

Estas semanas me sentí tan aferrada a ella… ¿Y ahora?

¿Estoy lista para irme? No lo sé.  ¿Qué sería de sus vidas si eso ocurre? Benjamín no encontraría consuelo. Tampoco mi familia ni mis amigos. Aunque la vida continuaría para ellos  y podrían salir adelante, ya que en silencio ya me despidieron.

¿Pero él?

Sé que quedaría destruido mas allá de todo arreglo.

Los latidos de mi corazón disminuyen vertiginosamente mientras las palabras de mi padre resuenan en mi.
Al fin y al cabo, estaba equivocado, porque si existe un lugar después de todo. Aunque para los que quedan aquí, solo pueden aferrarse a la falsa promesa de guardar a sus muertos en algún recoveco de sus memorias o sus corazones, como yo hice con Toby (y tantos seres queridos más) cuando era pequeña.

Miro a Benjamín y deseo saber con todas mis fuerzas si hará lo mismo, solo para irme tranquila. Si eso le parecerá suficiente… mantenerme en su memoria y en su pecho.

Pero la pérdida no será una sola. ¿Lo resistirá? Como si escuchase mis pensamientos, su rostro empalidece al escuchar aquel pitido infinito que anuncia mi partida, y sé que no lo hará.

La máquina, luego de unos instantes, queda en silencio.

Entro en pánico porque quisiera tener más tiempo para despedirme de todos.

Benjamín se queda inmóvil mientras me observa, incapaz de procesar lo que está pasando frente a sus ojos y yo me limito a besarle en la mejilla. Quiero susurrarle un te amo pero me es imposible. Solo me resta cerrar mis ojos y dejarme llevar hacia donde deba ir, sin reproches y resignarme a mi destino.

Los segundos pasan.

Abro mis ojos nuevamente. ¿Qué sucede? Aún sigo aquí.

De repente, un enfermero ingresa a toda prisa y se acerca a mi cuerpo pálido. Deja mi pecho al descubierto a la vez que otro enfermero conecta el desfibrilador al toma corriente.

- Correte pibe – Le dice uno de ellos a Benjamín.

Él continúa inmóvil en su sitio, en shock y sin poder quitarme la vista de encima; mi hermano lo agarra de los hombros para quitarlo del camino.

Al instante siento una fuerte presión en mi pecho, que me deja debilitada. Luego otra. Y otra. Pierdo la cuenta.

- ¡Dale! – Le grita uno de los enfermeros a mi cuerpo inerte - ¡Dale, nena! ¡Dale!

Caigo de rodillas ante la fuerza de las descargas. Miro por última vez al hombre que amé en vida. Me despido en silencio de él, deseando que me perdone.

Esta vez si percibo como me estoy yendo, cerrando mis ojos y advirtiendo vagamente como caigo nuevamente en la oscuridad.





Y todo vuelve a comenzar.






Mi pecho se llena de aire, provocando que mi garganta se cierre de golpe

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Mi pecho se llena de aire, provocando que mi garganta se cierre de golpe. Me ahogo y escucho que expulso el aire fuera de mi boca con dificultad.

Por acto reflejo, tomo las sábanas debajo de mis manos, cerrándolas en un puño.

Un pitido que proviene de lejos suena con una regularidad tranquilizadora y parpadeo varias veces, hasta que mis ojos se acostumbran a la luz.

Lo primero que veo son aquellos ojos celestes que tanto añoré mirándome con alivio. Su sonrisa aparece ante mi campo visual y una oleada de bienestar invade mi cuerpo.

- ¿Cami? – Escucho su voz muy cerca.

- Benjamín – Mi voz solo es un gruñido.

- Volviste – Afirma él, dándome un beso en los labios.

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Bandera Blanca Al Corazón [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora