Depresión silenciosa

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En la madrugada Annie abrió la puerta de su habitación, no había nadie en la sala de estar así que salió con los platos que su padre había llevado en la tarde y los dejó en la mesa, no tenían gran avance ya que apenas y comió.

El plato estaba casi lleno, la langosta no estaba ni a la mitad y el recipiente del mismo mar no estaba vacío del todo, sin embargo...era el que menos tenía.

Iba de regreso a su habitación pero la puerta principal llamó su atención.

Cinco semanas sin traspasar esa puerta.

De repente su padre salió de su habitación, miró a Annie extrañado y algo enfadado, sin embargo su mirada cambió al ver la mirada de la niña.

Sus ojos azules estaban apagados, sus labios estaban serios y ligeramente inclinados hacia abajo mientras que sus párpados cubrían la parte superior de sus ojos.

Annie no dijo nada y se dirigió de nuevo a su habitación, se recostó pero no logró conciliar el sueño.

Pensó en escaparse pero ¿Para qué? ¿De qué serviría ahora? Ya nada tiene sentido.

Habría que aceptarlo...jamás lo volvería a ver.

Los días se hacían cada vez más largos para ella, ya no miraba la ventana, estaba todo el día recostada, aunque ya comía un poco más.

Cuando su padre entraba ella sólo se giraba para mirarlo, cuando se callaba y sólo la miraba, Annie volvía a su posición original.

Jugaba con sus dedos o con su cabello, lo cepillaba y luego lo volvía a atar, en pocos días, su cabello estaba más que sedoso, aunque ella no lo notara por su poca importancia.

Salía para tomar agua densa y volvía a su habitación, pocas veces tomaba leche, nunca fue de su gran preferencia, además de que era hartante cacharla en el ambiente salado.

Esa era su rutina diaria mientras se encontraba dentro de su casa y nada más, sentía que su vida se apagaba y no tenía sentido, se sentía cansada todo el tiempo...ya no quería despertar más.

Se estaba deprimiendo mientras los demás pensaban, más su padre, que todo iría bien después de ese encierro.

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