Capítulo 11 | Hoguera

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''He cometido el error de pensar
Que poco a poco yo te iba a olvidar
He cometido el error sin saber
Que el amor que te tengo por siempre va a estar.''
Borracho de amor. Cali y El Dandee, Reik.

Las lágrimas no paran de deslizarse por mis mejillas y siento como si el pecho me fuese a explotar

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Las lágrimas no paran de deslizarse por mis mejillas y siento como si el pecho me fuese a explotar. Abro tan rápido como puedo el primer cajón de mi mesita de noche y atrapo mi tesoro más preciado, la foto arrugada de mi madre.

Cuando ella murió, mi padre ordenó quitar todas las fotos de mi madre que había en la casa, creyendo que si no la recordaba su dolor se apagaría, pero no fue así. Yo escondí esta foto en mi mesita de noche y no me he separado de ella en todos estos años.

Miro la foto con los ojos inundados en lágrimas y me abrazo a aquel viejo recuerdo como si ella estuviese conmigo en mi habitación en vez de su retrato. La observo con profunda nostalgia, y sin quererlo la lleno de restos de lágrimas que rápidamente elimino con la yema de los dedos.

Es una foto preciosa, mi madre sale tan despampanante que es capaz de deslumbrar a cualquier persona que la mire por más de un segundo. Lleva su jersey de lana color menta favorito, y el pelo negro carbón suelto y ondeando al viento. De fondo, una increíble playa se vislumbra borrosa. Pero lo que más destaca en aquella foto, son sin duda los enormes ojos color avellana de mi madre, iguales a los míos. Mientras observo absorta la foto, unos golpes resuenan tras la puerta de mi habitación.

—Emma, cariño, soy tu padre. Abre por favor, te lo suplico —su tono de voz suena tan triste y desesperado que casi consigue que le abra la puerta.

—¡Déjame en paz! ¡No quiero verte! ¡Vete con tu nueva esposa y déjame sola! —grito y ahogo la cabeza en mi almohada.

—Emma, deja de comportarte como una niña pequeña y abre la puerta, por favor —me ruega golpeando nuevamente la puerta.

—No pienso abrirte, me has decepcionado profundamente, papá. Cómo has podido cambiar a mamá por esa... esa... ¡Ni siquiera sé cómo denominarla! ¡Vete! ¡Quiero estar sola! —vocifero y escucho un prolongado suspiro que acaba en unos pasos alejándose de la puerta.

Tras aquella discusión, me paso los dos días posteriores encerrada en mi habitación con Manet y sin recibir a nadie, excepto a Felipa, que viene a visitarme a de vez en cuando y me trae la comida, aunque yo me niego a probar bocado por más que ella insista.

—Señorita Emma, debe comer o se quedará en los huesos —inquiere Felipa.

—No tengo hambre, Felipa. En realidad, no tengo ganas de nada —grazno cubriéndome con la manta por completo.

—Ánimo tesoro, todo esto pasará y se dará cuenta de que no es para tanto. Su padre también se merece ser feliz, la verdad es que lo ha pasado muy mal por todo lo que ocurrió con su madre y desde que sale con la señorita Madeline está de mucho mejor ánimo.

Necesito que me creasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora