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Gabi

-¿Cómo puedes ser así? Encima que se preocupa por ti - me riñió Riccardo.

-Lo siento, pero me enfadé. No tenia ninguna necesidad en echarme del equipo - respondí.

-Gabi, Nathan te quiere, eres importante para él. Debe de estar destrozado por lo que está pasando, solo intenta protegerte. ¿No lo entiendes?

-Claro que sí, pero creo que era innecesario.

Él suspiró con pesadez.

-Si no vas a poder jugar, ¿qué más te da? - dijo - Él solo quiere asegurarse de que no corres peligro. Cuando estés bien ya volverás al equipo

-...

-¿No vas a decir nada? Cuando no respondes quiere decir que no encuentras argumentos para contradecirme, porqué sabes que tengo razón.

Desvié la mirada. Incluso mis amigos me irritaban, estaba un poco sensible.

-Venga no te enfades - se disculpó - Sé que lo estás pasando mal, pero debes intentar ser un poco más empático, sé que lo eres.

Hacía ya un rato que Riccardo había venido a verme. Al principio hablamos animadamente, pero cuando le conté nuestra pequeña discusión con Nathan empezó con su sermón.
Me vino un golpe de mareo sin previo aviso. Me puse la mano en la frente.

-Gabi, ¿te encuentras bien? - preguntó Riccardo preocupado - Te has puesto pálido de golpe.

-Sí, no es nada - respondí.

Empecé a verlo todo borroso. Una de las máquinas de mi habitación comenzó a emitir un pitido similar a mi despertador. Todo me daba vueltas.

-Oye Gabi... - me sujetó él por los hombros - ¿Qué te pasa? ¿Qué debo hacer?

Riccardo estaba nervioso, pero no tenía fuerzas para contestarle. Yo tampoco sabía qué me pasaba.
Entonces entró Camelia en la habitación.

-Tranquilo Riccardo - le calmó - No es nada grave. Gabriel, Gabriel ¿me oyes?

Yo asentí. Casi no le veía la cara, pero su voz era muy característica.

-Madre mía, estás más blanco que la leche... - susurró, pero yo la oí - Te sientes mareado, ¿verdad?

Asentí de nuevo. Ella abrió un poco la ventana. Una corriente de aire me golpeó la cara. Se sentía bien. Poco a poco recuperé la vista.

-¿Estás mejor? - me preguntó.

-Sí - respondí, con poca fuerza, pero me escuchó, lo vi en su expresión.

-Me alegro. Te ha bajado la presión, pero ya se te está pasando. En pocos minutos volverás a sentirte bien. Os dejo - se despidió mientras salía por la puerta.

-Gracias - dijo Riccardo, y luego me miró - Menudo susto me has pegado...

-Lo siento - respondí - No lo he hecho queriendo, te lo aseguro.

-No bromees con esto - se rió levemente.

-Vale, perdón - respondí con su misma risa.

Entonces la puerta volvió a abrirse, y vimos de nuevo el rostro de Camelia.

-Pensandolo mejor - dijo - ¿Y si sales a la tarraza del hospial? Te dará el aire mejor, y ya de paso el sol, que luego te falta vitamina D.

-Parece una buena idea - dijo Riccardo - Yo no puedo acompañarte, tengo clase de piano en media hora.

-Vale, entonces ya nos veremos otro día - me despedí.

Él se fue, y Camelia me ayudó a levantarme y me acompañó hasta la terraza. Hacía viento, y el sol pegaba fuerte.

-¿Crees que podrás volver tú solo a tu cuarto? - me preguntó - Sino me quedo aquí contigo.

La verdad es que necesitaba un tiempo para rexflexionar a solas, ese día había tenido dos visitas.

-No tranquila, creo que podré volver - le respondí.

-Bien - dió media vuelta y se marchó.

Apoyé los brazos encima del extremo de la terraza, para contemplar un poco la vista. El barrio en el que estaba situado el hospital era bastante tranquilo, no había mucho tránsito. Hacía buen día. Me hubiera gustado estar entrenando al fútbol en el campo de la rivera con Nathan o con Gaia. Ambos me había enseñado a jugar al fútbol de pequeño. Nathan me enseñó a defender, y como Gaia era delantera, a atacar, por eso dominaba un poco la ofensiva. Entonces desvié la mirada hacia el café de enfrente al hospital. Estaban Nathan i Gaia.

-Hablando del rey de Roma - dije.

Estaban sentados en una mesa con otras tres personas. Dos de ellas las identifiqué rapidamente. El señor Foster y el señor Greenway. Pero al tercer individuo no lo había visto antes. Tenía el pelo color blanco nieve, y la piel bastante clara. Des de esa distancia no conseguía verle los ojos, pero no eran oscuros. Lo que me llamó la atención de esa persona era que se subía las mangas de la camiseta hasta los hombros, al igual que Adé. Seguramente era otro amigo de Nathan.
Gaia me había dicho que por la tarde vendría a verme, ya se lo preguntaría entonces.

Aparté la vista de ellos y miré el cielo. Había todo tipo de nubes. Entonces me acordé de mi madre. De pequeño simpre solía tumbarme en la terraza de mi casa con ella a contemplar las nubes. Jugábamos a imaginar qué forma tenía cada una. A veces había aviones, otras conejos... Me entristecí un poco. Echaba de menos esos momentos. Escuchar la bonita voz de mi madre cantando mientras yo aún estaba aprendiendo a tocar el ukelele, o cuando mi padre me llevaba a ver las estrellas y me contaba todo tipo de leyendas mitológicas sobre las constelaciones. No podía dejar de pensar en ello, pero sabía perfectamente que esos momentos nunca volverían. «Ojalá todo volviera a ser como antes» pensé.

-Bueno, mejor volvemos ya - me dije a mi mismo, mientras me levantaba y volvía a mi habitación.

Mientras yo esté aquí...  [Inazuma Eleven] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora