Capítulo 10

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Lo primero que sintió al despertarse fue el incesante frío que estaba ocurriendo en su cuarto. Si fuera su decisión, dormiría en la sala o en la tina del baño.

Finalmente se convertiría en el padrino de Philip. El hijo de Alexander.

Su Alexander.

Era algo impertinente llamarlo propiedad, seguro que lo podría golpear al enterarse. Sin embargo, si tenía que mantener un recuerdo de los sentimientos más puros y destructivos que conservaba, mejor que fuera de esa manera.

Ya había recolectado las cartas que enterraría en el jardín, dónde ocultaría todo lo que había sucedido y ni si quiera los historiadores capaces lo encontrarían.

Sepultar un secreto que se había convertido en su verdad era una solución extraña. Pero era la más correcta si quería sentirse menos como un farsante.

No tuvo el corazón de enterrar la carta que Alexander le escribió meses después de su boda. Esa carta la mantendría junto a él, incluso con todas las implicaciones que llevaba. Porque si bien podía enterrar su secreto, también lo llevaría junto él. Su Alexander. Por siempre.

Sorprendentemente, resignarse le daba ánimos. Se libraría de una pena inconmensurable.

Una vez que ya se había aseado de pies a cabeza, se dedicó a arreglar el regalo de Philip.

Philip, Philip, Philip. Aún no podía comunicarse bien, pero no tardaría en comenzar a hablar. Era hijo de Alexander.

No debería de sentirse así en un día tan especial. No era correcto, y aún así la sola presencia y recuerdo de Martha Manning recorrían su cabeza. Esa carta oculta había resonado más en su vida de lo que le gustaría admitir.

Se sentía tan estúpido por no haber dejado sus problemas enterrados y localizar a las personas que de verdad lo querían. Completo cobarde por ocultarse detrás de la fachada de los horrores de la guerra y olvidar que el mundo seguiría su ritmo.

Quería ver a su madre y escucharla recitar poesía un poquito más.

Quería enseñarle al pequeño Jamie sobre las maravillas de la biología un poquito más.

Quería que Harry le siguiera insistiendo todas las noches sobre consejos de equitación un poquito más.

Quería hablar con sus hermanas sobre los árboles y animales un poquito más.

Quería seguir viendo a su querida amiga y revisar sus cartas, un poquito más.

Quería seguir guardando la cálida compañía de su amigo como un secreto, un poquito más.

Incluso podría decir que quería que su padre con sus ideales pasados de moda y su carácter extraño, se quedara en su vida un poquito más.

Pero ya se había dado cuenta desde hace mucho que si de verdad abría las puertas cerradas y empezaba a buscar su propio camino, tenía que dejarlo todo atrás.

Todo implicaba deshacerse de las cosas malas, así como también de las cosas buenas.

¿Valdría la pena la libertad cuando todo lo que lo aprisionaba también guardaba una pizca de felicidad?

No, probablemente no. Pero si quería salvarse de la hipocresía, le tenía que quedar claro que era su única alternativa.

No podía detenerse a meditar un asunto singular. Mejor pensar en otra cosa.

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Philip sería bautizado ese día, y Angelica no sabía aún cuál sería su atuendo.

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