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La fiesta, parte 3.

Me he detenido demasiado tarde porque no quería detenerme en absoluto. El movimiento es una cuestión pesada, ruidosa. Si el mundo supiera cuando detenerse seguramente jamás habría habido guerras, seguramente un chico como yo sabría que era mejor no contar los pasos hasta que estuviera tan cerca de mí que su respiración me hiciera cosquillas en la frente.

Primero me ha tocado la cara, con delicadeza, con paciencia, sin temor, pero con anhelo. De todas las cosas que estaba esperando de Rowan, nunca pensé que sus manos estarían llenas de tanta suavidad.

No sé si este borracho, no sé si yo estoy borracho.

Pero podría embriagarme fácilmente con el movimiento de sus manos por mi mejilla, jamás he deseado que alguien me toque con tanta intensidad. Jamás he sentido tanta paz en la mejilla, en el cuerpo, en el alma.

Se ha quedado callado por un momento, pero luego suspiró con demasiado aire, como si soltara algo que le pesaba demasiado. Yo he querido hacer lo mismo, pero el aíre no me ha encontrado a mí, estoy sobreviviendo con un suministro vital mínimo. Lo que necesito para vivir, no sé si lo haya perdido o apenas lo estoy encontrando. Y no se trata de Rowan, no se trata de sus manos. Se trata de algo que ha abierto en mí.

De una puerta, de una salida, una vía de escape. Una válvula a reventar.

Me ha mostrado delicadeza, suavidad, cosas imposibles, cosas que jamás había tenido de ningún hombre. Rowan había sido gentil en donde Parker había destruido, Rowan había corrido las cenizas y aprendía a contar los fragmentos en donde Parker había quemado y había roto.

Algo estaba cambiando para siempre.

Yo.

—¿Qué crees que pasé afuera, si aquí adentro yo te besara? — preguntó.

Rowan habla bajito, cerca de mi rostro. Su voz es grave y su aliento tiene un pronunciado olor a alcohol.

—¿Qué? —pregunto de vuelta, confundido.

Y aunque deseaba preguntarle más, aunque quisiera deshacerme en palabras, la verdad es que solo podría haber hecho una cosa en todo el universo.

Alzo la mirada, y sus ojos no lucen perdidos ni desconcertados, tiene la mirada llena de euforia, sus ojos me cuentan de un camino que va a llevarme directo hacia el futuro, un futuro incierto, pero mejor, sus ojos me han dicho que debería confiar, que debería tocarle, que debería pedirle que me toque de vuelta. He querido creer, he querido confiar. Pero en sus ojos también he visto mi reflejo, he visto mis temores y mis pesadillas, y ellos me han visto a mí. Me han visto ser feliz por un instante y ahora desean arrebatarme eso de las manos.

Respiro, esta vez es posible. Y si he soltado el aire quizá pueda articular unas cuantas palabras.

Uno, dos, tres.

—Nada—respondo.

Dentro de mí sé que es mentira, si Rowan me besara, afuera todo el mundo sería diferente. Mañana todo habría cambiado para mí. ¿Sería mejor? Quizá.

Estaba dispuesto a arriesgar mi vida para averiguarlo.

Aquel sacrificio no fue necesario, Rowan tampoco se iba a detener a tiempo. Y su tiempo me ha comprado otro instante en donde la vida fue maravillosa.

Sin pensarlo demasiado, he sentido el calor de su boca contra la mía. Siento mi cuerpo encogerse debajo del suyo como si no fuera ya lo suficientemente pequeño. Pero Rowan no me ha hecho sentirme menos, si no más. Me ha hecho creer que puedo volar, y que él va a sostenerme con un brazo fuerte.

Sus labios no saben a nada que haya probado antes, es todos los sabores juntos y es ninguno a la vez. Es contradicción y es verdad, es filoso y a la vez, inofensivo.

No me hace daño, no me remueve ninguna culpa. No se siente prohibido.

Se separo de mí lo suficiente para que yo pudiera darme cuenta de que estaba temblando, nunca logré identificar si era él, yo, o el mundo. Tal vez los tres.

Siento las mejillas calientes, el corazón a mil pulsaciones. Late tan rápido que casi parece que jamás se hubiese roto.

Él me mira un segundo antes de hablar.

—Es mejor de lo qué pensaba—dice.

—¿La fiesta? —pregunto, porque no se me ha ocurrido nada más, porque no he logrado encontrar sentido a nada aún que no sea su boca sobre la mía.

—Besarte—termina.

Aparto un poco la mirada con vergüenza. Cierro los ojos, y espero despertar cuando haya acabado todo, cuando cualquier indicio me diga que lo que ha pasado es una fantasía que me he inventado mientras dormía con Tyron a mi lado.

Al abrir los ojos, la imagen se repite. No ha cambiado, Rowan no ha desaparecido, sigue frente a mí. Y lo efímero de este momento sería realmente lamentable si no hiciera todo lo que puedo por aprovecharlo.

Entonces me acerco para besarlo nuevamente. Él se sorprende y sonríe, sobre mí. Y esa sonrisa me ilumina por dentro como si fuera un sol.

Hicimos una pausa para respirar con normalidad. Ninguno dijo nada por un momento, yo habría podido mantener el silencio, pero sus manos encontraron mi cintura y me alzaron antes. Estoy sentado en una encimera, en una especie de tocador vacío, de algún desconocido que colocará sus pertenencias encima de este mueble, pero jamás sabrá que he dejado aquí un pedazo de magia, de vida, de mí.

He quedado a la altura de Rowan y sé que me esta observando, yo sonrío.

—¿Qué hay entre Parker y tú? —pregunta. Ahora sé ve más serio que antes.

No sé que responderle. No sé que quiero responderle.

He deseado decirle la verdad, pero no lo he hecho. No puedo confiar en él, aunque nos hayamos besado de esta manera.

—Nada—respondo.

—No mientas.

—No estoy mintiendo—he procurado hablar firme, para evitar la duda.

—¿Entonces por qué me mira como si me odiara desde que hemos comenzado a ser amigos tú y yo? —pregunta, y suena irónico. Estoy seguro de que lo sabe, puede leerme y Parker esta haciendo su mejor actuación de perdida.

Claro que esta es la manera en la que él demuestra sus sentimientos, solo cuando no hay remedio a nada, entonces resulta que le importo.

Ahora él no me importa a mí.

—¿Somos amigos? —pregunto, para evadir el tema. Y para meterme en un terreno más peligroso aún.

—Supongo—responde.

—No quiero hablar de esto—digo.

Rowan chasquea la lengua, y coloca una sonrisa divertida.

—Los amigos no hacen cosas como estas—dice, un momento después—yo no hago cosas como estas—termina.

Algo parecido a la ansiedad derrama una gota en mi interior, y el miedo a lo terriblemente conocido ha agregado otro ingrediente, el compuesto podría destruirme.

—¿Te arrepientes? —preguntó. Con la esperanza en los labios, con el mundo en las manos, a punto de dejarlo caer por el peso de una respuesta.

—Ni por un maldito segundo—dice.

Y entonces me besa nuevamente. 

La generación del odio. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora