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Estoy sentado en las gradas de la cancha de Lacrosse recibiendo el aire directamente en la cara. Deseo que el viento se lleve a Parker lejos donde jamás tenga que volver a verlo abrazar a ninguna chica.

Bien podría ser otro chico, pero el asunto es que no deseo verlo.

Me salté la clase de natación porque no siento que pueda entrar en el agua sin quedarme estancado en el fondo como una piedra, así que prefiero no comprobarlo.

No hay nadie aquí más que yo, me quedo otro rato observando y luego me dirijo a los vestidores para cambiarme e irme a casa.

Cuando me voy a comenzar a quitar la ropa siento como alguien me empuja directamente contra las taquillas y el dolor en la espalda me nubla la vista por un momento. Cuando recobró los ojos, pero no la conciencia veo a Parker respirando con dificultad frente a mí.

Tiene las manos convertidas en puños y es la primera vez que me da miedo verlo. Hubiera preferido seguir con los ojos cerrados, tanto a él como a la verdad.

—¿Cómo fuiste capaz? —dice enojado, mirándome.

No entiendo de qué está hablando, pero tengo miedo de preguntar, lo hago de todas maneras, trato de pararme frente a él ocultando el dolor que siento en la espalda.

—No entiendo de qué estas...—comienzo a decir, pero Parker me agarra de la camisa y me jala junto a él. Rozar la piel con la tela tan rápido parece que me esta quemando, sea como sea hay algo que arde dentro de mí incluso aunque quiero pensar que Parker jamás me haría daño.

—Ah, ¿No entiendes, enano de mierda? Pues yo te lo voy a explicar—dice enojado mientras escuchó la tela empezar a ceder bajo sus manos. La fuerza de la ira es capaz de romper una ciudad entera.

Con su otra mano, Parker toma su teléfono y me lo coloca en la cara bruscamente. Me enseña una fotografía.

Somos él y yo, varios días atrás. Besándonos.

La sorpresa se instala en mí como un desconocido total. No tengo idea de cómo llego esa foto ahí, ni de donde salió, ni mucho menos.

—¿Verdad que no sabes, hijo de puta? —me dice, al mismo tiempo que alza la mano y me da un puñetazo.

Siento que la cara se me ha ido hacia dos lados diferentes, y lo mismo creo de la vida, que también se ha partido en dos pedazos importantes; antes de que me golpeara y después.

Me alejo instintivamente de él y me sostengo la cara, el labio me esta sangrando.

—No tengo idea de donde salió eso...yo no lo hice—le digo, y sueno tan patético que me gustaría darme otro golpe.

—No te creo—dice acercándose un paso, yo avanzo hacia atrás y considero la idea de salir corriendo.

Salir corriendo del miedo y del hombre del que he estado enamorado por casi dos años, la vida cambia en dos minutos. Un golpe puede partir la vida en dos.

—¡Tuviste que ser tú! —dice furioso—seguro estabas demasiado celoso y quisiste echarlo todo a perder ¿No es así? Por eso le enviaste la maldita fotografía a Leah.

—Yo no le...—empiezo a decir y un nuevo grito de su parte me calla por completo. Estoy asustado porque sé que no debe haber nadie cerca por aquí. Nadie que me escuche, nadie que me ayude.

—¡Cállate de una puta vez! ¿No lo entiendes? Todo habría podido ir bien, Leah, tú y yo. Nadie tendría porque enterarse, pero lo has arruinado todo como siempre, maldita sea—dice mientras intenta avanzar hacia mí y sé que va a golpearme de nuevo.

La generación del odio. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora