verity;

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Han pasado 5 días, 9 horas, 7 minutos.

Estoy en la puerta de mi casa atada a mis propias cadenas. Mi madre no está, tampoco mi hermano.

Hoy debo volver. Hoy debo volver. No quiero volver.

Salí corriendo en ese mismo momento. Todavía no entiendo de donde se saco aquel video, aquella cinta de cinco minutos que ha acabado con mi falso reinado, con mi falsa vida.

Pero han pasado 5 días y mi madre ha hecho preguntas, han pasado 5 días y no he llorado una sola lagrima.

Me siento en estado catatónico. No quiero imaginar nada, no lo hago.

Avanzo dos pasos y estoy fuera de mi casa, al salir me doy cuenta de que el aire sigue siendo el mismo, me toma el mismo tiempo respirar, me toma el mismo esfuerzo seguir viva. Los pasos que necesito para llegar son los mismos, los he contado, ni uno menos, ni uno más.

Soy yo quién ha cambiado para siempre.

Estoy detenida a media calle de la escuela, dudo que alguien me vea desde aquí y dentro de muy poco voy a ir tarde para a primera clase. Han llamado todos los días de la escuela, casi todas las chicas del equipo, algunas han mandado mensajes que no he visto.

Estoy tomando toda mi determinación para dar el primer paso en el principio de la cuenta regresiva, siento unos ojos en mi cuello, alguien me observa.

En la otra esquina de donde me encuentro, veo a Wallace. Me está observando, aquellos ojos que no me han visto en varios años. No va a encontrar lo que busca, no va a ver en mí lo que cree que tengo. Detengo mi mirada en él un momento de la misma manera, y entonces avanzo hacia el apocalipsis.

Recuerdo a dos niños, jugando, riendo. Recuerdo lo que fuimos y el dolor se pierde entre la multitud, en la multitud de años. De días, de horas que no hemos sido esos niños.

Wallace ha cambiado demasiado. Lleva el cabello rapado, pero yo recuerdo que es negro, negro completamente. Lleva una incipiente barba, es demasiado grande. Demasiado atractivo. Es un desconocido para mí.

En el primer corredor no voy caminando de manera apresurada, respiro en cada esquina, pero el aire me lastima los pulmones, el ambiente me rompe el corazón. Ya no tengo mi escudo, ya no puedo utilizar la ignorancia como arma.

Algunas miradas se detienen en mí, pero yo no me detengo en ningún momento, no cuento a las personas, asumo que no sé quienes son.

Me muevo con tranquilidad, he practicado durante días este momento, no porque lo anhelara, si no porque tenia tanto miedo que solo podría perfeccionarlo viviéndolo una y otra vez.

Escucho susurros, y nadie se acerca a saludar.

Llego al tercer piso, solo me quedan 33 pasos antes de atravesar la puerta hacia el futuro.

Flanqueo el lugar. Todo es exactamente igual. Las mismas personas, el mismo maestro, el mismo puesto vacío donde me siento cada jueves a recibir una clase de francés.

Todo a la misma hora. Pero yo me siento en otra dimensión, una dimensión que imagine imposible.

El silencio recorre el lugar, tanto que mis propios pasos suenan a música.

Permanezco allí sentada, sin decir nada. Casi soy un fantasma. Muchos aquí saben que estuve a punto de serlo.

123 minutos después me he levantado tranquilamente y he regresado al pasado. Es inevitable saber que soy el tema de conversación, y no soporto la sensación de vulnerabilidad, no soporto el poder que tienen sobre mí ahora.

Hoy tenemos practica del equipo de porristas.

Llego a mi casillero, recojo mi uniforme y me cambio en el baño. Algunas chicas me observan, ninguna se atreve a decir absolutamente nada. ¿Creerán que debo salirme? ¿Es posible que quieran mandarme al baño de hombres? A donde creen que pertenezco. A donde no quiero volver jamás.

La practica ya ha comenzado cuando entro en el gimnasio. Leah está dando órdenes. Leah está tomando mi lugar.

Que coincidencia.

Todas las chicas se quedan paradas cuando entro en el gimnasio.

Lyla está aquí. Ella sabe quién soy.

Me acerco a ellas y les saludo con la cabeza, no sé que decir.

Leah se acerca de manera tranquila, pero parece peligrosa.

—¡Ver! ¡Estas aquí! Dios, no respondías los mensajes, ni las llamadas, creíamos que te había sucedido algo —dice, y me abraza.

—Estoy bien —digo.

—Todo debe haber sido muy fuerte, ¿Por qué no nos contaste nunca nada? Todo es tan impresionante—dice.

—No quiero hablar de ello —respondo.

Veo que Lyla está observándome.

Leah mira su reloj desconcentrada, luego me observa y sonríe.

—Lo malo es que ya hemos terminado la práctica de hoy —dice.

—Se supone que se termina dentro de una hora —digo, confundida.

—Comenzamos una hora antes hoy—dice con una sonrisa —¿Verdad chicas?

Todas murmuran que sí.

—¿Te parece si nos vemos en la cafetería? —pregunta con una sonrisa falsa.

Yo se la devuelvo y solo asiento.

Leah sale del gimnasio no sin antes darme un pequeño abrazo.

El resto de las chicas comienzan a abandonar el gimnasio también, en el final solo Lyla está aquí.

Me observa por un momento, y yo sé que quiere decirme algo.

—Lo que quieras decir solo dilo—hablo en voz cortante.

Ella me mira un momento, mientras suelta su cabello.

—¿Estás bien? —pregunta.

—Perfectamente—respondo. No quiero observarla, es la primera vez que siento ganas de llorar de verdad y no lo voy a permitir.

—Los chicos y yo, quisiéramos... —dice, y yo volteo a mirarla con intensidad—hablar —termina su oración, con cautela.

—¿De qué podríamos hablar?

—No lo sé, yo...Nosotros, no sabíamos que tú, habías vuelto. Siempre intentamos ponernos en contacto contigo—dice —nos preocupamos durante mucho tiempo.

—Se preocuparon demasiado tarde.

—Nunca imaginamos que tú...bueno, eras tú—dice ella.

Suelto una carcajada, demasiado falsa.

—Hice un buen trabajo entonces. Mira Lyla, no quiero ser grosera, pero no creo que tengamos nada de qué hablar, todo está hecho y dicho —digo mientras me dirijo a la puerta —poco se puede hacer ya.

He mentido.

Desearía poder hablar con ellos. Desearía verlos de nuevo. Desearía que fuésemos amigos.

El horror solo comienza con el sonido de una campana. 

La generación del odio. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora