Prólogo

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Los placeres violentos terminan en la violencia
y tienen en su triunfo su propia muerte,
del mismo modo en que se consumen en fuego y la pólvora,
en un beso voraz.

William Shakespeare

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—¡Se acabó, madre! Es mi última palabra— dijo golpeando su puño sobre la gran mesa de mármol negro que presidía el comedor.

Había tomado una decisión, y no pensaba cambiar de idea. Estaba agotado, llevaban teniendo la misma discusión desde que recibió la maldita carta. Exasperado, escondió la cabeza entre sus manos. Odiaba esto, discutir por algo que él ni siquiera quería hacer. Pero tenía que hacerlo, lo sabía. Lo supo desde el momento en el que la leyó por primera vez, incrédulo de que fuera dirigida a él. Tuvo que releer el destinatario varias veces, pero allí estaba, nítido: Sr. Draco Lucius Malfoy, Malfoy Manor, Wiltshire, Inglaterra.

Narcissa se acercó a su hijo y le acarició el pelo lentamente con la mano, consolándolo. Era su pelo. La gente siempre decía que Draco se parecía a Lucius, y ella asentía sonriente, pero sabía que no era verdad. Se parecía a ella. Tenía su suave y fino cabello rubio, y sus mismos ojos del color del hielo. Era su pequeño. Lo único que le quedaba. Él, y esta inmensa mansión vacía, y fría. Desde que Lucius fue condenado a cadena perpetua después de la Guerra, sólo se tenían el uno al otro. Y no estaba dispuesta a perderlo.

—Draco, cariño,— dijo suavemente —no puedo permitir que te hagan más daño, no lo soportaría. ¿No has sufrido ya suficiente?

El verano después de la Guerra fue duro para los dos. Tuvieron que lamerse las heridas y tragarse su orgullo, agachando la cabeza cada vez que aparecían públicamente. Los señalaban, los insultaban, reían. Lo soportaron, porque eran Malfoy, y porque en el fondo de sus entrañas sabían que lo merecían, aunque nunca lo admitirían. Pero lo que iba a hacer su hijo era una auténtica locura, un suicidio.

—Madre... Debo hacerlo. No puedo aguantar más esto.— dijo sujetando las pequeñas manos de su madre —No puedo aguantar ser el hazmereír de todo el mundo mágico. Lucius la cagó pero bien, y tengo que arreglarlo. Nos arrastró a su infierno personal, cuando sabes muy bien que ni tú ni yo compartíamos sus ideas. Nos comió la cabeza, mamá, y la cagamos. Pero lo voy a arreglar.

—¿Estás seguro de esto?— susurró Narcissa con resignación.

—Estaremos bien mamá, te lo prometo—dijo limpiando una gruesa lágrima que descendía lentamente por la pálida mejilla de su madre.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora