III. Mal presentimiento

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Tenía un mal presentimiento. Algo en mi interior me decía que se aproximaba el desastre. Había estado dando vueltas por la casa durante cinco minutos y mi acompañante no había aparecido. Al decir verdad, la casa no estaba nada mal. Era amplia, pero a la vez acogedora, y al mirar por la ventana, vi el caudaloso río. El suelo era de madera oscura, de un color muy cálido y acogedor que conjuntaba con las llamas de la chimenea. La sala estaba presidida por un sofá y dos sillones de cuero negro que parecían muy cómodos. Separada por una semi-pared se encontraba la cocina, que no contaba con casi ningún electrodoméstico, solamente una nevera que estaba repleta hasta arriba. Había tres puertas. Empecé por la puerta de la derecha, que tenía colgada una M, supuse que de mujer. La habitación se parecía bastante a mi habitación de la sala común de Gryffindor, decorada con los colores dorado y escarlata. Tenia una gran cama con un dosel carmesí y el cabecero parecía de oro puro, era extremadamente acogedora, un hogar. Dejé a Crookshanks en la gran alfombra con un león dibujado y salí.

En medio había otra puerta sin nada colgado. La abrí y me adentré en el gran cuarto de baño. Era blanco, con los azulejos blancos y dorados, y el mismo suelo de madera que el del comedor.

Y a la izquierda se encontraba la última puerta. Tenía una brillante H colgada. Quería entrar, y ver si había alguna pista de quien sería mi compañero de piso. Pero eso sería una gran falta de respeto, no me gustaría que me lo hicieran a mí. Desistí de intentarlo,  no podía hacer eso. Me senté con los brazos cruzados en el mullido sofá de cuero negro. Habían pasado quince minutos y no aparecía nadie. Quizás no tenía pareja. A lo mejor me tocaba sola, eso sería lo mejor. Pero algo en mi interior me decía que no sería así, lo que acrecentó mi nerviosismo. Solo espero que no sea Conrad McMillan, o peor, un Slytherin. No aguanté más, tenía que abrir esa puerta. Me levanté nerviosa y posé mi mano sobre el pomo de la puerta. Cuando se oyó el click de la puerta, oí un ruido a mis espaldas y me giré.

Lo que vi me dejó tan sorprendida que no pude ni quitar la mano del pomo para disimular.

Malfoy.

Malfoy se me quedó mirando un rato. Ninguno de los dos decíamos nada. Parecía que se estaba debatiendo entre reír o llorar.

—¿No podías esperar a que llegara para entrar en mi cuarto, eh, Granger?—dijo con una sonrisa socarrona.

Genial. Ha optado por reír.

Rápidamente noté como una ola de calor me subía desde las puntas de los dedos de los pies. Cruzó todo mi cuerpo y se posó en mis mejillas, ardiéndome. No me hacía falta mirarme al espejo para saber que estaba roja como un tomate.

No, por favor. Cualquiera Menos ÉL.

Mi mente echaba humo, intentando pensar un plan para que me cambiaran de pareja. Decidí que ya lo pensaría por el camino y me dirigí a la puerta. No podía pasar más tiempo allí con el idiota de Malfoy.

—No te esfuerces, la profesora McGonagall nos ha explicado expresamente que no se admitirían cambios de pareja. Me temo que si quieres aprobar los É.X.T.A.S.I.S. tendrás que pasarte todo el curso aquí, conmigo, Granger— dijo sin quitar la sonrisa de su cara.

Me giré para responderle, pero estaba tan enfadada que no me salían las palabras. Sobretodo porque en ese preciso momento entendí que tenía razón.

Tenía que salir de esa casa, no aguantaba un segundo más viendo a Malfoy con esa sonrisita, así que salí por la puerta y cerré de un portazo. Me apoyé en la puerta, de espaldas, y oí las carcajadas del estúpido de Draco Malfoy.

—Esto va a ser un suplicio— murmuré para mí.

No conocía ese pueblo, y tampoco sabía en qué casas estarían Harry, Ron o Ginny, así que me senté en la hierba al lado del río, esperando que se me pasara el mal humor.

No había nada que hacer. Sólo había una cosa peor que vivir con Draco Malfoy todo el curso, y era suspender. Tenía que aprobar, fuera como fuese. Así que me resigné a la idea.

—¡NO! ¡DE NINGUNA MANERA! ¡ME LARGO DE AQUÍ!

Entre la sombra de la noche logré discernir una figura de chico, que andaba a paso muy rápido, dando gritos muy cabreado. Conocía esa voz.

—¡¿Harry!? ¿Eres tú? ¿Qué pasa?—pregunté.

—Lo que pasa es que mi compañera de casa es Pansy Parkinson, eso es lo que pasa, y que me largo de aquí. Ya.

Lo miré horrorizada. Pobre Harry. Pansy era verdaderamente insoportable.

—Lo siento mucho, Harry— dije con horror.—Pero no puedes abandonar. De ninguna manera. Si no apruebas este curso, no podrás ser auror, ¿recuerdas?

Harry me miró desconcertado. No sabía qué hacer. Pero yo tenía razón. Y ser auror era lo que Harry más deseaba.

—Lo sé, Hermione, pero es que es Pansy...

—Lo sé— dije abrazándolo. Harry era como un hermano para mí.

—Está bien, me quedaré, pero prometo que como se pase de la raya le lanzaré un cruciatus.

Sonreí.

—Y a ti, ¿con quién te ha tocado, Hermione?

No quería ni decirlo en voz alta, porque sería demasiado real, pero no tenía opción.

—Me ha tocado con...— me armé de valor.—Me ha tocado con Draco Malfoy—escondí mi cara entre las manos, horrorizada.

Harry no dijo nada durante unos segundos que me parecieron horas. Y de repente, explotó en una carcajada muy sonora. No paraba de reír. Me destapé la cara y lo miré. Era una risa muy contagiosa, tanto, que yo también empecé a reírme como una loca, hasta que los dos terminamos en el suelo, muertos de risa.

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Cuando llegué por fin a la casa era muy tarde. Estaban todas las luces apagadas y la habitación de Malfoy estaba cerrada. Al menos no tendría que cruzarme otra vez con él hoy. Me dirigí a mi habitación y me tumbé en la cama. Crookshanks dio un salto y se acurrucó junto a mí, ronroneando. No sé durante cuanto tiempo di vueltas en la cama, no podía dormir. De todos los malditos chicos de mi curso tenía que tocarme con Draco Malfoy. Con el único que ha conseguido siempre sacarme de quicio hasta hacerme llorar y sentir ganas de no haber nacido.

Harta de dar vueltas en la cama, me levanté a beber un vaso de agua. Cuando salí de la habitación, vi que la puerta del frigorífico estaba abierta, así que supuse que Malfoy estaría detrás, buscando algo. Me acerqué al frigorífico. Quería un maldito vaso de agua y  no me iba a ir sin él por culpa de ese idiota.

Cuando cerró la puerta, me paré en seco. Mis ojos se posaron, primero, en su blanco pecho desnudo. Tenía los abdominales bien marcados, no algo exagerado, pero le sobresalían los cuadrados del abdomen. Seguí bajando la mirada, y no me podía creer lo que mis ojos estaban viendo. ¡Iba en boxers! ¡Casi desnudo! Malfoy se quedó mirando cómo mis ojos lo recorrían de arriba a bajo.

—¿Disfrutando de las vistas, Granger?

Noté de nuevo como mis mejillas ardían. Lo que me faltaba, que Malfoy creyera que babeaba por él, como la imbécil de Pansy.

—Cállate— le espeté avergonzada.—No puedes ir desnudo por la casa, ¿Sabes? No vives solo, deberías tener un poco de respeto. Me dirigí de nuevo hacia la nevera, enfadada. Ese capullo no conseguiría ponerme nerviosa. Más nerviosa, mejor dicho. Cuando llegué al pasillo que conducía a la nevera, me di cuenta de que no cabríamos los dos. La maldita cocina era demasiado estrecha, así que me puse de lado, apoyándome con las manos en la encimera para que él pudiera salir. Él también se puso de lado, acercando su cuerpo a mi espalda para pasar. Se detuvo cuando estaba justo detrás de mí. Acercó sus labios a mi cuello, rozándolo lentamente, y subiendo hasta mi oído.

Me invadió de nuevo una ola de calor, pero esta vez nada tenía que ver con la vergüenza. Me recorrió todo el cuerpo, subiendo lentamente, hasta que se detuvo en el centro de mi cuerpo, enviando calambres a mi sexo.

—A mi no me importa que vayas en ropa interior, Granger.— susurró finalmente en mi oído.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora