Epílogo

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Subí las escaleras con una bandeja, con cuidado de que no se me cayera, y la dejé cuidadosamente en la cama, tratando de no despertarla. Decidí prepararle un sándwich, para recordar la primera vez que le había preparado el desayuno. Me tomé un minuto para observarla con detenimiento. Los primeros rayos de sol se filtraban por la ventana, reflejándose en su hermosa piel. Su rostro destilaba paz. Era hermosa. Siempre lo había sido, aunque yo hubiera tardado demasiado en darme cuenta. La hermosa Julieta y el imbécil de Romeo. La adoraba con cada fibra de mi ser. Me volvía loco. Era como un sol resplandeciente alrededor del cual orbitaba mi vida. Gracias a ella descubrí realmente quién era yo, y pude dejar atrás la oscuridad que me había rondado toda mi vida. Me miré el antebrazo donde llevaba incrustada la marca tenebrosa. La marca con la que había aprendido a convivir gracias a ella.

Ahora era una persona completamente diferente. ¡Draco Malfoy siendo un auror y trabajando codo con codo con Hermione Granger, Harry Potter y Ron Weasley! Si alguien me lo hubiera dicho hacía tres años me hubiera reído en su cara.

Alargué la mano y acaricié la cara de Hermione, tan cálida como siempre. Lo habíamos conseguido. Habíamos conseguido enfrentarnos a todo, y a todos, y ahora éramos felices. Se me formó una sonrisa tonta en la cara. La que se me solía formar cuando estaba con ella. Mi Hermione. El amor de mi vida.

Miré el reloj de la pared. Tenía que despertarla o llegaríamos tarde al trabajo, pero estaba tan hermosa así...

—Hermione...—la llamé mientras acariciaba su brazo.

Soltó un sonido dándome a entender que la dejara en paz, y sonreí.

—Hermione, vamos a llegar tarde—insistí suavemente.

Abrió los ojos desperezándose y me miró complacida después de ver la bandeja del desayuno.

—Feliz aniversario, Señora Malfoy—dije antes de besarla.

Hielo y CaobaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora